Inteligencia emocional como factor protector en jóvenes con adicciones

AutorOlga Hortas-Aliaga, Ana Belén Belmonte-Arévalo, Mariana Pérez-Mármol y María Alejandra Gamarra-Vengoechea
Páginas79-86
Intervención socioeducativa con TIC en la sociedad del conocimiento 79
11
Inteligencia emocional como factor
protector en jóvenes con adicciones
Olga Hortas-Aliaga
Ana Belén Belmonte-Arévalo
Mariana Pérez-Mármol
María Alejandra Gamarra-Vengoechea
1. INTRODUCCIÓN
La inteligencia emocional es un constructo que fue desarrollado a partir de las aportaciones
de Salovey y Mayer (1990), entrando en la escena social a raíz de la obra de Goleman (1995),
la cual tuvo una gran repercusión a nivel internacional (García del Castillo et al., 2013). Tras la
aparición de múltiples publicaciones que incluían diferentes perspectivas y aportaciones al
respecto, los precursores del concepto profundizaron en su conceptualización y modificaron su
definición. La inteligencia emocional, por tanto, queda definida como una serie de habilidades
intra e interpersonales que implican percibir y valorar con exactitud las emociones, acceder y/o
generar sentimientos que faciliten el pensamiento, conocer y comprender las emociones, y, por
último, regular las emociones que promueven el crecimiento emocional e intelectual (Salovery y
Mayer, 2007, 32). En definitiva, la idea que subyace a este concepto es que la unión de los
sistemas emocional y cognitivo permite que la información se procese de forma más exacta y
adaptativa que por separado (Fernández et al., 2009). De este modo, el modelo propuesto incluye
cuatro habilidades emocionales básicas: percepción, evaluación y expresión de las emociones;
asimilación emocional; comprensión y análisis de las emociones; y regulación emocional. Por
tanto, las personas que poseen dichas habilidades se consideran emocionalmente hábiles y bien
ajustadas, mientras que quienes no las poseen es posible que presenten carencias sociales y
emocionales (Fernández et al., 2009).
Tal y como señalan García del Castillo et al. (2013), se han generado numerosos estudios
y publicaciones en torno a la inteligencia emocional como constructo, y, aunque en menor
medida, también en relación con el consumo de sustancias y las adicciones (Canto et al., 2005;
García del Castillo-López et al., 2012; González-Yubero et al., 2021; Hill y Maggi, 2011; Merchán
et al., 2017; Romero et al., 2016; entre otros). Una conclusión clave en los estudios relacionados
con el tema es que las habilidades personales a nivel emocional son fundamentales en la
adaptación a las demandas del medio, favoreciendo la conducta adaptativa y el bienestar en la
adolescencia y la juventud, y, por tanto, actuando como un factor protector del consumo de
sustancias en estas etapas (Fernández et al., 2009; Méndez-Giménez et al., 2020).

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