Ética de la intervención con menores

AutorNuria Cordero Ramos - José Emilio Palacios Esteban
Páginas31-54

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"Cada vez más ejemplarmente piadosa resulta hoy en día la respuesta del escita Anacarsis, que visitó Atenas en tiempo de Solón, cuando los atenienses le preguntaban que por qué no tenía hijos: <>- (Sánchez Ferlosio, 2015:39)

1. El contexto ético de la intervención social con menores: dependencia y cuidado

La vida de cada individuo de la especie humana tiene comienzo y fin; es un proceso en la mayoría de los casos, si no siempre, esforzado y lleno de tropiezos y frustraciones. De ella decía Ortega y Gasset: "la vida nos ha sido dada, pero no nos ha sido hecha- (2004-2010, VI:69), concluyendo que es el "quehacer- la encomienda de nuestra presencia en el mundo. Como muy bien sabemos por experiencia propia, la infancia, o lo que vagamente denominamos "minoría de edad-, es la fase inicial por la que todos transitamos y, por tanto, sometida a la máxima dependencia y perentorio cuidado ajeno. Corresponde a los adultos procurar los medios que nos inicien y den impulso al caminar por la senda de nuestra intrincada peripecia existencial.

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En una visión rápida que ayude a valorar nuestra propuesta ética, la contrastaremos con el par de teorías más significativas que sintetizan dos formas englobantes de construir nuestra convivencia, heredadas de la modernidad. Simplificando, podrían situarse con tal fin en las archiconocidas coordenadas de "colectivismo- versus "individualismo, tensados en extremos contrapuestos. Ambos coinciden, aunque por motivos distintos, en alentar una solapada desconfianza hacia la naturaleza humana como inconsistente para poder deducir de ella con garantías sistemas normativos de comportamiento correcto, quizá como eco del lejano homo homini lupus hobbesiano. Intentan, sin embargo, apoyarse en la creencia de la completa plasticidad de individuos y sociedades para diseñar la vida buena en común. De esta forma, la respuesta a semejante acallamiento de la naturaleza pasa a ser responsabilidad de una razón creativa o utópica, y de la potestad de elegir, propias de la especie humana.

El "colectivismo- aboga por implantar estructuras cerradas de convivencia colectiva, destacando dos vertientes: "comunitarismo- y "utopismo revolucionario-. La primera de ellas sostiene que el individuo es un ser cuyos valores, virtudes, hábitos de conducta, modos de relacionarse con los otros, compromisos, roles comunes, el buen vivir, en fin, los dicta la sociedad a la que pertenece. Los poderes encargados de dirigirla y conservarla en su pureza están investidos del derecho cuasi sagrado de formar miembros aptos y convencidos, inculcando en ellos sus normas por medio de la educación, los incentivos, el castigo y el control; y los individuos, por encima de sus intereses y de la propia vida si es preciso, tienen el deber de centrarse en el aprendizaje, ejercicio, transmisión, servicio a la comunidad y defensa del bien común que se les impone.

Como parece obvio, esta forma de entender la convivencia, que hemos retratado en su expresión más radical, transmuta de forma degenerativa la experiencia de la realidad, rebajando a la mayoría de los seres humanos a ser piezas en serie del engranaje comunitario, plantas enraizadas en un lugar, una historia y una cultura o, en términos de Nietzsche, al nivel de "animales de rebaño-. Desde esta perspectiva nos preguntamos, por transparentarlo en unos cuantos ejemplos heterogéneos, si son humanas y favorecen las buenas relaciones leyes sociales que, entre otras cosas, imponen desahucios, imponen la ablación a niñas, que obligan a reprimir las diversidades sexuales a niños y niñas o imponen a los niños la formación militar. Cambiar esas normas es una muestra de la citada redefinición de nuestras acciones en la naturaleza, en la cultura y en la sociedad. Es, pues, la identidad humana la que corre el riesgo de ser ahogada por la sociedad de estructura cerrada que hemos descrito. Veremos al tratar el "individualismo- de qué identidad se trata.

A su vez, a la segunda vertiente del "colectivismo-, el "utopismo revolucionario-, radicaliza la supuesta plasticidad de las personas y las sociedades. Incurriendo en alguno de los falsos planteamientos expuestos, suele proceder, con la imposición mediante el uso de la fuerza en poder de sus iluminadas vanguardias, algún tipo de acción revolucionaria que se cifra en desarrollar fases previas de políticas de educación, socialización y disciplina con fines de trasformación antropológica. Espera y promete que tales políticas fructificarán en el "hombre nuevo-, miembro idóneo de una comunidad de individuos fraternos, de camaradas.

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Pasando a la consideración del "individualismo-, situado en el otro extremo, pero igualmente voluntarista y reacio a la naturalización de las normas de convivencia, donde más claramente se manifiesta para nuestro propósito es en la figura del "contrato-, a modo de "estructura abierta-, que en principio apenas se molesta en definir sus posibles límites. Acepta, en efecto, que es humanamente mejor vivir en el entendimiento mutuo y aborda la conveniencia racional de cooperar mediante pactos inspirados en valores morales e ideales abstractos, relativos al respeto de la libertad personal y a la distribución de recursos escasos entre los diversos intereses de "individuos independientes--Pero tales fábulas contractualistas escamotean el problema y nos resultan insuficientes. Para ellas, según Rendueles (2014: 167-187) "la dependencia, la discapacidad, es algo que nos acontece, cuando lo cierto es que es más bien lo que somos. A su vez, la independencia individual entre los humanos es en el mejor de los casos un episodio fugaz y no necesariamente afortunado- (182)

Es preciso, pues, poner de relieve que esa dependencia, en sus diversas formas no se ciñe a la debida atención dirigida a quienes carecen de capacidad para valerse por sí mismos en funciones personales básicas, como son los niños y niñas los primeros años de vida. Nadie es autosuficiente. Se trata de una persistente característica de la especie humana, que afecta a todos sus individuos en todas las etapas de su vida. No podemos sobrevivir sin el mutuo cuidado, sin la ayuda del otro. En conclusión, la realidad de lo que somos, frente a las ficciones de las que parten el "colectivismo- y el "individualismo-, pone de manifiesto la racionalidad que contiene el compromiso o, en términos zubirianos, "religación- de cuidarnos los unos a los otros y la consiguiente constitución de nuestras relaciones.

La "estructura- de esa constitución, como hemos visto, no puede ser ni "cerrada- ni "abierta sin límites-. Ha de diseñar un acuerdo libre y explícito, que sea respetuoso con las fronteras que traza el cuidado a nuestra específica vulnerabilidad. "Todos hemos de aprender que el otro representa una determinación primaria de los límites de nuestro amor propio y de nuestro egocentrismo- (H-G. Gadamer, 1997:120). Se trata, pues, de un acuerdo que, sin rechazar compaginarse en la organización social con los legítimos "contratos- derivados del cálculo racional de intereses, tome la iniciativa, prevalezca en relación con ellos y los condicione porque brota de nuestra capacidad de comunicarnos, de expresar afectos y de sentirnos interpelados y conmovidos por la fuerza que manifiesta la patente presencia y dependencia estructural de la vida propia y ajena. Su fundamento no es el deseo, el interés mutuo o incluso el deber abstracto. Un acuerdo como el expuesto nada tiene que ver con la dialéctica del amo y el esclavo ni equivale al sometimiento tradicional de carácter patriarcal y paternalista o a cualquier otra forma en la que el sujeto considerado dependiente reciba una hipotética ayuda que lo humille o rebaje en su dignidad de fin en sí mismo. Pero sí rechaza frontalmente la prevalencia del mercantilismo y de una sociedad como el capitalismo avanzado en la que el cuidado no ve reconocida su centralidad ética y política. Un botón de muestra estremecedor, que justifica nuestro rechazo, es el que recoge Franz Hinkelammert (2010: 113) en una respuesta de Hayek, representante significativo del neoliberalismo y Premio Nobel de Economía, dentro de una entrevista publicada en la revista Mercurio (19/04/1981):

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"Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al : la propiedad y el contrato-.

Ignora Hayek la pertinente observación de Fernando de los Ríos: Para hacer al hombre libre hay que hacer a la economía esclava. En todo caso, la relación que reclama el cuidado humano y esclavizar la economía al servicio de las personas, no es "unidireccional- o consistente en que uno es el que entrega su hipotética dádiva y otro el que la recibe, sino "bidireccional-: para que esa ceremonia sea humanamente válida ha de basarse en el mutuo reconocimiento de que ambas partes actuamos como igualmente humanos. La primera relación nos deshumaniza, la segunda nos humaniza. No es aceptable que alguien, bien sea pagado de orgullo, preso de falsas ideologías o arropado en una ignorancia deliberada, se arrogue desde su acontecida situación de privilegio, de la que se siente plenipotenciario, la capacidad de considerarnos unidireccionalmente dependientes de él porque asimismo acontezca que seamos niños, ancianos, mujeres, enfermos, analfabetos, parados, inmigrantes, indígenas, locos, tutelables en fin, sino porque somos humanos -sustantivamente...

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