La monarquía católica española

AutorAndrés Gambra
Páginas211-285
LA MONARQUÍA CATÓLICA ESPAÑOLA
Andrés Gambra
Universidad R. Juan Carlos (Madrid)
1. Introducción. Antecedentes antiguos y medievales
La denominación Monarquía católica española, cuyo enunciado se atri-
buye a Tommasso Campanella 1, designa a la entidad regnícola compuesta
que se constituyó en el tránsito del siglo XV al XVI merced a la unión de las
Coronas de Castilla y de Aragón, con sus respectivos agregados, bajo la doble
autoridad de sus titulares respectivos, Isabel y Fernando, unidos en matrimo-
nio el 19 octubre de 1469, y de forma definitiva, ya con un único monarca,
desde el advenimiento de su nieto, Carlos de Gante, en enero de 1516.
La obra portentosa que llevaron a cabo los Reyes Católicos no se explica
únicamente por las circunstancias y afanes de un reinado, sino que se ofrece
a los ojos de los historiadores como la consumación de pretensiones colecti-
vas de largo recorrido, cuyo despliegue coincide con el período histórico de
ocho siglos de duración conocido como la Reconquista.
Dos fueron las aspiraciones que impulsaron a las comunidades cristianas
cuya unión daría forma a la Monarquía hispánica. La firme voluntad de re-
cobrar el territorio que los invasores mahometanos habían ocupado a partir
del año 711; y la restauración, cuando fuera posible, de una monarquía que
deparase la unidad perdida a la pluralidad de entidades regnícolas o conda-
les alzadas frente al islam.
Entre los episodios de ese proceso merece recordarse que fue en época
romana cuando el término Hispania sustituyó al más antiguo de Iberia, emi-
nentemente geográfico, hasta alcanzar un significado más amplio, que abar-
caba a las gentes de un territorio, sus costumbres y cultura. El emperador
Diocleciano, en la fase final del Imperio, integró a las provincias hispanas en
una demarcación administrativa amplia denominada diócesis de Hispania
1 Luis S, Los Reyes Católicos, Madrid, Editorial RBA editores, 2005, p. 785.
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o Diocesis Hispaniarum. Dos siglos y medio más tarde, constituido el reino
visigótico de Toledo, el término «Hispania» pasó a designar una entidad reg-
nícola independiente dentro del mosaico de estados surgido de la desagre-
gación de la Pars Occidentis del Imperio romano.
El rey Leovigildo (573-586) consolidó la monarquía visigótica, con capita-
lidad en Toledo, y su hijo Recaredo (586-601) proclamó en el III Concilio de
Toledo (589) la conversión de los visigodos, hasta entonces arrianos, al cato-
licismo, lo que significó la unión del reino en la misma confesión religiosa.
Iniciativa trascendental, llamada a influir profundamente en la historia de
España.
El reino alcanzó su plenitud en el siglo VII. San Isidoro, máximo expo-
nente de la cultura hispanogótica, pudo expresarse así, cuando ya se daba
entre los hispanos el sentimiento de una vida histórica compartida: «Tú eres,
oh España, sagrada y madre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa
de las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India […]» 2.
De ahí que la ocupación musulmana, a partir del año 711, que supuso
para los hispanogodos el desplome repentino de su mundo, suscitase en
ellos una radical repulsa de la nueva situación y la firme voluntad de mante-
nerse fieles a su vocación originaria de pueblo cristiano, lo que significaba
ser miembro de la Cristiandad que por entonces emergía en Occidente 3.
José Antonio Maravall, autor de una obra sugestiva sobre el tema, señala que
el término Hispania designa en nuestros siglos medievales el ámbito de una
reconquista y el objeto o término último de la misma. La «idea reconquis-
tadora» define nuestra Edad Media, afirma Maravall, «idea lanzada como
saeta que con incomparable fuerza recorre la trayectoria de nuestros siglos
medievales y que, conservándose la misma, llega hasta los Reyes Católicos» 4.
El término Hispania figura continuamente en las fuentes medievales con
el sentido de patria o pasado que se añora, un espacio ansiado que compar-
ten las entidades políticas que se enfrentaban al Islam. La idea de «pérdida
de España» figura por primera vez en la crónica mozárabe de 754. En los
siglos siguientes los distintos núcleos políticos, integrantes de la llamada Es-
paña de los Cinco Reinos, se consolidan y constituyen agrupaciones amplias:
la Corona de Castilla en 1230, en la persona de San Fernando, y la Corona
de Aragón en 1164, en la de Alfonso II, sucesor de la reina Petronila de Ara-
gón y del conde Barcelona Ramón Berenguer IV. En ese largo período, a la
2 Cit. Santos M. C, «España: De la mata de juncos medieval a la nación unitaria bor-
bónica», en AA.VV., Homenaje al profesor José Antonio Escudero, Madrid, Editorial Complutense,
2012, vol. 2, p. 644.
3 Julián M, España inteligible. Razón histórica de las Españas. Madrid, Alianza, 1985,
p. 118.
4 José Antonio M, El concepto de España en la Edad Media, Madrid, CEPC, 1997,
pp. 198 y 250-53.
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vez que el espacio musulmán se reduce, una tupida red de enlaces dinásticos
reflejaba un designio colectivo orientado al logro de la unidad hispánica.
2. Los Reyes Católicos
El matrimonio de los Reyes Católicos. Isabel reina de Castilla
Con el matrimonio de Isabel y Fernando la flecha de que habla Maravall
alcanzó la diana. Fue merced a su «industria, trabajo y diligencia» –afirma
Antonio de Nebrija en el prólogo a su Gramática castellana– «que los miem-
bros y pedazos de España, que estaban por muchas partes derramados, se
reduxeron y ajuntaron en un cuerpo y unidad de reino. La forma y trabazón
del cual así está ordenada que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrán
romper ni desatar» 5.
El reinado de Isabel y de Fernando en la Corona de Castilla dio comienzo
el día 13 de diciembre de 1474, cuando Isabel fue aclamada reina en Sego-
via, al término de los solemnes funerales por el alma de Enrique IV, medio
hermano de la nueva reina, que había dejado este mundo el día precedente.
Se cerraba así la primera fase de un acre conflicto sucesorio que se había
desencadenado doce años antes, al nacer la infanta Juana, conocida con el
sobrenombre infamante de la Beltraneja, hija de la segunda esposa de Enri-
que IV, Juana de Aviz o de Portugal.
La arraigada presunción de que el rey Enrique no podía tener hijos, ha-
bía propiciado la convicción de que la sucesión correspondía a los príncipes
Alfonso e Isabel, nacidos del segundo matrimonio del padre de todos ellos,
Juan II de Castilla, con la reina Isabel de Portugal. Tras el fallecimiento tem-
prano del príncipe Alfonso sus derechos pasaron a Isabel. A partir de enton-
ces se escenificó una compleja trama sucesoria. En los acuerdos de Guisando
de 1468, el rey accedió a nombrar como su única heredera a Isabel, deci-
sión que anularía cuando la princesa manifestó su decisión de casarse con el
príncipe Fernando de Aragón, y «no con otro alguno», pretensión a la que
se opusieron en vano Enrique IV y su poderoso valido, el marqués de Ville-
na, que sentían honda aversión hacia la estirpe de los llamados «infantes de
Aragón», de la que era miembro Juan II, rey de Aragón y de Navarra, padre
del príncipe Fernando.
Fernando era a la sazón un joven príncipe, de diecisiete años que mostra-
ba notables capacidades de gobierno y, al igual que Isabel, venía padeciendo
las consecuencias de un complicado conflicto sucesorio provocado por las
maniobras de su muy tremendo progenitor. Juan II, rey consorte de Nava-
rra, se había negado tras la muerte en 1441 de su esposa, la reina Blanca de
Navarra, a transmitir, según correspondía, la dignidad real de Navarra a su
5 Ibid., p. 195.

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