¿A qué llamamos barroco?

AutorJuan Manuel de Prada
Páginas17-26
¿A QUÉ LLAMAMOS BARROCO?
Juan Manuel de Prada
Escritor
1. Introducción
Afirmaba Leonardo Castellani que «la nación que pierde el sentido de
lo sacro está perdida»; y añadía que «el sentido de lo sacro no es la religión
sino algo anterior a ella; en el cual ella se encarna y a la vez lo estructura, en
relación de materia y forma». La pérdida de este sentido de lo sacro dificulta
sobremanera –o más bien torna imposible– el entendimiento de las realida-
des naturales, que despojadas de su entraña e inspiración sagradas se vuel-
ven antinaturales, según la divulgada sentencia chestertoniana. Esta pérdida
del sentido de lo sacro, uno de los signos más clamorosos de decadencia de
los pueblos, aflige muy crudamente nuestros estudios académicos, que en
el mejor de los casos se quedan reducidos a hojarasca erudita (cuando no
a mera morralla derivativa); pero no debe creer el amable lector que es un
achaque exclusivo de nuestra generación. La mayoría de los ensayos canó-
nicos dedicados al estudio del Barroco publicados durante el último siglo
adolecen del mismo mal, que impide la comprensión cabal de una realidad
cultural y estética que no es una mera reacción al clasicismo, ni tampoco una
superación o degeneración o agotamiento del mismo (como pretenden la
mayoría de los tratadistas, según su «gusto» o inclinación estética), sino plas-
mación artística de una determinada concepción del hombre y de su lugar
en el mundo que no es sólo «teoría», ni «sistema» filosófico, ni siquiera «cos-
movisión» en el sentido moderno de la palabra, sino más bien fusión de un
pueblo con su fuente religiosa vital, arte teológico en el sentido más hondo
y acendrado de la palabra, que trata de expresar la tensión dramática entre
el destino sobrenatural –glorioso– del hombre y su concreta circunstancia
terrenal, por lo común poco gloriosa; un arte que, además, se manifiesta
a través de formas expresivas muy ligadas a un temperamento específico e
intransferible, a la vez jocundo y grave, a la vez apasionado y místico, que es
el temperamento hispánico. Esa plasmación artística encontraría su cauce

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