La civilización cristiana del barroco hispánico

AutorMiguel Ayuso
Páginas383-415
LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA
DEL BARROCO HISPÁNICO
Miguel Ayuso
Universidad Pontificia Comillas (Madrid)
1. INCIPIT
La nación sin Renacimiento. Así llamó a España el historiador austriaco
Hans Wantoch hace casi un siglo 1. Se trata de un tópico esparcido sobre
todo por la literatura anglosajona. Infundado o no, secundum quid. Como
otro tópico, también recurrente, aunque de progenie más compleja: el de la
ausencia de Ilustración entre nosotros. ¿Estaríamos, pues, ante un Barroco
perennizado? ¿O, mejor aún, ante un Medievo prolongado por un Barroco
sin final?
Una caracterización como la anterior exige muchos matices para no caer
en la brocha gorda. No podemos, desde luego, ofrecerlos aquí cumplida-
mente, si bien sean necesarias algunas pinceladas por más que impresionis-
tas. Primero, naturalmente, sobre los términos en liza, según la tradición de
la explicatio terminorum y su consigna: initium doctrinae sit consideratio nominis.
2. ¿Renacimiento en España?
Se remonta a la Ilustración la visión del Renacimiento como primer mo-
mento de los «tiempos modernos». Sin embargo, al mismo tiempo, tiende a
presentarse como la recuperación del modelo clásico. He ahí, pues, un pri-
mer indicio de equivocidad: ¿son opuestas o convergentes la «modernidad»
y la «clasicidad»? No es cuestión para responder ahora. Baste decir que la
clave de esta lectura reside en el rechazo de la edad conocida como «me-
1 Hans W, Spanien. Das Land ohne Renaissance. Eine kulturpolitische Studie, Munich,
Müller, 1927. De manera retóricamente más discreta, aunque coincidente en sus conclusio-
nes, se lo preguntó Viktor K, «Gibt es eine spanische Renaissance?», Logos (Tubin-
ga), vol. 16 (1927), pp. 129-161.
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dia», paréntesis –demasiado largo para ser tal– entre el esplendor de lo clási-
co y su retorno esperanzado en lo moderno 2.
Es verdad que caben otras aproximaciones conformes al esquema ilustra-
do, pero con las valencias invertidas. Así, ha podido verse en el Renacimien-
to la primera desviación grande contra el espíritu del cristianismo y, consi-
guientemente, el comienzo en la historia del problema actual. Ese espíritu
podría enfocarse en su psicología, en su impacto en el orden político-social y
en su sentido religioso. En el primero de los órdenes implicaba un giro hacia
la secularización, a través de la ruptura con la concepción sacramental del
universo. Que se concretó, desde el segundo de los ángulos, en la «libera-
ción» de la comunidad política de la ley natural y el orden cristiano, surgien-
do el Estado en lugar de la res publica christiana. Finalmente, aunque de suyo
no debiera conducir al ateísmo, como sucedió en casos como el de Santo
Tomás Moro, todo apuntaba a un futuro que no sólo rechazaría el carácter
sagrado de la realidad, sino también la realidad del Dios cristiano 3.
Quizá quepa introducir algún matiz a la interpretación anterior a través
de la inserción del fenómeno en la historia.
El Renacimiento consiste en el movimiento espiritual con que se inicia
la Edad Moderna y radica, inicialmente, por una de sus caras, en un movi-
miento negativo 4, de oposición a lo que habían llegado a ser en el siglo XIV,
tras la titánica tarea emprendida en el anterior de realizar la síntesis entre
cristianismo y aristotelismo para presentar batalla definitiva a la cultura ma-
hometana, la filosofía y la ciencia escolásticas. Se trata al principio, sin el
menor asomo de heterodoxia 5, de abrirse a la belleza de la naturaleza, de
la Creación, y de una justa reacción contra el abandono de las formas litera-
rias por cierta escolástica. Ese inicial dolce stil nuovo, sin embargo, a partir de
cierto punto dio un paso más allá, llegando al absoluto desprecio por todo lo
medieval, incluidos los estilos artísticos del románico o el gótico, tildados de
2 Véase Miguel A (ed.), Antimodernidad y clasicidad, Madrid, Itinerarios, 2019.
3 Frederick D. W, El problema de Occidente y los cristianos, Sevilla, ECESA, 1964,
pp. 26-35. Subraya el autor que el humanismo renacentista, primero, y el protestantismo, des-
pués, militaron de consuno para quebrar el mundo sacral e impulsar la secularización. Aun-
que anota también que no dejaron de observarse entre ambos algunas tensiones e incluso
oposiciones. Puede examinarse Miguel A (ed.), Consecuencias político-jurídicas del protestan-
tismo. A los 500 años de Lutero, Madrid, Marcial Pons, 2016.
4 Rafael G, Historia sencilla de la filosofía, 9ª ed., Madrid, Rialp, 1976, pp. 169 y ss.
5 Se ha visto, por ejemplo, y no sin razón, en la Divina Comedia de Dante, una visión poé-
tica de la Summa de Santo Tomás. Y se ha podido escribir, de modo más abarcador aún, que
la síntesis tomista no responde a un mero designio intelectual de conocer, sino que es efecto
del entusiasmo estético de quien «contemplaba el universo creado en su ordenación a Dios
creador para comunicar el bien a todo lo que ha creado, impulsado, como lo vio Dante, desde
aquel “Amor que move il sole e l’altre stelle”» (Francisco C, «La síntesis filosófica de Santo
Tomás de Aquino», en su libro Tomás de Aquino. Un pensamiento siempre actual y renovador, Bar-
celona, Scire, 2004, p. 39).
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bárbaros y abandonados para abrazar en exclusiva los cánones griegos. Un
nuevo humanismo, que –tras quince siglos de cristianismo– ya no podía ser
el ingenuo y sano de los clásicos, dio a parar con frecuencia en una negación
mucho más grave de la cultura medieval: la que rechazaba su profunda ins-
piración religiosa y su carácter teocéntrico. El germen de la secularización
estaba puesto e iba a abrazarse con la otra dimensión –afirmativa– del racio-
nalismo en la gnosis protestante 6. Es cierto, en todo caso, que la relación
entre Renacimiento y Reforma dista de ser unívoca. Y si el primero debilitó
la unidad cristiana, no llegó a destruirla. Había que esperar a la segunda,
por más que Lutero representara «una reacción contra el Renacimiento y
contra su énfasis humanístico». Ya que mientras el Renacimiento exaltaba
la bondad y las posibilidades del hombre, Lutero las despreciaba, hasta el
punto de poder decirse «que el luteranismo fue una ola de pesimismo que
casi ahogó al Occidente» 7.
En una primera aproximación, pues, se hace preciso dejar de lado el ca-
prichoso esquema que separa tajantemente la antigüedad clásica y su rena-
cimiento moderno, profundamente humanistas, de los oscuros siglos medios
cristianos. Es cierto que tal presentación –de matriz ilustrada– puede aducir,
de un lado, la antítesis producida durante los primeros siglos del cristianis-
mo, en que parecen revivir los supuestos vitales del mundo pagano, que lu-
chan por insertarse en la nueva religión mediante formulaciones heréticas
(es el gnosticismo antiguo); y, de otro, la propia actitud del nuevo humanis-
mo frente a la de los siglos anteriores y unida sobre todo al nuevo gnosticis-
mo del racionalismo 8. Sin embargo, el Renacimiento puede verse también,
6 Rafael G, Historia sencilla de la filosofía, cit., pp. 178 y ss.
7 Frederick D. W, El problema de Occidente y los cristianos, Sevilla, ECESA, 1964,
p. 39. Leonardo C, El Apocalypsis de San Juan, 4ª ed., Buenos Aires, Vórtice, 1990,
pp. 69 y ss., atribuye –desde la teología de la historia– a la Iglesia de Sardes el Renacimiento,
«que tienes nombre de viviente y estás muerto», pues «no fue un nuevo nacimiento de la ci-
vilización, como se ilusionó el mundo mundano, ni una nueva creación; eso es un engaño».
Frente a la historiografía protestante y liberal, que lo pintó así, aunque incurriendo en contra-
dicciones, y la de algunos autores católicos del siglo XX (Maritain, Bloy, Peter Wust y el propio
Hilaire Belloc), que cargaron las tintas opuestas, fue más bien –a juicio del siempre interesan-
te escritor argentino– «una breve y alocada primavera después de un largo y duro pero muy
salubre invierno». En todo caso, la recomendación del Ángel es también en este caso, como
en la Iglesia anterior de Thyatira, de aferrarse a la Tradición: «Desde ahora más la Iglesia lo
que tiene que hacer es conservar lo que le queda, los restos (ta loipá), aun sabiendo que son
cosas perecederas y van al muere: por ejemplo, el Vaticano, el poder temporal del Papa, la
liturgia ya ininteligible a la mayoría, el boato regio en San Pedro: apariencias de un Rey que
ya no es obedecido, las excomuniones y el index… la legitimidad de la monarquía hereditaria,
el cultivo de la filosofía y las bellas artes, la defensa de la libertad política, las corporaciones o
guildas medievales, la no separación de la Iglesia y el Estado, la ley civil del matrimonio indiso-
luble… pietosi residui d’un tempo che fú».
8 Véase Danilo C, Introduzione alla filosofía della politica. Breve manuale, Nápoles,
Edizioni Scientifiche Italiane, 2020, donde se refiere a la gnosis racionalista en distintos luga-
res. El mismo autor, en su libro Martin Lutero. Il canto del gallo della modernità, Nápoles, Edizio-

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