Barroco y monarquía indiana

AutorLuis María De Ruschi
Páginas287-305
BARROCO Y MONARQUÍA INDIANA
Luis María De Ruschi
Universidad Católica Argentina (Buenos Aires)
1. El Barroco en su dimensión histórico-política
Los antecedentes: la Cristiandad Medieval
La asociación entre Barroco e Indias resulta como connatural a nuestra
primera impresión. En general lo solemos referir a las artes plásticas, a la
arquitectura y a la música que surgieron en las llamadas Indias Occidentales
por obra de la amalgama entre la cultura hispánica traspasada al otro lado
del Océano Atlántico y el elemento y genio propio de los pueblos nativos.
Quizás porque el Barroco llama la atención por su rareza, por sus formas
complejas y dinámicas, por su riqueza conceptual.
Barrocas en este sentido también fueron las instituciones políticas de la
Indias, pero más específicamente desde lo barroco entendido como respues-
ta católica ante la naciente Modernidad (siempre en sentido axiológico, no
cronológico, como apuntó Danilo Castellano) 1. Por ello, para comprender
en su plenitud la obra jurídico-política de España en América, preliminar-
mente trataremos de delinear aquello que entendemos por Barroco en un
significado más amplio que el habitualmente conocido.
La civilización forjada por la filosofía de Grecia y el genio político y jurí-
dico de Roma fue, en su plenitud, el escenario en el que el Verbo de Dios
se encarnó. La naciente Iglesia se expandió por impulso de los Apóstoles
hacia los cuatro quicios del mundo entonces conocido. Luego de sufrir per-
secuciones cruentas durante tres siglos, con el Emperador Constantino lle-
ga finalmente la paz y la libertad para la Iglesia. Pero a la par que esa paz
se consolidaba, el venerable edificio que fue el Imperio Romano comenzó
1 Cfr. Danilo C: «¿Es divisible la modernidad?», Verbo (Madrid), n. 515-516
(2013), p. 446.
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a resquebrajarse, señaladamente en su parte occidental, por influjo de las
invasiones de los pueblos bárbaros venidos desde el Oriente. Frente al des-
fondamiento de las instituciones políticas imperiales, fueron los grandes
hombres de Iglesia, como San Ambrosio, San Agustín o San Benito, los que
aportaron los cimientos para salvaguardar los restos de la venerable empresa
greco-romana que desaparecía y al mismo tiempo construir sobre esas bases
una nueva civilización.
Esa civilización, inspirada por la filosofía del Evangelio, en las palabras
siempre recordadas del papa León XIII, fue construyéndose lentamente
hasta llegar a su apogeo en el siglo XIII. Esta civilización tuvo su concre-
ción política no sólo en los diversos y particulares reinos y señoríos, sino que
también, de modo mancomunado y bajo la dirección espiritual del Papado,
conformaron esa unidad político-religiosa conocida como Christianitas, cuyo
norte e inspiración fue la tutela de la Fe Católica y Ortodoxa y la defensa en
común contra sus enemigos.
Como toda obra del hombre, la Cristiandad no fue ajena a diversos pro-
blemas, tanto internos como externos. Las tensiones entre las dos potesta-
des, las diversas herejías que asolaron regiones enteras y la irrupción del
Islam en el norte de África con las consecuentes invasiones a territorios eu-
ropeos, fueron los más serios peligros que hubieron de enfrentar los hom-
bres de la Edad Media. Según la geografía, unas amenazas fueron más can-
dentes que otras, pero no por ello dejaban de ser problemas que afectaban
a todo ese conjunto de pueblos. A la par de las amenazas, en el seno de esa
Cristiandad aparecían los frutos de la elevación del sustrato natural griego
y romano, sumado el aporte propio de los pueblos bárbaros, por obra de la
Gracia. Esta visión de la realidad sub specie aeternitatis fue la nota distintiva de
aquella época. La filosofía clásica se purificó y perfeccionó por el genio, por
ejemplo, de un San Alberto o de un Santo Tomás de Aquino. Se suavizó el
rigor del viejo derecho romano y la dureza del derecho germánico por vía
de la aequitas entendida en sentido cristiano, y junto al derecho canónico
dieron lugar al ius commune propio de toda la Cristiandad. La comunidad po-
lítica se consolidó en su constitución monárquica y orgánica, con un poder
limitado por la ética cristiana y por las libertades concretas, con una organi-
zación de la cosa pública atenta a la naturaleza y a la historia específica de
los hombres. La Respublica Christiana, la conjunción de la arcilla y el hierro,
en la imagen de los pies de la estatua del sueño de Nabucodonosor, parecía
haberse logrado.
Pero dicha unión, como enseñaba Rubén Calderón Bouchet, fue de por
sí inestable 2. Ese edificio portentoso y sólido, construido a lo largo de tan-
tos siglos por obra de santos, sabios y guerreros, comenzó a resquebrajarse.
Las interpretaciones relativas a cuándo empezó este deterioro y decadencia
2 Rubén C B, Esperanza, Historia y Utopía, Buenos Aires, Ediciones Dictio,
1980, p. 54.

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