Sexo, género y transgénero

AutorManuel Fernández del Riesgo
Páginas61-109
CAPÍTULO 2.
SEXO, GÉNERO Y TRANSGÉNERO
El sexo biológico, y el género cultural
El Diccionario de M. Moliner hace referencia al sexo, con un criterio biológi-
co, diciéndonos que es un “Carácter de los seres orgánicos por el cual pueden
ser machos o hembras”, que está relacionado con los “órganos sexuales exter-
nos”. Cabe, pues, hablar de una condición orgánica masculina – femenina. Y la
RAE nos dice que con el término género podemos hacer referencia al grupo
formado por los seres humanos de un sexo (masculino o femenino), pero que
ya tiene una connotación sociocultural. Creo que vale la pena las citas que trai-
go a colación, a pesar de su extensión, porque me parecen de las más equilibra-
das y precisas que he encontrado en mis lecturas. Aportan aclaraciones en un
campo teórico que, como veremos, muchas veces, adolece de ambigüedades y
confusiones. “Sexo es el conjunto de características biológicas que permiten
diferenciar a la mayoría de los seres vivos en los dos tipos de sujetos que par-
ticipan en la reproducción sexual. En este sentido, el sexo viene definido por
características fenotípicas y fáciles de identificar y de aislar, que resultan ob-
servables bien a simple vista bien con los adecuados instrumentos de labora-
torio”. Es el “sexo biológico” también denominado “sexo asignado al nacer”. Se
puede diferenciar del “género”, que “es algo dinámico, social, con una elevada
carga cultural, que varía en el tiempo y en diferentes espacios geográficos (…).
El sexo no puede ser performativo porque es estático y depende de elemen-
tos materiales; el género es en buena parte simbólico, por lo que se expresa
en lo que hacemos y en los componentes psicológicos regulados por normas
verbales”. “El proceso de sexuación se refiere a la formación de un hombre o
una mujer, como proceso biológico y social que se inicia en la fecundación y no
terminará hasta la muerte (…). La sexualidad es la manera que cada persona
tiene de vivir el ¨hecho de ser sexuado¨, por lo tanto es la manera -intra e in-
terpersonal, subjetiva y social- de verse, entenderse, vivirse y sentirse como
persona sexuada, por supuesto con total independencia de la orientación de
su deseo sexual. En este sentido, la identidad sexual se refiere a la conciencia y
sentimiento de pertenencia a uno u otro sexo; la identidad de género se refiere
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a la mayor o menor aceptación cognitiva, afectiva y conductual de los patrones
de comportamiento que, como construcción social, se asigna a cada sexo”.
La identidad de género, o llamado también “sexo psicológico” o “sentido”,
es la experiencia que cada sujeto posee de pertenecer a un determinado géne-
ro. El género es un constructo sociocultural que se refiere a las actitudes, com-
portamientos y sentimientos que la cultura asigna al sexo biológico, pero que
no contempla sólo el binarismo biológico, y se caracteriza por una plasticidad
y fluidez in crescendo. Y la “orientación sexual” es la atracción erótica y sexual
que una persona siente y experimenta con relación a otra.
El proceso de reconocimiento del propio sexo, que acabará implicando
también una significación y apreciación, comprende un período que puede
iniciarse desde los dos o tres años hasta los cinco o siete, y antes de los diez, su
tipificación adquirirá un carácter permanente. Hasta los tres años, “los niños
aprenden a reconocer su propio sexo y el de quienes los rodean (identidad de
género básica); en la asegunda etapa, que abarca desde los tres años hasta los
cinco, se experimenta una cierta estabilidad en la identidad de género (esta-
bilidad de género); en la tercera etapa, que se extiende hasta los siete años de
edad, los niños aprenden que las características de género son estables en el
tiempo (constancia de género)”. Naturalmente en este proceso, no sólo juegan
las evoluciones genética y biológica del infante, sino su interacción social y
emocional con los agentes sociales del entorno. Tienen lugar respuestas a los
estímulos y procesos cognitivos (Salgado Ruiz, Alfonso, “Procesos psicobioló-
gicos de la identidad sexual”. AA.VV, 2021, pp., 33-34. Cf. Bueno Teomiro, Fer-
nando, 2021, pp., 28, 78-79, 86-88).
Y algo que debemos de tener claro, y que recordaremos varias veces en
este ensayo, es que el sexo, como hemos dicho, tiene que ver con la reproduc-
ción sexual. Temática que el género podrá interpretar, evaluar y experimentar
de una u otra manera, pero que no podrá cambiar. Algo desde luego eviden-
te, pero que, como veremos, a veces, de manera interesada, se minusvalora,
o simplemente se borra u olvida. En esta distinción entre sexo y género ha
insistido la “ideología de género”, con la finalidad de evitar el “esencialismo
biológico”, y la naturalización de los fenómenos sociales, lo que impediría el
cambio de los mismos. Utilizando el término “genero” con la finalidad de ser
más inclusivo (hay que tener en cuenta especialmente a la persona trans), en
su planteamiento, como veremos, ha ido demasiado lejos. (Cf. Lora, Pablo de,
2021bis, pp., 24-27).
Vemos, pues, que el género comporta una interpretación-evaluación del
sexo, para que este se convierta en significativamente humano. Pero las co-
sas se han complicado, cuando se ha desarrollado el mencionado concepto de
identidad de género (gender identity). Con esta expresión se hace referencia a
la vivencia interna de dicho género por parte de un individuo particular. Esto
es, la persona, según sienta su género, tiene la capacidad de autodefinirse. Una
autodefinición que, generalmente, coincide o corresponde con la que la socie-
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dad ha otorgado el sexo biológico que se la ha asignado al nacer, según consta
en el registro civil. En este caso tenemos una persona cisgénero o binaria. Pero
hay casos en que esa correspondencia no se da, porque “la persona se identi-
fica con el sexo contrario al cuerpo que habita” y, en principio, con la corres-
podiente significación que le ha otorgado la sociedad. Entonces tenemos una
persona transgénero. Su identidad de género difiere del sexo biológico, que ha
quedado registrado en su certificado de nacimiento. Es como la excepción que
confirma la regla, en la que se conjuga un cuerpo de varón con una psicología
sexual de mujer, o viceversa.
Este concepto surgió a finales del siglo XIX, para tratar conductas desvia-
das con relación a su sexo. Cabe citar el texto Psychoptia Sexualis (1886) del
psiquiatra austro-alemán Richard von Kraff-Ebing. No obstante, hoy sabemos
que, desde muy antiguo, en culturas y sociedades indígenas occidentales y
orientales, existen registros de personas afectadas por la transexualidad. En
la literatura, representaciones de personas que cambian de género han apa-
recido hace muchos siglos. Un caso muy conocido es el de Las metamorfosis
del poeta romano Ovidio. El significado evaluativo de esta incongruencia varía
entre ellas. Si la persona en cuestión, quiere y manifiesta su deseo de que se
manipule y altere su cuerpo hormonal y quirúrgicamente, para adquirir el fe-
notipo sexual opuesto al que se la asignó en su nacimiento, tenemos una per-
sona transexual. Aparece, pues, la posibilidad de que la identidad de género,
como percepción subjetiva, se desvincule del sexo biológico, aunque no de la
biología sin más, como tendremos ocasión de puntualizar, frente a algunos ex-
tremismos, que nos resultan absurdos o incomprensibles. La diferencia entre
sexo y género, permite considerar la posibilidad de que un sexo no implique
necesariamente su vinculación con un género concreto. Esto es, “¨mujer¨ no
necesariamente es la construcción cultural del cuerpo femenino, y ¨hombre¨
tampoco representa obligatoriamente a un cuerpo masculino”(Butler, Judith,
2020, p., 226).
Ahí está el caso del transexual. Como afirma Arcadi Espada “los cruces de
naturaleza y cultura (nature/nurture) complican la determinación inequívoca
de los rasgos masculinos y femeninos y su respaldo fisiológico”. ¿Pero pode-
mos decir, sin más, que el género no se relaciona con el sexo ni causal ni expre-
sivamente, no teniendo nada que ver con él? Ya Simone de Beauvoir advirtió
que la biología no es un destino, pero habrá que contar con ella para llegar
a ser algo (hombre o mujer en sentido genérico, con toda la amplia gama de
posibilidades que ello encierra hoy, u otra cosa). La cuestión se complica más,
pues, cabe también la posibilidad de que el individuo no se identifique, en su
autopercepción, ni como del género masculino ni del femenino (genderqueer).
Son los “extraños”, o “no binarios”, que constituyen el “tercer género” (sen-
tirse una “mezcla” de ambos géneros binarios; algunos hablan de “bigénero”,
esto es, “persona que puede definirse dentro de los dos géneros, masculino y
femenino”). Eso tiene que ver con lo que antaño, en biología, se denominaba
“hermafroditismo”, y hoy es la “intersexualidad”, “donde existe una combina-

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