La ideología de género

AutorManuel Fernández del Riesgo
Páginas163-196
CAPÍTULO 6.
LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO
A esta altura del libro, ya hemos reflexionado sobre la compleja proble-
mática que encierra el binomio sexo – género. Hemos hablado de la persona
cisgénero, de la transgénero, de la transexual, del “extraño” o no binario, de
la traumática “disforia de género”, del intento de desbiologización del género,
sujeto ahora al sentir propio, pero que también se vincula a una capacidad de
autodeterminanción, la fractura que esta polémica ha provocado en el femi-
nismo, y sobre lo discutible de ciertas medidas legislativas que se han aco-
metido. Pero teniendo en cuenta la profundidad y alcance de la problemática,
que alimenta una preocupante deriva social, y aún asumiendo el riesgo de ser
un tanto reiterativo, estimamos conveniente ahondar en los presupuestos an-
tropológicos, epistemológicos, éticos, y ontológicos, de cara a profundizar en
nuestra argumentación crítica.
La ideóloga de género (IG): ¿una ideología desestructuradora?
Aunque esta expresión de IG se acuñó para denunciar un pensamiento dis-
torsionador, que buscaba el rechazo y la descalificación de determinados valo-
res sociales tradicionales, que entendía como retrógrados, dañinos y fomenta-
dores de la desigualdad, nosotros vamos a hacer un esfuerzo de comprensión
de su carga crítica. La IG ha abundado en la nota del relativismo. Ciertamente,
como ya hemos indicado, el proceso de sexualización del ser humano exige
la mediación de una significación, para que se consiga una sexualidad huma-
na con sentido. Pero eso no nos legitima a reducir esta última a mera cultura.
Biográfica e históricamente la pulsión sexual no existe al margen de la cultura,
pero no es simplemente cultural. No hay sexo sin género, pero todo no se re-
duce a éste último. Debemos de huir de los dos extremos: de los que piensan
que todo reside en la biología, y de los que piensan que todo depende de la
construcción social. “Unos ven la existencia como algo grabado en piedra y los
otros, como algo que fluye en un océano sin brújula” (Ekman, Kajsa Ekis, 2022,
p., 420). ¿Antes del lenguaje significante y la organización social no existe nada
que podamos identificar como el sexo? ¿Macho y Hembra ya no son categorías
aplicables al cuerpo humano? Esto, a primera vista al menos, como ya vimos,
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nos resulta desconcertante, al quedarnos sólo con la posibilidad de una des-
codificación infinita, con el único fundamento de una decisión, que nos aboca
a un nihilismo desestructurador. Un nihilismo desestructurador, que acabará
siendo impotente para darnos una definición precisa de qué sea el género.
Y lo más desconcertante, es que habrá autores a los que este inconveniente
nos les importará. Es la consecuencia del intento del ser humano de negar ahora
su naturaleza, sin más, pues el género es mera construcción cultural, donde el
sexo deja de ser un soporte biológico relevante. ¿Una ceremonia de la confusión,
que prescinde de la solvencia científica? ¿La autoconstrucción del individuo
humano no parte de un dato originario, por lo que el género puede construir-
se y deconstruirse continuamente? ¿Una tarea sin límites, que descansa en la
autonomía absoluta del sujeto humano? ¿Solo nos queda un “género fluido”,
en el fondo indefinible? Todo este planteamiento, en sus formulaciones más
extremas, nos resulta una elucubración sin rigor científico, ni lógico, pero que
se envuelve en un discurso retórico, para dar la impresión de que lucha por
la emancipación de la mujer, y el alumbramiento de una sociedad más libre y
justa.
Un objetivo que quiere conseguirse mediante un sexo lúdico y descompro-
metido en el que todo vale, que se prolonga hoy en una sexualidad liquida y
transitiva, “desencializada” y contraria a toda norma, amiga de lo plástico e
irregular, y la indefinición. ¿Qué podemos decir frente a este planteamiento?
Pues que como alternativa, a esa sexualidad desnortada, que de una u otra ma-
nera, en un grado o en otro, fomenta el poliamor, la bisexualidad, y una perso-
nalidad trans llevada al límite, consideramos que es un engaño y un empobre-
cimiento concebir nuestra libertad creadora como una instancia absoluta, sin
ningún referente. Obrar bien supone obrar conforme a nuestro modo de ser.
Pero si el modo de ser es el de cada uno, verdaderamente no hay ninguno, y
sólo nos queda el relativismo arbitrario. Una arbitrariedad y un voluntaris-
mo puro que no nos llevan a ninguna parte, lo que significa, a la postre, nues-
tra autodestrucción. Esto casa muy bien con la posibilidad tenebrosa, por in-
fluencia de Nietzsche y de Foucault, de un nominalismo (las cosas serán como
nosotros decidamos definirlas o nombrarlas), que anida, como vimos, en el
constructivismo postmoderno performativo, al servicio de un individualismo-
voluntarismo hedonista, y de la erótica del poder. “El género es una manifes-
tación contemporánea del superhombre de Nietzsche, del hombre que se hace
Dios que, a la manera de Dios, su palabra es creadora” (Calvo Charro, María,
2014, p., 38).
No nos cansaremos de decir, lejos del esencialismo cosificador, que la per-
sona humana tiene una “naturaleza”, que se perfila por medio de unos “inva-
riantes” como ya vimos, y que le es otorgada como tarea. Tarea que le llama a
realizar sus posibilidades orientadas por valores (que no creamos nosotros
arbitrariamente, sino que descubrimos y reconocemos). La naturaleza, pues,
entendida como una llamada a la libertad creativa, pero no arbitraria, sino res-
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ponsable. Como ya hemos dicho, la persona humana es una realidad irreducti-
ble que descansa en sí, teniendo que realizarse en la medida que conquista su
ser “desde dentro”, aunque en esa tarea no pueda prescindir de la mediación
del objeto y de los otros semejantes. Es una realidad radical que debe de in-
tegrar todas sus facetas, incluyendo los factores sexuales, inconscientes, so-
cioculturales e históricos. Por eso, ese “desde dentro” de la persona se rebela
como intimidad interior autoconsciente y libre, que tiene que descifrar todos
sus factores y circunstancias (incluido su inconsciente), no sólo como límites,
sino también como posibilidades. Tarea eminentemente moral en la que pue-
de contar con la ayuda de las ciencias humanas y de una reflexión ética, que no
la aísla, sino que inevitablemente la relaciona con los demás. Por eso, ese “des-
de dentro” no hay que entenderlo como un solipsismo individualista y asocial.
Es cierto, como insiste el sociólogo Fernando Vidal, que cada uno vive desde
uno mismo. Pero ese ser individual no se puede desgajar de lo que somos con
los demás, y sobre todo, el exceso de un yo, que padece “sobreegoización,” aca-
ba viviendo fuera de la realidad, distorsionándola. Esto es algo en lo que tene-
mos que insistir al abordar los excesos de la transexualidad y la teoría queer.
La personalidad trans y la teoría queer: ¿una ceremonia de la confusión?
Pero todo esto parece olvidarlo la teoría queer. Comenzaremos por recor-
dar que el termino queer es una palabra inglesa que significa “extraño”, “poco
usual”, “raro”. La utilizaron para denominarse y hacerse visibles en los años
1920 y 1930 ciertos grupos de homosexuales. Pero en los años noventa se
usa para aludir, en tono despectivo y burlón, a la persona homosexual. “Es un
término que ha operado como una práctica lingüística que tenía el propósi-
to de avergonzar al sujeto nombrado o que, más bien, trataba de producir un
sujeto a través de esa interpelación humillante. La palabra ¨queer¨ obtiene
precisamente su fuerza de la invocación repetida que terminó vinculándola a
la acusación, la patologización y el insulto”. (Butler, Judith, 2022, p., 316). No
obstante, la comunidad gay, liberándola de su carga humillante, la usó con or-
gullo para expresar su identidad reivindicativa. Su significado se ha ampliado
difusamente para referirse “a casi cualquier actitud disidente en asuntos de
orientación sexual e identidad de género”. Es, pues, a modo de un “paraguas”
que cubre a las personas que no cumplen con la norma heterosexual, propia
del cisgénero, y que incluso se enfrentan al “mainstream” LGTB porque inten-
ta integrar otras sexualidades. En este sentido el término queer parece aludir
a un activismo, a un movimiento, a una filosofía, a una metateoría, o a lo que
ustedes quieran (Cf. Errasti, José. Pérez Álvarez, Marino, 2022, p., 131-132).
No es sólo que la palabra queer aluda a diversos significados, sino que pa-
rece haber diversas teorías queer, que se contradicen entre sí, y algunas de las
personas que las construyen se resisten a su definición. La expresión “teoría
queer” fue acuñada por Teresa Lauretis. ¿Una disciplina que se resiste a disci-
plinarse? (Nikki Sullivan). ¿Un mundo cambiante, de tal modo que acaba cues-

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