La evolución de la institución familiar

AutorManuel Fernández del Riesgo
Páginas133-161
CAPÍTULO 5.
LA EVOLUCIÓN DE LA INSTITUCIÓN FAMILIAR
¿La familia conyugal monógama y heterosexual, ya no es la única alter-
nativa institucional?
Para seguir arrojando luz en esta temática de la ideología de género, y te-
niendo en cuenta ese replanteamiento de la unidad familiar que se formuló
en Beijing (1995), al que aludimos en el cap. 1, vamos a reflexionar sobre el
origen y los avatares de la institución familiar. Aunque a algún lector le pueda
sorprender, este “rodeo”, creo que vale la pena llevarlo a cabo de cara, insisto, a
los intereses de nuestra reflexión.
A la luz de las ciencias humanas, sabemos que la institución familiar es una
de las más antiguas de la sociedad humana. Ha sobrevivido a lo largo de los si-
glos, a través de sus diversas modalidades de organización, para terminar im-
poniéndose, de modo general, la familia conyugal monógama y heterosexual.
La mayoría de los antropólogos y sociólogos creen que su universalidad se ex-
plica por la propia naturaleza de la sociedad humana. Y es que en la familia ha
encontrado la sociedad la mejor solución a la necesidad de un ajuste adaptati-
vo, que necesita para su supervivencia. Y es que, como nos recuerda Pablo de
Lora, un orden social “es necesario porque los hechos biológicos brutos tienen
un poder devastador”. Un sexo sin su correspondiente orden institucional (de-
beres y derechos), sin un constructo social, nos habría llevado a la extinción
(Lora, Pablo de, 2021, p., 115). ”El rol de los numerosos tabúes sexuales y de
las prescripciones de casamiento muestran claramente la importancia que la
humanidad les ha concedido desde siempre a las relaciones sexuales” (Kö-
ning, R., 1981, p., 61).
Lévi-Strauss, inspirado en las investigaciones de Émile Durkheim y Marcel
Mauss, destacó que lo más relevante de la institución familiar es que, por me-
dio de sus deberes y derechos, estableció prohibiciones como medidas de or-
ganización. Y destacó el tabú del incesto como principio de organización social
intra y extrafamiliar cuasi universal. La razón de ello es que la familia exige
unos roles y relaciones institucionalizadas no ambiguas, contra las que aten-
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tan las relaciones incestuosas. El tabú además ha propiciado las relaciones de
colaboración y dependencia entre familias, y la supervivencia del todo social.
Supuso el paso de la naturaleza a la cultura (Cf. Lévi-Strauss, “La familia”. En
AA.VV., 1982, pp., 33-37. König, René, 1981, pp., 37-38). La solución conyugal
monógama se ha acabado imponiendo a medida que el proceso de hominiza-
ción ha supuesto un proceso de personalización de la sexualidad-afectividad
(Cf. Morin, Edgar, 1978, p., 181. Michel, Andrée, 1974. Hinojal, I.A., 1973. Sán-
chez Cámara, Ignacio, 2011, p., 17).
Los dos elementos institucionales básicos que se han impuesto son el “ma-
trimonio”, que incluye las reglas que definen los deberes y derechos de los
cónyuges, y la “filiación”, que define la línea de descendencia, y las personas
que tienen derechos y responsabilidades sobre los hijos. La antropología cul-
tural y la historia del derecho nos enseñan que, para que se dé el matrimonio
son necesarios un hombre y una mujer, que se comprometen a vivir juntos y
hacerse cargo de la prole, ante alguien que representa oficialmente al grupo
humano. Esto significa que el matrimonio exige “la presencia organizada del
contexto social”. Y los contrayentes “piden ser reconocidos por los demás y
por la autoridad representante de los ¨otros¨ en ese reconocimiento”. El ser
humano es el animal simbólico de la palabra, y el matrimonio es “la socializa-
ción de la sexualidad por la palabra” (Oraison, Marc, 1968, pp., 16, 17.)
En esta misma línea, en relación con la institución matrimonial, escribe
Francisco: “La unión encuentra en esta institución el modo de encauzar su
estabilidad y su crecimiento real y concreto. Es verdad que el amor es mu-
cho más que un consenso externo o que una especie de contrato matrimonial,
pero también es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configura-
ción visible en la sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta
su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro” (Franciscus,
2016, (A.131), pp., 113-114). Una vida social no es posible sin la protección
que proporcionan los deberes y derechos. Y más cuando, por desgracia, hay
matrimonios que fracasan, y para los que no se vislumbra, en muchas ocasio-
nes, otra salida que la terminación de la aventura emprendida, y el divorcio.
¿Por qué he hecho esta puntualización? Porque este modelo institucional,
en su evolución histórica, a partir de los años setenta del siglo pasado, sufrió
el ataque y la crítica del movimiento contracultural, que arremetió contra las
injusticias y contradicciones de la sociedad burguesa-capitalista. En la línea
del pensamiento marxista, Antonio Gramsci y Louis Althusser acabaron de-
nunciando a la familia como “aparato ideológico del Estado”. En esa línea crí-
tica contracultural insistió el “antipsiquiatra” David Cooper. Crítica, que como
veremos, tiene sus consecuencias para el tema de la ética de la sexualidad en
general, y de la homosexualidad y la transexualidad en particular. Cooper cri-
ticó a la familia tradicional como un microsistema social que cultiva valores
y actitudes como el esfuerzo y la competencia, la autoridad, la obediencia, el
sentimiento de culpa y el arrepentimiento, y la integración sumisa en el siste-

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