Las ideologías en la Constitución de 7978

AutorJosé Vilas Nogueira
Cargo del AutorCatedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Santiago de Compostela
Páginas87-102

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¿Las Constituciones son productos «ideológicos»?, ¿se puede adscribir una Constitución deter-minada a una ideología particular?, o, dicho mejor, ¿cualquier Constitución, por ejemplo, la vigente Constitución Española de 1978, se puede adscribir a una ideología particular?; ¿no será, más bien, producto de una combinación, probablemente desigual, de influencias ideológicas diferentes?

Una cumplida contestación a estas preguntas (y a otras asociadas, que no escaparán al lector) requeriría un verdadero tratado. Como ni las fuerzas del autor ni el espacio disponible permiten tamaña empresa, ofreceré una respuesta parcial, limitada a la cuestión del influjo de diversos elementos ideológicos en nuestra vigente Constitución. Con todo, parece imprescindible, alguna consideración introductoria sobre la noción de ideología que se usa (y de la que se abusa) con más desembarazo que rigor, y del concepto de Constitución, que siendo susceptible de un uso razonablemente preciso es, sin embargo, utilizado con los significados más abigarrados.

Introducción: sobre la ideología

Es conocida la formidable, azarosa y contradictoria, historia de la palabra «ideología». Sin embargo, se insiste poco en esta historia. El lector lógico, y benévolo, pensará que, precisamente por conocida, inútil es detenerse en ella. Es una posibilidad, pero hay también otra menos gratificante: mejor no recordar aquella historia para no comprometer la utilización «inocente» de la palabra.

Porque la consistencia de la noción de ideología es muy débil. Este neologismo es de aparición relativamente reciente. Fue inventado por un philosophe, DESTUTT DE TRACY, a finales del siglo XVIII, y como revela la composición de la palabra pretendía designar una (nueva) ciencia: la ciencia de las ideas. El proyecto epistemológico no alcanzó nunca realidad, pero los círculos a que pertenecía su frustrado inventor sí discurrían y escribían sobre el acontecer político de su país. Y, pocos años después de la invención de la palabra, sus críticas molestaron a Napoléon Bonaparte. La respuesta del naciente autócrata fue que las críticas de los philosophes eran cosas de «ideólogos», esto es, de hombres de gabinete (en la acepción de lugar de estudio, de esta palabra), desconocedores de las constricciones del arte del gobierno.

Ahí habría acabado la historia, como un episodio más de la tensión entre los ideales políticos y el arte del gobierno, si no fuese que cuarenta años después, Karl MARX (con Friedrich ENGELS), retomó la palabra, con el adjetivo de «alemana» para dar título a su obra sobre la evolución de la filosofía idealista alemana y las venturas y desventuras de los neohegelianos de izquierda, tomados ahora

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algo más en serio que en La Sagrada Familia. Ahora, la ideología designa el complejo más o menos articulado de ideas, valores, nociones y representaciones sobre la historia y la realidad político y social de la «burguesía» (otra noción cuya consistencia es más aparente que real) alemana. Porque en La Ideología alemana la palabra burguesía está más próxima de su significación literal (los habitantes de las ciudades, que se enfrentaron a la nobleza) que del significado de propietarios de los medios de producción, o más precisamente de los capitalistas, que predomina en El Capital. En cualquier caso, la concepción marxiana de la ideología incluye como rasgos constitutivos, no meramente adventicios o accidentales, el de ser un pensamiento de clase, y precisamente de clase burguesa. No es sorprendente que la determinación de la ideología que estudian MARX y ENGELS sea nacional: La Ideología alemana. En los términos de esta obra sería absurdo hablar de «ideología proletaria»; sería incorrecto hablar de «ideología aristocrática».

Como pensamiento de clase, precisamente burgués, la ideología supone constitutivamente un efecto de percepción invertida de la realidad (la célebre comparación con la formación de las imá-genes en la retina del ojo humano). ¿Por qué los nobles o cualquier clase dominante pre-capitalista habían de padecer esta inversión de la percepción? Como elucidará con mayor rigor teórico el MARX posterior, porque la extracción del plusvalor o excedente por estas clases dominantes se efectuaba por medios «políticos» (lo que aquí quiere decir, por la violencia institucionalizada). En cambio, la burguesía lo hace por medio del contrato de compraventa de la fuerza de trabajo. De aquí, la posibilidad (y la «necesidad histórica», en el universo teórico de MARX) de la ideología. Como sabe cualquier mediano conocedor de MARX, entre otras cosas porque el propio MARX lo dijo insistentemente, La Ideología Alemana se sitúa en el punto de inflexión entre su crítica, más o menos feuerbachiana, a la filosofía del Estado y del Derecho de HEGEL, y su obra económica posterior. Pero, aunque el tema literario de la «inversión» de HEGEL, de invertir lo que estaba invertido, de restituir a HEGEL a una posición menos incómoda que la de cabeza abajo, sea menos frecuentado en el MARX «economista», la empresa permanece (yo no creo que haya dos MARX; ni menos, claro es, tres: hay diferencias, hay evolución; hay contradicciones, quién no las tiene escribiendo a lo largo de tantos años y sobre cuestiones tan distintas, pero no hay «ruptura» sustancial).

Entregada La Ideología Alemana a la roedora crítica de las ratas, en las conocidas palabras de su autor; MARX apena utiliza la palabra «ideología» en su obra de madurez. Ahí, nuevamente, podría haber acabado la historia. Pero, a finales del siglo pasado, la palabra es retomada desde dos posiciones radicalmente distintas. Por un lado, por algunos sociólogos «burgueses», es decir, académicos; por otro lado, por LENIN, que, a pesar de bastantes opiniones en contrario, siempre fue un teórico de segunda o tercera fila, y además muy oportunista en su trabajo teórico. Esta singular convergencia priva a la noción de su inexcusable (en MARX) referente de clase burgués, y por tanto prescinde de su efecto constitutivamente deformante (o lo trivializa). La ideología pasa así a significar un complejo, más o menos articulado, de ideas, valores, nociones, representaciones, etc., con vocación prescriptiva, sobre la historia y la realidad política y social, con referencia a una clase, pero a cualquier clase social, o a cualquier otro grupo humano, no de clase, importante. LENIN habla sin empacho de «ideología del proletariado». Con este nuevo valor, la verdadera «ideología alemana» entre los años 30 y 40 fue el «nacional-socialismo». No es imposible encontrar referencias a la «ideología católica» y, por ejemplo, entre nosotros, todos hablamos con frecuencia de las ideologías nacionalistas, etc.

Se perdió, pues, el tono disvalorativo que acompañaba a la «ideología» en MARX. Pero, además en los últimos treinta años, sobre todo desde que a Daniel BELL se le ocurrió hablar del fin de las ideologías, la palabra ha adquirido, último sorprendente avatar de esta historia plagada de equívocos y ambigüedades, una carga valorativa positiva. La ideología es, ahora, sinónimo de «ideales» políticos y sociales y es vindicada frente a la política de los meros intereses (hasta en un número de Ec/e-

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sia, del pasado año (1987), se hacía referencia a un discurso de un obispo -probablemente latinoamericano, lamento no recordar su nombre, pues cito de memoria- que alertaba de los peligros del declive de las ideologías).

Ideologías y Constitución

La Constitución ha recibido muchas y muy variadas definiciones. Sin embargo, es uno de los pocos términos del lenguaje de la teoría política y del Derecho constitucional susceptible de una definición precisa (que «debería» ser aceptada por todos). El núcleo conceptual de la Constitución, como lúcidamente advirtieron los constituyentes franceses de 1783, es el de ser la norma fundamental y fundamentadora de una organización política soberana que establece un gobierno limitado, por la doble vía de la consagración de una esfera de actividad del ciudadano exenta de la intervención del poder político, y de la división del ejercicio del poder entre varios cuerpos independientes 1. Naturalmente, este núcleo en la realidad empírica está siempre rodeado de una periferia, más o menos abigarrada, pero quizá no sería exorbitante pedir a los estudiosos que distinguiesen una cosa de otra.

Consiguientemente, la Constitución, entendida en este sentido «nuclear» o esencial, es, en sí misma, un producto de la «ideología» liberal. Ciertamente, las Constituciones de este siglo, más generalizadamente (y con frecuencia, más acusadamente) las posteriores a la 11 Guerra mundial incluyen otros aportes ideológicos, de más o menos fácil caracterización, pero el núcleo irreductible de la Constitución sigue siendo el gobierno limitado. MARTíNEZ CUADRADO 2 distingue tres ciclos constitucionales: «el ciclo del liberalismo, entre los años 1789-1848, la expansión de la democracia política a lo largo de 1848-1914, y la democracia social a partir de 1918-1945». Al margen quedan, aunque se titularan Constituciones, y muchos estudiosos prefieran ceder al nominalismo que buscar la esencia de las cosas, las llamadas Constituciones soviéticas (y algunas otras, claro es), pues la concepción soviética del poder excluía los rasgos constitutivos de la Constitución.

Por tanto, cabe adelantar: i) que si nuestra Constitución, de 1978, es una verdadera Constitución (como creo que es) ha de exhibir una influencia privilegiada de la ideología liberal; y ii) que la laxitud y relativa indefinición de la «categoría» de ideología nos sitúa en un...

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