Las subculturas como magia: problemas de la etnografía urbana

AutorJock Young
Páginas181-204
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CAPÍTULO VIII
LAS SUBCULTURAS COMO MAGIA:
PROBLEMAS DE LA ETNOGRAFÍA URBANA
«La gente respetable tiene acceso a una cantidad de información limitada
sobre Cornerville. Puede que averigüen que es una de las áreas más congestio-
nadas de los Estados Unidos. Es uno de los principales puntos de interés en
cualquier tour organizado para mostrarle a la gente de clase alta las malas con-
diciones en las que se encuentran las viviendas donde habita la gente de clase
baja. Bien haciendo turismo o a través de estadísticas, se puede descubrir que
las bañeras son poco comunes, que los niños corren por las calles descuidadas y
estrechas, que el índice de delincuencia juvenil es alto, que la criminalidad pre-
domina entre los adultos y que una gran proporción de la población dependía
de ayudas del Estado durante la depresión.
Vistas así, las personas de Cornerville aparecen como clientes de trabaja-
dores sociales, como acusados en casos criminales, o como miembros no dife-
renciados de las “masas”. Hay algo que no funciona en esta fotografía: en ella
no hay seres humanos. Aquéllos a los que les concierne Cornerville pretenden
encontrar respuestas que requieren un conocimiento íntimo de la vida local me-
diante una encuesta general. El único modo de adquirir tal conocimiento es vivir
en Cornerville y participar en las actividades de la gente» (Whyte, 1995: xv-xvi).
«La fresca sorpresa de una cultura viva es un bofetón a la ensoñación. Las
culturas reales, sorprendentes y bulliciosas, se mueven. Existen. Son algo en el
mundo. De repente dejan atrás (vacías, expuestas y feas) las ideas de pobreza,
privación, existencia y cultura. Los sucesos reales nos pueden ahorrar mucha
f‌ilosofía» (Willis, 1978: 1).
Ahora me gustaría trasladar la atención desde la etnografía de la antro-
pología clásica a la etnografía urbana, y así examinar más a fondo el con-
cepto de construcción del otro (othering). El etnógrafo, como antropólogo
urbano, viaja, como el antropólogo colonial antes que él, a lugares difíciles
y remotos. Él o ella van a un área de la ciudad lejana socialmente hablando,
ya sea el Washington D. C. de Elliott Liebow, o el gueto de Filadelf‌ia de Carl
Nightingale, o el Barrio Este del Manhattan de Philippe Bourgois. Es un
lugar que no suele ser visitado, y que más bien suele ser evitado, porque es
un lugar que asusta y ofende al público de clase media.
Jock Young
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1. LA ETNOGRAFÍA: TRES FORMAS DE CONSTRUCCIÓN
DEL OTRO
En The Second Sex Simone de Beauvoir escribe lo que sigue sobre hom-
bres y mujeres:
«Los términos masculino y femenino son empleados simétricamente sólo en
lo que se ref‌iere a la forma, como en los documentos legales. En la realidad la
relación entre los dos sexos no es precisamente como la de dos polos eléctricos,
ya que el hombre representa tanto lo positivo como lo neutral, según indica el
uso común de la palabra hombre para designar a los seres humanos en general;
mientras que la palabra mujer representa sólo lo negativo, def‌inido por criterios
restrictivos, no recíprocos» (1953: 15).
El hombre es autónomo de la mujer, la mujer es def‌inida por el hombre;
el hombre es un punto de partida neutral que no hace falta explicar, la mu-
jer es un enigma; el hombre es sensato, optimista, la Fuente de la razón, la
mujer es frívola, infantil, irresponsable, el hombre es el «Nosotros» tácito,
la mujer es el Otro. «La categoría del “Otro”», sugiere de Beauvoir, «es tan
primordial como la conciencia misma» (1953: 14), y de todos los binomios
«yo»/«otro», el masculino y femenino es uno de los fundamentales.
El desarrollo del concepto de construcción del otro continuó en la so-
ciología de la desviación y en la literatura constructivista social de los años
setenta para describir la manera en la que la amenaza de otras realidades
sociales se suaviza al describirlas como una desviación de lo «normal», de
modo que no se considera que transmitan valores alternativos, sino que se
les ve como carentes de lo que caracteriza a la normalidad. El papel del
«experto» en este análisis, ya sea un analista social, un científ‌ico social o un
psiquiatra es ayudar a sostener los valores convencionales, normalmente de
clase media blanca, presentándolos como absolutos (por ejemplo, la satisfac-
ción diferida, la familia monógama, el trabajo estable), y a cualquier desvia-
ción de éstos como producto de algún déf‌icit, moral o material. Esta crítica
fue expuesta de la forma más elegante ideada en The Social Construction of
Reality (1967), de Peter Berger y Thomas Luckmann, haciendo hincapié
en el miedo existencial al otro, la inseguridad ontológica que engendra la
diferencia. También surgió la crítica dentro del campo de la sociología de
la conducta desviada, de manos de escritores como Erich Goode (1994), y
Paul Rock (1973). Éstas fueron las ideas de las que salió la información para
mi propio trabajo etnográf‌ico sobre el consumo ilícito de drogas en Notting
Hill, en la zona oeste de Londres, realizado a f‌inales de los años sesenta y
publicado como The Drugtakers (Young, 1971b). Me interesaba especial-
mente la manera en que esas estrategias daban forma a la imagen del otro
desviado (el drogadicto-enemigo) y cómo ante la existencia de pánicos mo-
rales dicha creación de alteridad se autoverif‌icaba (was self-fulf‌illing). Ya nos
encontramos con el concepto de «Orientalismo» de Edward Said (1978), un

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