El conocimiento peligroso y la política de la imaginación

AutorJock Young
Páginas205-251
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CAPÍTULO IX
EL CONOCIMIENTO PELIGROSO Y LA POLÍTICA
DE LA IMAGINACIÓN
«La imaginación es una cosa, la criminología es otra» (Klockars, 1980: 93).
Ha llegado el momento de establecer los límites de esta imaginación, de
resumir lo que sostiene este libro, recapitular sus principales argumentos y
relacionarlo todo entre sí.
Si la imaginación sociológica implica situar al individuo en un contexto
estructural e histórico, en un contexto donde se cree una narrativa biográf‌i-
ca en orden cronológico en un mundo de posibilidades y circunstancias, la
imaginación en sí no es una característica independiente que sólo tengan las
personas con suerte. Y es que las vicisitudes de la historia crean períodos en
los que la imaginación corre hacia adelante y épocas en las que todo parece
estático y sólido. Y ciertos estratos de individuos quedan atrapados en la
vorágine, mientras que otros son arropados y protegidos de la ambigüedad
y las alteraciones. Como expliqué en The Vertigo of Late Modernity, una
respuesta particular al cambio es refugiarse en certezas para exigir una rele-
vancia sólida en las vertiginosas corrientes del mundo moderno. El mismo
mundo académico es propenso a rendirse a dicha tentación de retirarse, de
torres de marf‌il y vida contemplativa: los edif‌icios centrales de los campus
cubiertos de hiedra y los campus rurales aislados. A veces los propios aca-
démicos reclutados para una disciplina pueden darle forma al objeto de es-
tudio, unas veces sensibilizando un aspecto marginal y poco convencional,
otras uno serio y conformista. De hecho, en uno de sus primeros artículos,
pero ya celebrado, publicado en 1943, C. Wright Mills habla de la «ideología
profesional de los patólogos sociales», ref‌iriéndose al origen pueblerino de
los sociólogos estadounidenses que entraban en el campo de la problemática
social por aquel entonces y de cómo le dio esto forma a sus percepciones del
mundo a su alrededor. Así que la sociedad era vista como un organismo, los
valores como un consenso, y la desviación de la normalidad como una pa-
tología. Por el contrario, las perspectivas sobre la sociedad de aquéllos que
viven en las grandes ciudades multiculturales de la modernidad tardía llevan
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la huella de un mundo muy diferente. Éstas son las ciudades compuestas
por diásporas, como nos recuerda Zygmunt Bauman, donde una propor-
ción cada vez mayor de la población nace en otros países. Son ciudades
donde hay mayoría de minorías, ciudades de hiperpluralismo, con un cu-
bismo mágico de perspectivas, donde todos son simultáneamente normales,
desviados o incomprensibles, desde un punto de vista u otro. Y, claro está,
la sociología se ha benef‌iciado enormemente de aquellos individuos con un
punto de vista cosmopolita; de los judíos, de minorías étnicas o de quienes
experimentado movilidad social frente a sus orígenes. Llevan con ellos una
visión doble o triple, son viajeros sociales, extraños perpetuos, en el sentido
de Simmel, atrapados entre dos culturas, incapaces de ver el mundo como
natural e inequívoco.
Una paradoja central de este libro es que el positivismo se ha desarrolla-
do precisamente en un mundo que es sumamente hostil a su desarrollo. Vivi-
mos en un mundo de pluralismo extremo, con el que nos encontramos cada
día en la calle y en la pantalla. Este pluralismo está sujeto al cambio cons-
tante, y el hibridismo entre culturas desdibuja las fronteras constantemente.
Dicho estado de fragmentación contamina cualquier intento de conseguir el
acuerdo o la constancia en la def‌inición que requiere la «ciencia». No obs-
tante, es en una tierra tan poco apropiada donde el positivismo f‌lorece en las
ciencias sociales, se desarrolla y prolifera y donde, a pesar de las pruebas de
creatividad de la cultura humana que nos rodean por todos lados, se evoca
el determinismo con tanta avidez. En ningún otro sitio se hace esto más evi-
dente que en la criminología y en la sociología de la desviación. Sin embargo,
como he defendido a lo largo de este libro, en la sociedad de la moderni-
dad tardía, tanto las causas como los efectos de la conducta desviada son
manif‌iestamente diversas, como lo son, por supuesto, las def‌iniciones de lo
que es conducta desviada. Y es que hay miríadas de términos para explicar,
tolerar y facilitar la conducta desviada. Disponemos de todo un mundo de
referencias en Internet, desde culebrones a noticias, contactos personales y
nuestra observación para disculpar la conducta desviada, justif‌icarla o negar
que realmente sea desviada. Debido a las exigencias laborales cambiantes,
familiares y comunitarias, estamos constantemente en el proceso de escribir
nuestras historias personales. No tenemos historias f‌ijas que nos conf‌irmen
quiénes somos, lo que está bien y lo que está mal, ni qué tipo de personas
somos. Por el contrario, estamos continuamente abiertos a reescribir nuestra
historia, volviéndonos a evaluar. Estamos en el mercado de la identidad, y el
mercado está plagado de ideas.
1. PROPONIENDO EL CONOCIMIENTO PELIGROSO
«Muchos criminólogos piensan que el crimen no tiene una def‌inición uni-
versal. Consideran el crimen algo subjetivo, mientras que la sociedad y su siste-
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ma judicial “fabrican” el crimen cambiando su def‌inición. Su anarquía intelec-
tual hace un estropicio de nuestro campo de las siguientes formas:
— No f‌ijándole fronteras y dejándolo en la vaguedad.
— Requiriendo una criminología diferente para cada sistema jurídico.
— Permitiendo a los alumnos de criminología sacar sobresalientes fácil-
mente, sin importar lo que escriban» (Felson, 2002: 17).
Olvidemos por un momento lo fácil que es sacar un sobresaliente con
un programa de estudios trillado en el que se rechaza la imaginación y en
el que se supone que los retos intelectuales que son parte intrínseca de la
actividad académica son «hacer un lío». Sólo se puede adivinar lo que Mary
Douglas, autora de la obra fundamental sobre la categorización social, Purity
and Danger («Pureza y peligro», 1966), habría pensado de toda este charla
sobre ausencia de reglas, romper fronteras, antipatía hacia la vaguedad, pun-
tuación más que generosa y lío, todo en un solo párrafo, ¡y cada uno intro-
ducido con su guioncito! Pero el hecho es que su miedo es racional. Marcus
Felson, como Hans Eysenck antes que él, admite totalmente que la ciencia
requiere categorías medibles, f‌ijas y objetivas, y que describir el crimen, la
conducta desviada o cualquier otro comportamiento humano de otro modo
(al margen de cuánto se corresponda realmente con la realidad), es una ame-
naza a la empresa científ‌ica. El complejo ante las ciencias naturales es, en
resumidas cuentas, un deseo constante, pero un sueño imposible.
En su extraordinaria obra Geographies of Exclusion, David Sibley habla
no sólo de exclusión social y espacial (la exclusión de las clases peligrosas),
sino también de exclusión del conocimiento peligroso. Y escribe:
«La defensa del espacio social tiene su homólogo en la defensa de las re-
giones del conocimiento. Esto signif‌ica que lo que constituye conocimiento, las
ideas que ganan credibilidad a través de libros y publicaciones periódicas, está
condicionado por relaciones de poder que determinan las fronteras del “conoci-
miento” y excluyen ideas y autores amenazantes o peligrosos. Por consiguiente,
cualquier receta para llegar a una sociedad más igualitaria y mejor integrada
debe incluir también propuestas para cambiar la forma en la que se produce el
conocimiento académico» (1995: xvi).
Tanto el positivismo tradicional en sociología o psicología o la nueva
«ciencia del delito» (crime science) de Marcus Felson como los teóricos de
las actividades rutinarias/de la elección racional están especialmente intere-
sados en mantener def‌iniciones y demarcaciones rígidas entre la ciencia y la
no ciencia, entre el crimen y la «normalidad», entre el experto y el criminal,
entre la criminología y las disciplinas académicas más humanísticas (e inclu-
so entre los individuos, estudiados como átomos asilados incapaces de acti-
vidad colectiva). Está en la naturaleza de la criminología crítica cuestionar
todas estas distinciones y, por supuesto, le resulta insoportable el proyecto
de la criminología como ciencia sobre el crimen. Como tal, su «anarquía

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