Prólogo

AutorIsmael Peña-López
Páginas11-15
© Editorial UOC Prólogo
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Prólogo
Internet primero; después lo que convinimos en llamar Web 2.0; luego
las redes sociales o las aplicaciones para tableta y móvil. Todo ello, unido
con el descontento hacia el sistema de democracia representativa, parece
conjurarse para reivindicar algo de soberanía para el ciudadano sobre la
base de recuperar la vieja democracia directa de la antigua Grecia.
Esa democracia directa se edificó sobre dos fuertes bases: la primera,
que el mundo era en cierto modo comprensible para el individuo, dada
su relativamente baja complejidad; la segunda, que los ciudadanos podían
dedicarse a tomar decisiones, a gestionar lo común, a la política, porque
una gran parte de la sociedad no estaba compuesta por ciudadanos con
plenos derechos políticos: mujeres, metecos y esclavos.
Tras varios siglos de regímenes no democráticos, la democracia es
paulatinamente recuperada por los nuevos estados liberales, pero con
un añadido: los distintos estratos de instituciones intermediadoras. No
en vano, en el siglo XVIII el mundo era ya enormemente complejo y el
número de ciudadanos (formalmente) libres y con derechos políticos
demasiados como para hacer eficiente y eficaz la implicación directa en la
toma de decisiones.
¿Hasta qué punto estamos ahora en condiciones de tomar lo mejor de
los dos mundos? ¿Podemos devolver la soberanía al ciudadano a la vez
que minimizamos los costes, asociando la gestión colectiva gracias a las
distintas tecnologías y espacios digitales?
La solución que habitualmente viene a la mente al hablar de mayor
participación, de devolución de soberanía, de tecnología para el ejercicio
democrático es el voto electrónico. El voto electrónico –y la democracia
directa como concepto subyacente– parece la solución mágica que vendrá
a sanear nuestra democracia. Votamos más, nos representan menos: fin de
la corrupción, sentido de no ser utilizados…, todo bueno.
La buena noticia es que el voto electrónico goza ya de una salud for-
midable, al menos en términos técnicos. No en vano, la gestión del voto
tradicional ya es electrónica en muchas de sus fases.

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