El ocaso del letargo ciudadano: detonando las pasiones políticas

AutorJorge Francisco Aguirre Sala
Páginas171-182
© Editorial UOC Capítulo IX. El ocaso del letargo ciudadano…
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Capítulo IX
El ocaso del letargo ciudadano:
detonando las pasiones políticas
Los psicólogos sociales predicen bajos índices de participación ciuda-
dana y casi un nulo activismo cuando los gobiernos satisfacen mediana-
mente las demandas sociales con cierta eficacia y un mínimo de eficiencia
y alcanzan a resguardar la estabilidad económica y política junto con la
seguridad pública. O, al menos, cuando los gobiernos logran generar
percepciones positivas sobre estos tópicos, entonces el activismo y la
participación resultarán meramente coyunturales para casos particulares.
Abonando a lo anterior, los científicos sociales1 consideran que, habiendo
alcanzado las condiciones mínimas o satisfactorias de bienestar, los ciu-
dadanos son indiferentes a los asuntos políticos. O, en su defecto, la casi
nula credibilidad hacia los representantes políticos o los partidos –como
se ha dicho– provoca la desafección ciudadana por la política.
Bajo las percepciones de satisfacción, estabilidad y seguridad, el ciuda-
dano común adopta la actitud que Ackerman ha llamado de «ciudadano
privado». Nos dice el pensador norteamericano, con el típico pragmatis-
mo de su tradición: «[nada ocupará] al privatista perfecto, quien exige el
derecho absoluto de pasar por alto la política cada vez que encuentra algo
mejor que hacer [«los problemas son tareas del gobierno»]… [además]
¿Cómo puede hacer notar sus preocupaciones de ciudadano privado sin
lanzarse al obsesivo compromiso característico del ciudadano perfec-
tamente público? [...] [para los ciudadanos privados] la vida política no
es más que una de muchas diversiones en su continua búsqueda de la
felicidad»2.
En efecto, los humanos, también en nuestra calidad de ciudadanos,
estamos en la perpetua búsqueda de la felicidad. Y la felicidad, desde la
perspectiva del ser ciudadano, consiste en vivir, al menos desde unos míni-
mos, en condiciones dignas y justas bajo las garantías que le corresponde
otorgar y perpetuar al Estado. Lo cual genera dos dificultades: en primer
lugar, establecer un criterio coincidente entre ciudadanos y Estado sobre

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