Epílogo

AutorJorge Francisco Aguirre Sala
Páginas183-192
© Editorial UOC Epílogo
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Epílogo
¿Cuál es la geografía de la democracia líquida como puerto de arri-
bo para los ciudadanos comunes, quienes son vistos como políticos o
legisladores «ilegítimos» por los ojos de los representantes fiduciarios?
La respuesta requirió de una docena de ensayos aquí expuestos para
comprender los tres faros del puerto de arribo. Esos faros son útiles para
establecer varios muelles –es decir, modelos para organizar el quehacer
democrático–, porque se unen a través de la transversalidad flotante, dúc-
til y casi del todo impredecible de la soberanía.
Los faros son el sustento o sujeto de la soberanía, la sustancialidad
inasible de los representantes proxies ad hoc y la complejidad de los piratas
que hacen partido para arribar al puerto del derecho de los ilegítimos.
¿Quién es el sujeto y cuál es el sustento de la soberanía? y ¿cómo ha
de respetarse en ellos la misma? Al plantear la primera pregunta se ha-
cen presentes varias respuestas, algunas formalmente jurídicas como ya
habíamos citado: en la actual Constitución española, el artículo 1.2 reza:
«La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los
poderes del Estado»; en el mismo tenor, el artículo 39 de la Constitución
mexicana reconoce: «La soberanía nacional reside esencial y originaria-
mente en el pueblo...»; y así podríamos enumerar varias declaraciones en
donde hallaríamos la referencia al «pueblo» como sustento o sujeto de
la soberanía1. Sin embargo, estas respuestas contienen implícitamente su
propia objeción: ¿en dónde –o mejor dicho, en quién– radica «el pueblo»?
Viene a la memoria una cuestión teórica y filosófica, quizá para el juicio
de muchos lectores incluso bizantina, planteada con amplitud en la edad
media y que tiene raíces desde las polémicas metafísicas platónicas y aris-
totélicas: el problema del estatuto ontológico de los universales. Es decir,
¿qué tipo de existencia tienen las abstracciones universales? Para algunos
son solo nombres, meras denominaciones de imaginarios. Para otros,
son representaciones de realidades en-sí y por sí inmutables y eternas
(hipóstasis), verdaderas sustancias de los constructos teóricos. Para otros,
enraizados en el empirismo radical, los universales no existen. Para mí,
los universales solo existen de dos maneras, aunque pueden considerarse

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