Alegro Vivace

Páginas369-387
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ALEGRO VIVACE
1. MARCHENA PRESENTA UNA NOVELA DE ACCIÓN1
En el salón de actos del Instituto Cervantes —portaaviones de la lengua espa-
ñola en el mundo— con un lleno de tarde memorable, comparten el estrado
Pepa Fernández, periodista radiofónica que secuestra con su voz reposada en las
mañanas de Radio Nacional de España, el Magistrado Manuel Marchena, que
no necesita presentación, y el convocante, el autor de Algo va mal, su última
novela, Fermín Bocos, uno de los maestros de la radio española, recordado
director de Hora 25 en mis/nuestros años mozos. Es su quinta novela (y no hay
quinto malo, se dice en el mundo taurino).
Pepa Fernández es un medio centro de los que abre espacios. Conduce la
pelota sin mover la cabeza, mirando al tiempo a derecha e izquierda y la pone
a los pies del interlocutor —en este caso, Manuel Marchena, aunque tal vez ya
haya prescindido del nombre y sea un apellido que no necesita nombre— para
que avance, regatee y remate. Y Marchena demostró ser un extraordinario delan-
tero que no se escondió ante ningún balón, un delantero culto, ameno, cercano,
de voz melodiosa, templado, elegante y por supuesto, objetivo. Tal y como es.
Sin aditivos ni colorantes, con su naturalidad y calidez canarias, con su sentido
común de jurista de los que hacen época, con su seniority que rezuma desde la
piel hasta el corazón.
Pero “Algo va mal” susurra Fermín Bocos. ¡Hemos venido a hablar de mi
libro para ir bien! El libro lo presenta un juez prudente (iuris prudens), ejemplo
de equilibrio, personificación de la balanza de la justicia independiente e impar-
cial. Está perfectamente justificado porque en el libro nos encontramos no pocos
protagonistas del mundo del Derecho: un juez de la Audiencia Nacional que
autoriza unas escuchas, un Fiscal de la misma perfectamente olvidable (lo siento,
Jesús), una Juez (que no jueza) de reciente ingreso especialmente celosa de sus
1 Publicado en Conilegal el 20 de febrero de 2020.
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TIEMPO DE CONSTITUCIÓN
competencias al frente de un Juzgado en San Roque, un abogado cuyo nombre,
por cierto, es un guiño del autor a un buen amigo jurista, por supuesto la Poli-
cía Judicial, e instituciones jurídicas como “organización criminal”, “asesinato”
(que en las manos de un profesional se convierte en “sanción”), “robo” y “falsi-
ficación” de obras de arte, incluso una ley holandesa, que, protege la vida pri-
vada de la gente (¿nosotros no, verdad?), pero también blanqueo de dinero a tra-
vés de Gibraltar, coacciones y amenazas de todo género y condición incluida la
de “plantar” una querella por injurias y calumnias, fraude fiscal, oscuras comi-
siones multimillonarias de algún dirigente político, reglamentos (“estamos en
Alemania y el reglamento es el reglamento”, p. 265; “la inexplicable muralla del
reglamento”, p. 176) y hasta el espacio Schengen y la Europol.
Y naturalmente, como hay con frecuencia, en los procesos nos encontramos
con “filtraciones” y por supuesto, manipulaciones e intereses mediáticos vario-
pintos, gargantas profundas, soplos, scoops, portadas sensacionalistas y pánico
confesable ante el cuarto poder: “Anote bien el mensaje, dice Telmo Salcedo,
no me preocupa la sangre, me preocupa la tinta. La prensa, los medios y el escán-
dalo político” (p. 245), y lo refrenda el periodista Mikel Azuera, que no era un
aventurero de oficio, y que “sabía que la tinta puede resultar tan letal como el
plomo” (p. 259). Me viene a la cabeza un genial diálogo de G.K. Chesterton:
“—¿Cree usted en maldiciones?, preguntó Smaill con curiosidad. —Yo no creo
en nada, soy un periodista. Me llamo Boon, del Daily Wire”. Como resumió Pepa
Fernández, en el libro de Bocos todos (políticos, empresarios, jueces o policías)
desconfían unos de otros, pero todos confluyen en desconfiar de los periodistas.
La novela tiene un ritmo vibrante pero acompasado. Marchena confiesa
su admiración por el autor, fusionado con tantos escenarios que ha narrado
como periodista racial, siempre periodista como es Curro Romero un torero
que no deja de serlo ni cuando se acoda en la barra de un bar a tomar un vino.
Algo va mal (que no todo) no es solo una novela negra —afirma Marchena (a lo
que replica Bocos que negrísima)— pues, aunque cuenta con un investigador
(el soñador y entusiasta policía Montañés) no es el protagonista y conductor de
la narración como sí lo son Montalbano, Bevilacqua, Brunetti, o Maigret y, ade-
más, porque en la novela se encadenan varias tramas. De esta forma desfilan
personajes por doquier perfectamente definidos y de todo pelaje, alguno hasta
bueno, aunque predominen los poco escrupulosos o directamente malvados.
El mal ejerce fascinación.
Como el Wotan de “La Walkiria” wagneriana, Bocos “aspira a comprender
lo que aún no ha sucedido”. Con verbo fácil y lenguaje cinematográfico nos va
arrebatando nuestro tiempo para hacernos esclavos de la lectura de Algo va mal
—imposible de abandonar— para conocer el final de una obra trepidante que
tiene de todo menos temperatura sexual. Tienen cabida la venganza —excluida
en el mozartiano templo de Sarastro— pero también la conspiración, los asesi-

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