El órgano barroco español: un patrimonio eclesiástico a ser puesto en valor

AutorMª Ángeles Jaén Morcillo
Cargo del AutorOrganista-Concertista Profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha Titulada Profesional y Superior en Órgano con 'Mención de Honor' y media final de 'Sobresaliente 9,23' Licenciada en Traducción e Interpretación con ?Premio Extraordinario' y ?Mención de Honor de Fin de Carrera a Nivel Nacional'
Páginas201-222
VII. El órgano barroco español:
un patrimonio eclesiástico a ser puesto en valor
Mª ÁNGELES JAÉN MORCILLO
Organista-Concertista
Profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha
Titulada Profesional y Superior en Órgano
con 'Mención de Honor' y media f‌i nal de 'Sobresaliente 9,23'
Licenciada en Traducción e Interpretación con ‘Premio Extraordinario” y
‘Mención de Honor de Fin de Carrera a Nivel Nacional’
1. INTRODUCCIÓN
Numerosas iglesias de España albergan un gran legado patrimonial
que acumula siglos de historia y que ha sido el fruto de la maestría de
diferentes artes plasmadas en múltiples manifestaciones, como arqui-
tectónicas, escultóricas o pictóricas.
Y, precisamente, entre todas esas artes, se halla una muy especial
que supuso el compendio de varias de ellas y que permitió la creación
de un patrimonio realmente singular por tratarse, frente al resto, de un
patrimonio “vivo” que, para que pueda apreciarse en todo su esplendor,
es preciso poder “darle vida”: el arte de la organería.
Este complejo arte, que requiere la unión de una gran labor artística
(de ornamentación, tallas, esculturas, policromía, dorados…), junto a la
formación para el tratamiento, fundición y trabajo de metales, implica,
además, unos conocimientos musicales y técnicos muy específ‌i cos
que, en su conjunto, hacen posible, como si de una obra de “ingeniería
musical” se tratase, la creación de un imponente instrumento con el
que siempre solía contar cada iglesia: el órgano.
El órgano, cuyo extraordinario desarrollo se ha extendido durante
centurias y en diversas naciones, ha sido el que ha experimentado la
mayor y más compleja evolución de cuantos instrumentos se han creado.
Sus enormes posibilidades sonoras y tímbricas, que superan a las
de toda una orquesta y llegan a alcanzar los límites audibles por el ser
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humano (tanto en las frecuencias más graves, como en las más agudas),
le han convertido en el instrumento solista por excelencia a lo largo de
toda la Historia de la Música.
A diferencia del resto de instrumentos, que, debido a su constitución
y/o limitaciones, necesitan agruparse para tocar y crear polifonía, e inclu-
so, a diferencia de los polifónicos, limitados a una sonoridad concreta,
el órgano, por su propia naturaleza, sus numerosos y variados recursos
y prestaciones y su inmensa paleta tímbrica, así como sus amplísimas
posibilidades polifónicas (las mayores de todos los instrumentos que
existen), al ser tocado con manos y pies de forma simultánea, constituye
el instrumento solista por antonomasia que no necesita, en absoluto, de
nada más (ni instrumental ni vocal, que lo único que harían es “eclip-
sarlo”, “anulándolo” y relegándolo a un porcentaje ínf‌i mo de las vastas
posibilidades sonoras para las que fue construido), puesto que, en sí
mismo, el órgano es toda una “orquesta de instrumentos”.
Prueba irrefutable de ello es, por un lado, el increíble legado musi-
cal de obras para órgano solo que nos ha dejado en tantos países tras
siglos de historia, tocándose en las celebraciones litúrgicas, tan amplio
y diverso como tantas tipologías de órgano se fueron desarrollando y
estéticas sonoras se fueron conf‌i gurando, y que se convierte en el mayor
conjunto de repertorio de instrumento solista existente y de los que se
han compuesto, y del que todavía duermen en archivos tantísimas obras
de gran interés por investigar y sacar a la luz.
Y, por otro lado, basta observar a los propios órganos, cada uno
de ellos único y completamente diferente del resto, y estudiar con
detenimiento las características que poseen para poder comprobar el
asombroso potencial sonoro que pueden llegar a ofrecer y cómo todos y
cada uno de sus recursos y centenares e, incluso, miles de tubos (desde
el de mayores dimensiones, que puede medir varios metros de altura y
alcanzar las proporciones de una especie de gran “columna”, hasta el
más pequeño, del tamaño de un lapicero, de apenas unos centímetros)
les han sido dotados para cumplir su papel de instrumento solista en
las múltiples sonoridades que requiere y para afrontar las considerables
demandas acústicas de los templos en los que fueron instalados.
Por todo ello, no es de extrañar que célebres compositores como
Johann Sebastian Bach o Wolfgang Amadeus Mozart, admirados ante
la belleza de la rica ornamentación, policromía y dorados de sus cajas
y, muy especialmente, asombrados ante su gran capacidad polifónica,
su descomunal potencial sonoro y sus innumerables posibilidades
tímbricas, lo bautizaran como “el rey de todos los instrumentos”.

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