La estructura de la acción

AutorDaniel González Lagier
Páginas127-157
CAPÍTULO VII
LA ESTRUCTURA DE LA ACCIÓN
1. INTRODUCCIÓN
En el anterior capítulo he concluido que para solucionar las paradojas
de la acción o, al menos, para replantear bajo una nueva perspectiva algunos
problemas surgidos en el ámbito de la f‌ilosofía y de la dogmática penal,
puede resultar útil distinguir tres aspectos de las acciones (que pueden dar
lugar a tres sentidos distintos del término «acción»). En este capítulo quiero
ofrecer un esquema útil para el análisis de los actos-resultado y los actos-
consecuencia; esto es, voy a analizar algunos de los elementos comunes
que podemos distinguir en un buen número de acciones (aunque quizá no
en todas), como cerrar una ventana, matar, otorgar testamento, etc. O, si se
pref‌iere, en un buen número de acciones bajo una descripción (si se opta por
un concepto de acción como el de ANSCOMBE y DAVIDSON).
Podemos distinguir (al menos) los siguientes «elementos» en las
acciones:
(1) Una secuencia de movimientos corporales.
(2) Un efecto o cambio en el mundo.
(3) Un vínculo entre la secuencia de movimientos corporales y el cam-
bio en el mundo (o entre un cambio y otro).
(4) Una intención.
(5) La interpretación o signif‌icado de la secuencia de movimientos
corporales.
En los siguientes apartados me ocuparé de cada uno de ellos.
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2. LA SECUENCIA DE MOVIMIENTOS CORPORALES
2.1. El papel de los movimientos corporales
Los movimientos corporales son el elemento a través del cual las accio-
nes «entran» en el mundo. Por un lado, desde la perspectiva del observador,
cuando éste «ve» una acción lo que en realidad está viendo es una secuencia
de movimientos corporales de un agente, que interpretamos a la luz de sus
intenciones (o las intenciones que le supone) o de reglas. Los movimientos
corporales son, en def‌initiva, la «materia prima» que interpretamos. Esto
asegura que las acciones no son entidades puramente conceptuales, sino que
tienen un anclaje en el mundo natural, y ello con independencia de que se
trate de acciones naturales o institucionales. Por otro lado, desde la perspec-
tiva del agente, realizar una acción 1 consiste muchas veces en realizar una
acción 2 que guarda una relación especial con la acción 1 (hablaré de «rela-
ción de generación»: la acción 2 genera —causalmente, convencionalmente,
etc.— la acción 1). Enfrío la habitación al abrir la ventana, y abro la ventana
al mover la manija. El primer elemento de este proceso externo al agente
(externo por contraposición a los sucesos mentales) son los movimientos
corporales: con ellos la acción «entra» en el mundo exterior.
Cualquier acción ha de tener por tanto un aspecto observable. Adoptar
esta perspectiva implica dejar fuera de nuestro concepto de acción a las
acciones mentales, pero no a las acciones lingüísticas, que, en última instan-
cia, consisten en la emisión de ciertos sonidos, para lo que resulta necesario
realizar movimientos corporales (movimientos de la laringe, de la boca, de
los labios...). Así, HABERM AS habla de movimientos corporales causalmente
relevantes y de movimientos corporales semánticamente relevantes 1. Esta
última categoría podría ampliarse (para dar cuenta de todas las acciones
institucionales), hablando de movimientos corporales convencionalmente
relevantes.
2.2. ¿Cualquier movimiento corporal?
No todos los movimientos de nuestro cuerpo forman parte de nuestras
acciones. Tenemos varias opciones a la hora de precisar qué movimientos
corporales pueden formar parte de una acción. La respuesta depende en cierta
medida de si queremos incluir los actos ref‌lejos en nuestra noción de acción.
1 HABERM AS, 1987: 140.

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