Democracia e interculturalidad en un mundo condicionado por la educación y la tecnociencia: una reflexión interdisciplinar

AutorGraciela López De La Fuente/Juan R. Coca
Cargo del AutorProfesora de Derecho del Trabajo/Profesor de Sociología. Universidad de Valladolid

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I Cuestiones previas

Desde el Iluminismo, Racionalismo, en definitiva, desde la Ilustración empezó a extenderse la idea de que existía una única cultura que tenía las características de ser perdurable, racional y universal. Dicha cultura se identificó con la occidental. Esta concepción se transmitió hasta la actualidad y se llegó a constituir como el supuesto modelo a seguir por toda estructura cultural y, por lo tanto, como el criterio comparador frente a las otras. Es decir, todas aquellas distinciones respecto de la cultura occidental eran consideradas como retraso, como fallo. Tanto es así que hubo autores, como Locke y Hume, que llegaron a decir que la naturaleza humana estaba poco desarrollada en niños, dementes y salvajes, encontrándose muy desarrollada en Europa.

Como bien afirma Allué Buiza, «la creación de la democracia, propia de Occidente, se ha exportado mucho más allá de nuestros límites geográficos, imponiéndose en otras partes del mundo y tipificándose en forma de declaraciones, convenciones o cartas con una vocación igualmente universal»1. Uno de los principales pilares que ayudaron al sostenimiento de esta cosmovisión fue el desarrollo científico. La aceleración de la revolución industrial producida en la primera mitad del siglo XIX y la relación cada vez más estrecha con la ciencia, trajeron consigo la consideración de la ciencia y la tecnología como materialización de este ideal humano; el hombre europeo.

Respecto a esta idea de Europa, como el horizonte único al que debe caminar toda cultura, surgieron disidentes. En la segunda mitad del siglo XIX, en países como Portugal y España, surgen expresiones de rechazo a este europeísmo. Estas expresiones eran la búsqueda de la identidad propia, de la dife-

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rencia respecto a Europa. Por lo tanto, «la supervivencia del Estado había quedado vinculada, como fruto de todo el proceso del XIX, a la creación de cultura y a la reivindicación de la propia historia»2. Esta búsqueda de la identidad propia, es la que empezó a sentar las bases para lo que posteriormente se denominó como multiculturalismo.

Posteriormente, dentro ya del siglo XX, se hace notable el deterioro que se fue produciendo en toda esta racionalización europeísta. Los distintos conflictos europeos se tradujeron en una visión más global, tanto de la pluralidad como de la diversidad. A esta nueva mentalidad han contribuido todos aquellos exiliados. Concretamente en el caso español, filósofos y poetas, en mayor o menor medida, han provocado que Latinoamérica3se convirtiese en «una de las cunas donde con mayor rigor ha germinado el discurso intercultural»4.

Llegados ya a la época más actual, hasta los años setenta, el término multicultural era el usado preferentemente, para designar la convivencia de personas de culturas diferentes dentro de un mismo espacio social. Esta multi-culturalidad, hacia referencia también al respeto a las identidades culturales diversas. Actualmente, este término, se emplea, con mayor frecuencia, en los países anglosajones, En cambio, en los países europeos más mediterráneos se utiliza el término intercultural.

Además de esta diferencia en el uso de los términos, en la mayoría de los países europeos el término multicultural hace referencia a las sociedades donde coexisten diversas culturas, es decir, es un término eminentemente descriptivo. En cambio el concepto de interculturalidad hace referencia a un tipo de relación que se puede llegar a establecer entre personas de diferentes culturas que comparten una misma sociedad. Queda claro, por tanto, el conflicto entre ambos conceptos. De hecho Mora considera que «la multiculturalidad respondía, pues, a un doble plano que en un primer momento no estaba articulado y tenía dificultades para ser teorizado, es decir, había sido vaciado de referentes y el «todo vale», expresión hiperbólica de un estado de casos plagados de relativismo, no sólo afectaba a zonas delicadas del conocimiento sino que ponía en cuestión derechos que se consideraban ya universales de los individuos»5.

En cambio al hablar de interculturalidad se habla de algo utópico, es decir algo que está en construcción, algo que todavía no tiene lugar (outopos).

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II La cultura como concepto complejo

El intento de establecer una definición de qué es la cultura ha dado lugar a un gran número de estudios6; no existiendo todavía un consenso general sobre dicha definición. Por ello es necesario situarnos previamente para que quede claro que es lo que se va a entender por cultura al emplear dicho término.

Debido a la estructura biológica humana, a la estructura social, a las expresiones artísticas, religiosas, lingüísticas... la cultura no es un concepto inequívoco y estático, posee numeroso factores que la constituyen como tal. De modo que existen numerosos autores que discuten sobre la existencia de cultura en primates no humanos, sobre si se produce o no selección cultural, etc. Definir, por lo tanto, la cultura como aquellas informaciones transmitidas entre distintos individuos (animales o personas) mediante algún tipo de aprendizaje social, resulta un tanto restrictivo debido a la complejidad que posee la persona y por ende la cultura.

Por lo tanto, los procesos que tienen lugar entre los simios no se considerarán como cultura sino esbozos culturales. Esto sucede así porque existen procesos adquiridos por aprendizaje social, aunque son pequeños pulsos no comparables con los sucesos llevados a cabo por el Homo sapiens. Con lo dicho queremos afirmar —al igual que Boyd y Silk— que «es probable que las capacidades psicológicas que originan la cultura humana posean homologías en el cerebro de otros primates, y la función de la transmisión cultural en los humanos bien podría estar relacionada con su función en otras especies»7.

No obstante, y a pesar de tener sus pilares apoyados en procesos biológicos, la cultura —en humanos— no consiste en la transmisión aséptica de información. La cultura y la persona —entendida como sujeto moral— se retroalimentan continuamente. Es decir, la persona se irá constituyendo dentro de una cultura al tiempo que la persona modifica la cultura. Pero «decir que el ser humano es un ser cultural no es decir qué es la cultura»8.

Por lo dicho —pese a haber sido de un modo tan escueto— al hablar del término cultura estaremos haciendo referencia a lo expuesto por Mounier: «La cultura es lo que queda cuando ya no se sabe nada: Es el hombre mismo»9.

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Esta definición, aunque presenta cierta imprecisión, goza de la virtud de condensar el aspecto fundamental del concepto que estamos tratando: que la cultura es expresión de nuestra propia humanidad siendo además transformación profunda de uno mismo. Por este motivo la interacción entre dos culturas puede resultar muy conflictiva. En este sentido, a la hora de tomar postura ante la interacción entre culturas —según Besalú y en líneas generales— podemos distinguir la existencia de una actitud etnocéntrica en la que la aproximación a una cultura diferente a la nuestra, se realiza bajo nuestro propio prisma, produciéndose incomprensiones y sesgos. También podemos diferenciar el relativismo cultural como actitud de relación diferencial que consiste en el acercamiento al otro, bajo los valores de él. Esto posee ciertos riesgos: guetización (formación de guetos), romanticismo (idealización de la otra cultura) o fosilización (inmovilismo). Por último, y esta actitud será la defendida en este trabajo está el interculturalismo que no es otra cosa que la búsqueda, desde el respeto, de la práctica del diálogo en equidad, observando críticamente las culturas ajenas y la propia. Dicho de otro modo, «la interculturalidad no es entendida sólo en su dimensión racional, lógica o filosófica, sino como una experiencia en el mundo cotidiano, en el que compartimos vida e historia con otros; se trata de cultivar ese saber práctico de manera reflexiva para organizarnos alternativamente desde él»10.

III El acercamiento a otras culturas conditio sine qua non para el reconocimiento mutuo y el desarrollo de valores sociales

Al acercarse a una cultura diferente a la nuestra, uno se da cuenta que existe todo un contexto lingüístico, conceptual, histórico... que produce una visión muy particular del cosmos, una cosmovisión.

En este sentido, como bien expresa Buber, «toda gran cultura extendida por pueblos descansa en un acontecimiento de encuentro originario, en una respuesta dada una vez al Tú en su punto fontanal, en un acto esencial del espíritu. Este acto, reforzado por la energía de generaciones posteriores en la misma dirección, crea en el espíritu un peculiar entendimiento del cosmos: sólo por este acto se hace posible continuamente el cosmos del ser humano; sólo ahora puede continuamente el ser humano edificar con alma reconfortada y con un entendimiento peculiar del espacio templos y moradas humanas, plenificar el tiempo agitado con nuevos himnos y canciones y dar forma a la comunidad humana misma»11.

Estas cosmovisiones generan ciertos paradigmas intraculturales que serán inconmensurables con respecto a los de otra cultura. Pero téngase en cuenta que al hablar de inconmensurabilidad no se hace referencia a la posi-

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bilidad de traducción y asimilación de cualquier concepto por otra cultura. Se hace referencia al hecho de que los conceptos producidos dentro de una cultura nunca serán transmitidos inmutablemente a...

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