Islam y educación religiosa en países europeos de estructura política democrática y legado religioso cristiano. Análisis comparado

AutorGloria M. Morán
Cargo del AutorCatedrática de derecho eclesiástico. Universidad de Coruña

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I Presupuestos
1.1. El fracaso de las repúblicas árabes del siglo XX, emigración y expansión de la cultura musulmana en Occidente

La sociedad secular en los países de tradición cultural cristiana observa a la inmigración musulmana y a su cultura religiosa con creciente desconfianza y se debate entre dos enfoques contrapuestos. Dos puntos de vista que tienden a polarizar la visión de las relaciones contemporáneas entre el Occidente cristiano y el Islam.

Por una parte, el enfoque que propician los argumentos minoritarios que rescatan una concepción idealizada del Islam, desde una visión nostálgica no exenta de un cierto romanticismo utópico sobre el paraíso perdido del Al Andalus, que presenta a la civilización islámica como la cuna del desarrollo cultural medieval de Europa, a partir de la que se reclama la recuperación de su legado en Occidente desde el revisionismo histórico.

Por otra parte, la formulación presentada desde la retórica de su antagonismo recíproco y del multisecular legado de confrontación entre cristiandad e islamidad que el historicismo potencia.

En definitiva dos enfoques de verdades parciales, fragmentadas e incompletas, penetrados por ideologías político-culturales de opuesta naturaleza, una anclada en la añoranza del glorioso pasado de la civilización islámica y la otra asentada en el temor a la hipotética hegemonía musulmana y el eventual retorno a una historia dominada por la violencia por causa de la intolerancia religiosa.

Un legado con sus luces y sombras que se inicia a partir de la expansión musulmana del siglo VIII y del desarrollo del modelo califal, que alcanza su apogeo ideológico poco antes del inicio la era de las Cruzadas y hasta el fin de las mismas, entre los siglos X a XIII. Y de nuevo cobra impulso tras la caída de Constantinopla en 1453, con la destrucción turca del Imperio Bizantino y la expansión del Imperio Otomano, que llega a conquistar buena parte de Europa oriental y amenaza no sólo la propia ciudad de Viena en 1529, sino también las costas mediterráneas de Europa meridional, para cuya defensa se crea la Santa Liga en 1571 entre el Imperio Español, los Estados Pontificios, las repúblicas de Venecia y Génova, el Ducado de Saboya y la Orden de Malta.

La visión contemporánea del Islam que emerge a comienzos del siglo XXI está mediatizada por el rechazo visceral a los actos terroristas yihadistas contra Occidente, que se inician con el atentado que desmoronó las torres del World Trade Center en Nueva York hace ya más de una década. Una visión teñida de creciente islamofobia que ve al Islam con temor por la proyección integrista que propicia el islamismo político radical, presente más que nunca en la, a mi juicio mal llamada por la prensa, primavera árabe. Pues nada tiene que ver con la primavera de Praga, de dónde se toma el término, que se

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produjo en 1968 contra la opresión ideológica soviética y el monopolio del partido comunista, y que termina dramática y abruptamente ocho meses después, tras la ocupación militar soviética de Checoslovaquia.

La reciente revolución en los países árabes - que se inicia en 2011 en Túnez, aunque algunos analistas incluso anticipan en las revueltas del Sahara occidental contra Marruecos- es una sublevación política y social, que reclama reformas constitucionales y económicas para una mayor democratización en los países culturalmente musulmanes del Norte de África y Oriente Próximo. Una revuelta social en la que se vienen produciendo manifestaciones masivas y desórdenes violentos que - a pesar de los intentos de ser sofocadas por los gobiernos en el poder, con represiones a menudo brutales y muy sangrientas- se expandió con rapidez entre los países islámicos desde el Magreb a la Península Arábiga, fruto en buena parte del fracaso político del nacionalismo árabe, que no logró la ansiada estabilidad democrática, sino que derivó hacia regímenes militares dictatoriales.

Si recordamos la historia reciente de los países árabes, buena parte de ellos fueron creados artificialmente al amparo del complejo proceso descolonizador2, y al calor del emergente nacionalismo árabe del siglo XX tras el colapso del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. Un conflicto que puso fin a la supremacía política turca en buena parte del sur de Europa oriental y en Oriente Próximo de los siglos XVI al XIX, e instauró el modelo colonizador franco-británico de protectorados tras el Acuerdo Skyes-Picot de 1916, que dividió Oriente Próximo en cinco zonas e impidió conscientemente la creación de un Estado árabe unificado. Una situación que provocó desde entonces en el mundo musulmán un creciente resentimiento ideológico contra Francia y Gran Bretaña. Resentimiento que propició la Guerra de independencia turca entre 1919 y 1923, en la que se suprimió el estado independiente de Armenia, de tradición cristiana, se produjeron atroces masacres de la población, la expulsión de las comunidades cristianas griegas de Esmirna y la fundación de la República de Turquía bajo el liderazgo de Atatürk. Un modelo político que declaró abolido el califato en 1924 y sentó las bases democráticas y laicas de la nueva Turquía.

Su ejemplo será en buena parte imitado por las repúblicas árabes magrebíes bajo la ola nacionalista provocada tras el derrocamiento de varios mode-los monárquicos árabes, que habían sido tutelados por las políticas exteriores paternalistas francesa y británica. Regímenes todos ellos inestables que instauran un férreo autoritarismo político3, que provoca continuas oleadas de

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refugiados políticos que emigran hacia Europa y EUA. La creación del Estado de Israel en 1948 y las guerras árabe-israelíes de las décadas inmediatas, incrementaron sustancialmente la inmigración de refugiados palestinos y libaneses a Europa occidental y Estados Unidos especialmente. La ocupación militar de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003 lideradas por EUA, canaliza una inmigración masiva así como se incrementan los flujos migratorios tras las revueltas árabes iniciadas en 2011 que derivan a situaciones de auténtica guerra civil en buena parte del mundo árabe. Efectivamente, esta situación de inseguridad y opresión, intermitentemente virulenta, ha propiciado a lo largo del siglo XX una masiva inmigración de la población árabe sobre todo a Europa y EUA, que ya se había ya iniciado durante el periodo colonial en distintas oleadas. Buena parte de estos movimientos migratorios se incentivaron a partir del propio proceso descolonizador. A finales del siglo XX en los países miembros de la OCDE habían inmigrado casi un total de 5 millones de árabes4, mayoritariamente musulmanes.

Las estadísticas nos ofrecen los siguientes datos de inmigración árabe a mediados de la primera década del siglo XXI5. Como se expone en el informe de la Naciones Unidas de la Comisión económica y social para Asia occidental (ESCWA, siglas en inglés) del 6 de julio del 20076, los desequilibrios económicos, demográficos y sociales han incrementado drásticamente la emigración árabe y mayoritariamente musulmana a Occidente. Francia ocupa el primer lugar como país receptor europeo, que ya a finales de 1999 contaba con casi 2 millones de inmigrantes árabes procedentes de Argelia, Túnez y Marruecos, un número que se ha duplicado con creces en la actualidad. Seguido de Italia con más de millón y medio de inmigrantes magrebíes y España, que contaba con más de medio millón hacia el 2005 mayoritariamente marroquíes, y en la actualidad rebasan el millón. También destacan como países europeos receptores Suecia, Holanda, Dinamarca, Bélgica, Italia, Suiza y Noruega. La inmigración turca, que no árabe, se ha asentado principalmente en Alemania a

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partir de mediados del siglo XX y supera en la actualidad los 4 millones de primera o segunda generaciones, un 4.5 % de la población total alemana, a los que se suman casi medio millón de kurdos. Las tensiones de índole xenófoba han irrumpido en Alemania en la última década del siglo XX, que se hallaba inmersa en el proceso de reunificación política y con enormes tensiones económicas, y a pesar de los programas gubernamentales de integración social, los turcos siguen siendo una de las comunidades de inmigrantes socialmente peor integrada en Alemania7.

A su vez los musulmanes procedentes de Pakistán, de etnias urdú y pashtu sobre todo, se han asentado principalmente en Gran Bretaña, inicialmente cuando aún formaba parte de la India y estaba bajo el control colonial inglés. En la actualidad hay en Reino Unido casi tres millones de musulmanes de etnias y procedencia diversas, si bien la población inmigrante pakistaní es la mayoritaria. A su vez los indonesios en Holanda, también comenzaron a emigrar durante la etapa colonial holandesa en Indonesia.

En Irán, la revolución y la guerra con Irak a comienzos de los años ochenta propició una masiva migración de la población principalmente a Estados Unidos, y en menor número a Francia, Reino Unido, Alemania y Suecia, sobre todo. Los iraníes, como los turcos, no son árabes salvo pequeñas comunidades del sur en las proximidades del Golfo Pérsico. Los persas son casi todos musulmanes, en su gran mayoría shiítas, mientras los turcos y los árabes son fundamentalmente sunitas.

El conjunto de musulmanes residentes en Europa occidental se estima en 20 millones8, del total de 500 millones residentes...

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