Trabajadores: historia, actualidad y porvenir

AutorEduardo Cavieres y Claudio Llanos
Páginas15-47
TRABAJADORES: HISTORIA, ACTUALIDAD
Y PORVENIR
Eduardo CAVIERES y Claudio LLANOS
INTRODUCCIÓN
Hacia 1910-1914 la mayor parte de la población mundial seguía trabajando
en la agricultura o en ocupaciones cercanas a ella. Una de las grandes novedades
del siglo XIX fue que el trabajo comenzara a realizarse a cubierto:
Para los que procedían de las zonas rurales, la primera impresión de una fábrica
tuvo que ser la de una casa de trabajo. Al mismo tiempo, debido a las mejoras técnicas
de la minería, la faena también se tornó más «subterránea» y se hizo a más profundidad.
Ni siquiera las tendencias más difundidas del siglo —en particular, la urbanización—
hicieron que se tambaleara la fortaleza de la agricultura. Otras tendencias contrarias,
y no menos «modernas», incluso se reforzaron. La expansión de la economía mundial
entre 1870 y 1914 (en particular desde 1896) animó a producir a gran escala para la
exportación agraria (Osterhammel, 2015: 950).
¿Qué signif‌ica todo esto? En primer lugar, siguiendo a Osterhammel, que
la historia agraria no existía como tal, ya que los campesinos y la sociedad rural
eran el tema central de la historia social y económica. A pesar de los debates
surgidos desde los primeros años de la década de 1920 secundando a Aleksandr
Chayánov, hasta la década de 1970 no se desarrolló un análisis partiendo de
la racionalidad: por un lado, los partidarios de la economía moral; por otro,
los defensores de la teoría de la decisión racional. Para los primeros, los cam-
pesinos son hostiles al mercado y a los riesgos, valoran la justicia distributiva
y la solidaridad, y su último pensamiento, cuando se tiene, es vender la tierra.
Para los segundos, los campesinos son empresarios en potencia que aprovechan
las oportunidades otorgadas por el mercado sin encomendarse totalmente a la
solidaridad del grupo. En def‌initiva, es el avance del capitalismo lo que condu-
ce a una diferenciación entre el campesinado que tradicionalmente había sido
bastante homogéneo. Al terminar la emancipación de los campesinos, en las
zonas rurales se podía advertir dos roles predominantes: empresario agrícola y
trabajador asalariado, ambos muy ajenos al concepto de trabajo «libre». Se trata
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de la muy larga transición entre feudalismo y capitalismo (Osterhammel, 2015:
951 y ss.).
Desde el siglo XIX, pero sobre todo durante el siglo XX, se produjo la explo-
sión del trabajo industrial masif‌icado, y los obreros industriales, sindicalizados,
políticamente organizados, pasaron a ser un sector social predominante, centros
del mundo del trabajo y, por tanto, los trabajadores por excelencia. Conciencia de
clase, cultura de clase, aristocracia del trabajo, los obreros industriales, motiva-
dos por el cambio social, por nuevas condiciones frente al capital y a los empresa-
rios, demostraron su temple y su presencia, en el centro y en la periferia, y fueron
llamados a construir el mundo del futuro, a sociabilizar la producción, a dirigir
las sociedades. Dieron lugar a una propia historiografía, no exenta de diversidad
de f‌ines y de signif‌icados pero, en todo caso, con un sello propio. Fueron actores,
directos o indirectos, conscientes o pasivos-conscientes, de los principales even-
tos políticos, principalmente en los países en vías de desarrollo o en procesos de
democratización, y fueron violentados o marginados, pero también obtuvieron
victorias momentáneas. Resulta imposible cruzar el siglo XX sin la presencia de
los trabajadores de la fábrica, de sus imágenes, de sus trayectorias. Esa historia
no está vigente en la actualidad, pero no ha desaparecido y forma parte de los
procesos económicos, políticos y culturales mundiales que han devenido en la
globalización del siglo XXI y de sus antecedentes del libre mercado en las últimas
décadas del siglo XX. Lo que ha desaparecido es el personaje, el actor. Hobsbawm
lo explicaba con serenidad, y quizá con desesperanza, al observar las protestas
contra Wall Street ante la crisis de 2008-2009:
La izquierda tradicional estaba orientada a un tipo de sociedad que ya no existe o
está dejando de existir. Creían sobre todo en el movimiento obrero como responsable
del futuro. Bien, hemos sido des-industrializados y eso ya no es posible [...]. Las movi-
lizaciones de masa más efectivas hoy son las que empiezan en una clase media moderna
y en particular en un cuerpo enorme de estudiantes. Son más efectivas en países en los
que, demográf‌icamente, los jóvenes son una parte de la sociedad mayor que en Europa
(Whitehead, 2012).
Por ello, al pensar en el trabajo en el siglo XXI, no puede desconocerse que
hemos entrado a una nueva realidad en la cual el mismo término/concepto de tra-
bajo-trabajador se ha abierto intensiva y extensivamente, enfrentándonos a nue-
vos escenarios todavía difíciles de entender y describir. Lo que no suscita dudas
es que, para observar el presente y sus proyecciones, es necesario mantener las
imágenes de los últimos escenarios en los que el capitalismo más reciente (el de
las f‌inanzas y el libre mercado), auxiliado por la tecnología y por la inteligencia
artif‌icial, ha propinado un nuevo golpe, quizá más certero —por el momento— a
una tradición social que no fue solo imaginario, sino una realidad muy concreta.
En la heterogeneidad del mundo del trabajo y de los trabajadores, con sus
particulares circunstancias y las muy opuestas condiciones de trabajo existen-
tes a través de un mundo igualmente dividido y desconectado, en la época del
capitalismo industrial, las mejores condiciones de vida y de salarios estuvieron
presentes en las economías más desarrolladas y, dentro de ellas, en los sectores
más modernos y productivos. En la periferia de ese capitalismo, los trabajadores
debieron enfrentarse a permanentes luchas de reivindicación e igualmente obser-
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varon las diferencias con enclaves productivos de alta tecnología e inserción en
los mercados internacionales (sirvan de ejemplo los trabajadores de la minería
del cobre en Chile).
Desde f‌ines de la década de 1960, y marcadamente desde los inicios de la
década siguiente, una nueva división internacional del trabajo movilizó capitales
y recursos productivos a espacios con suf‌icientes recursos naturales y mano de
obra. Más que procesos de desindustrialización, los reacomodos productivos vol-
vieron a disminuir los benef‌icios alcanzados por el mundo de los trabajadores, y
en la medida que el neoliberalismo se extendió, se produjo la invisibilización de
los trabajadores en su versión clásica y la pérdida de su presencia sindical, social
y política. La pandemia del COVID-19 transformó nuevamente los escenarios
productivos y permitió observar un panorama muy ajeno a las pretensiones del
mundo del trabajo en economías en desarrollo y, peor aún, en aquellas que han
retrocedido en los lentos avances que habían logrado en la segunda mitad del
siglo XX. Para intentar ref‌lexionar sobre lo que puede venir en adelante, es nece-
sario revisitar esta historia y conf‌iar en que pueden reaparecer los grandes ideales
y proyectos respecto a una sociedad más justa.
1. LA EVOLUCIÓN DEL TRABAJO INDUSTRIAL
EN LAS SOCIEDADES INDUSTRIALIZADAS
Y EN SUS PERIFERIAS (1880-1960)
El periodo comprendido entre ambas décadas abarca dos importantes eras
históricas en lo concerniente a las articulaciones entre el capitalismo y el trabajo
en sus conf‌iguraciones centrales y periféricas. Presentaron aspectos comunes,
aunque de diversa intensidad debido en gran medida a las características espe-
cíf‌icas del grado de despliegue del capitalismo en cada país y de la forma en que
los Estados nacionales respondieron a los problemas que planteaba la «cuestión
social». Además, y como se verá, las dinámicas coloniales y de segregación racial
son aspectos que se deben tener en cuenta puesto que muestran líneas de conti-
nuidad que desafían la aplicación general de criterios de «avance social», carac-
terizado para Occidente en el estado de bienestar. A esto se añade la presencia
desde 1917 de regímenes socialistas que implementaron acelerados procesos de
industrialización, con formas de organización y control desde el Estado que de-
saf‌iaron por décadas las propuestas liberales y capitalistas.
En la primera era, entre 1880 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, la
economía del mundo experimentó tanto la globalización de formas productivas
y crisis (en correlación con la expansión imperialista), como la internacionaliza-
ción de diversas propuestas organizativas e ideológicas que desaf‌iaban la «ideo-
logía desigualitaria» (Piketty, 2019: 16-17) sobre la que históricamente se ha
apoyado el liberalismo económico y su continuación en el neoliberalismo. Este
periodo coincide en gran medida con la belle époque y la conf‌iguración de los
dominios imperialistas europeos, que tuvieron expresiones formales (de coloni-
zación y dominio) sobre África y Asia, e informales (de relaciones con las élites
nacionales e inf‌luencia sobre las mismas) sobre América Latina.

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