¿Ocaso o eclipse de la cultura política católica?

AutorMiguel Ayuso
Cargo del AutorCatedrático de la Facultad de Derecho (ICADE) de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid
Páginas15-38
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CAPÍTULO 1
¿OCASO O ECLIPSE DE LA CULTURA
POLÍTICA CATÓLICA?
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La metáfora sirvió para un interesante diálogo sobre los va-
lores (¡qué le vamos a hacer!) tradicionales entre Ugo Spirito y
Augusto del Noce 1. Y si la recuerdo ahora, al iniciar un trabajo
sobre la crisis de la cultura política católica en España, es porque
refleja a las mil maravillas una situación sombría de cuya duración
no sólo no estamos ciertos sino de la que tampoco se avizora de
momento la salida.
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No hablamos primariamente de cultura católica. Que sería
un asunto enorme y previo. Por lo que debemos partir de un cier-
to entendimiento de lo que la misma significa, a fin de poder pa-
sar rápidamente al objeto de nuestro interés, a saber, la cultura
política católica.
1 Ugo S y Augusto D N, Tramonto o eclissi dei valori tradizionali?,
Milán, Rusconi, 1971. Hay versión castellana (Madrid, Unión Editorial, 1972). La ter-
minología (y la filosofía) de los valores presenta grandes debilidades. En este punto
puede considerarse acertada la posición de Carl S, «La tiranía de los valores»,
Revista de Estudios Políticos (Madrid), n. 115 (1961), pp. 65 y ss. Véase el capítulo III,
«Política y valores», de mi libro El Estado en su laberinto. Las transformaciones de la políti-
ca contemporánea, Barcelona, Scire, 2011, pp. 59 y ss.
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Miguel Ayuso ____________________________________________
Para empezar debe tenerse siempre presente la advertencia
de Pío XII de evitar que la exigencia de la fe cristiana de penetrar
la cultura y el ambiente social pueda desembocar en una suerte
de cultura (o ideología) más, el «cristianismo» o el «catolicismo»:
«La Iglesia sabe también que su misión, aunque pertenece por su na-
turaleza y sus fines propios al campo religioso y moral, situada en el más
allá y en la eternidad, penetra plenamente en el corazón de la historia
humana. Siempre y en todas partes, adaptándose sin cesar a las circuns-
tancias de lugar y de tiempo, la Iglesia quiere modelar, de acuerdo con la
ley de Cristo, a las personas, al individuo y, en cuanto sea posible, a todos
los individuos, llegando así a los fundamentos morales de la vida en so-
ciedad. El fin de la Iglesia es el hombre, naturalmente bueno, penetrado,
ennoblecido y fortificado por la verdad y la gracia de Cristo […]. En el
siglo presente como en el pasado, en que los problemas de la familia, de
la sociedad, del Estado, del orden social han adquirido una importancia
capital y siempre creciente, la Iglesia no ha perdonado medio para con-
tribuir a la solución de estas cuestiones, y creemos que con cierto éxito.
La Iglesia está, sin embargo, persuadida de que no se puede trabajar en
esta materia más eficazmente que procurando formar a los hombres de la
manera que hemos dicho. Para alcanzar estos fines la Iglesia no actúa so-
lamente como un sistema ideológico. Sin duda se la define también como
tal cuando se utiliza la expresión “el catolicismo”, que no le es habitual
ni plenamente adecuada. La Iglesia es mucho más que un simple sistema
ideológico; es una realidad como la naturaleza visible, como el pueblo o
el Estado. Es un organismo enteramente vivo con su finalidad y su princi-
pio de vida propios» 2.
2 P XII, «Discurso al X Congreso Internacional de Ciencias Históricas, ce-
lebrado en Roma el 7 de septiembre de 1955», AAS 47 (1955), 672-682. Merece la
pena recordar también los párrafos que siguen: «Inmutable en la constitución y en la
estructura que su divino Fundador le dio, ha aceptado y acepta los elementos de que
tiene necesidad o que considera útiles para su desarrollo y para su acción: hombres e
instituciones humanas, inspiraciones filosóficas y culturales, fuerzas políticas e ideas
o instituciones sociales, principios y actividades. Así la Iglesia, extendiéndose por el
mundo entero, ha experimentado en el curso de los siglos diversos cambios; pero,
en su esencia, ha permanecido siempre idéntica a sí misma, porque la multitud de
elementos que ha recibido estuvieron desde el principio constantemente sometidos
a la misma fe fundamental. La Iglesia podía ser muy vasta, podía también mostrarse
inflexiblemente severa. Si se considera el conjunto de su historia, se ve que fue lo
uno y lo otro, con un instinto seguro de lo que convenía a los diferentes pueblos y a
toda la humanidad. Por ello ha rechazado todos los movimientos demasiado natura-

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