Monarquía y democracia. Sobre la transformación de las formas de gobierno

AutorMiguel Ayuso
Páginas113-129
CAPÍTULO 6
MONARQUÍA Y DEMOCRACIA
Sobre la transformación de las formas de gobierno
1. INTRODUCCIÓN
Hoy la voz «monarquía» viene ligada primariamente a una forma de
la jefatura del Estado. La conf‌iguración de ésta, que ha sido uno de los
problemas capitales del derecho público «moderno», esto es «estatal» 1,
aun disminuida su importancia en nuestros días, por las razones que de in-
mediato han de verse, sigue apareciendo como de obligada consideración.
Aunque, para divisarlo correctamente, exige remontarse a mayores alturas.
Desde el ángulo de la teoría política, así, la disyuntiva entre monar-
quía y república remite, en primer lugar, a una tradición histórica que
identif‌ica ambos conceptos con principios contrapuestos de organiza-
ción política o —en terminología de nuevo «moderna»— de «formas de
Estado» 2. Así, en tal clave de interpretación, el principio monárquico,
1 Cfr., para una aproximación al tema, Miguel AYUSO, ¿Después del Leviathan? Sobre
el Estado y su signo, Madrid, Speiro, 1996.
2 Pedro SAINZ RODRÍGUEZ, «La tradición nacional y el Estado futuro», Acción Es-
pañola (Madrid), n. 60-61 (1934), pp. 523 y ss.: «La lucha secular entre la Monarquía y la
Revolución encarnada como mecanismo político de la Democracia, ha dado como resulta-
do que estos dos sistemas no sólo se diferencien por su estructura, sino por un contenido
moral y doctrinal que como realidad histórica han adquirido y representan. De aquí la in-
genuidad de los teóricos accidentalistas de la forma de gobierno. Las formas no son nunca
114 MIGUEL AYUSO
visto como sinónimo de «monocrático» (si no «autocrático»), polemi-
za con el republicano, identif‌icado con «democrático», concretándose,
pues, la disyuntiva, en el antagonismo irreconciliable de dos proyectos
existenciales para la comunidad política 3. En puridad, sin embargo, es la
accidentales ni en f‌ilosofía, ni en arte y mucho menos en política, que es el arte de realizar
en formas históricas, en cada pueblo, y en cada momento (hic et nunc) una doctrina y un
contenido teóricos. En España hay que raer de las mentes estos tópicos comodones. Ni
la Monarquía es, teóricamente, la sola presencia del rey en el trono, si no va acompañada
de un sistema político y de un contenido moral del Estado, ni la República es la simple
ausencia del monarca. La Revolución requiere la previa ausencia del rey porque, funda-
damente, le impone un obstáculo para la realización de su programa. Cuando en España
nos declaramos monárquicos, no decimos únicamente que queremos un rey a la cabeza del
Estado, sino que esto es una consecuencia lógica y fatal de un sistema político, que implica
también un determinado contenido moral y una estructura jerárquica social cuyo remate
es la Corona con Cruz. La Democracia, y su expresión política la República, es la forma
normal en España de toda la doctrina contraria. Se engañan, y la experiencia nos está
dando la razón, los que creen que la República es a modo de un vaso vacío que la voluntad
de la mayoría “la democracia” va llenando en cada momento de un contenido diferente. Y
no es así. La Monarquía af‌irma un contenido dogmático permanente que está por encima
de las votaciones. El ref‌lejo de esto es lo que llaman los demócratas obstáculos tradiciona-
les. Pero la República también tiene sus dogmas y sus obstáculos tradicionales. Cuando la
voluntad de la mayoría es contraria a los dogmas permanentes de la República, entonces
los republicanos dicen que se les desvirtúa la República, que desaparece la esencia republi-
cana del Estado. En la realidad histórica son dos cosas distintas democracia y República.
La República española ha nacido con la impronta de unos dogmas que por mucho que
logremos triunfar, con los mecanismos democráticos jamás le lograremos arrebatar. ¿Cuál
es, históricamente, el régimen conveniente para cada pueblo en cada momento de su vida?
Muy largamente se podría disertar sobre este punto, pero una norma sencilla puede dar-
nos la respuesta. Los regímenes son para los pueblos y no los pueblos para los regímenes.
Cuando en una nación se han de poner a contribución todos los elementos vitales del país
para sostener el régimen, cuando en cada crisis grave del país no se piensa más que en la
necesidad de salvar el régimen, cuando la mayor parte de los conf‌lictos públicos son pro-
vocados para sostener dogmas del régimen, entonces se puede af‌irmar que ese sistema es
artif‌icioso en aquel país y, desde luego, evidentemente nocivo». Ilustración de una idea de
Pierre GAXOTTE, «La buena República», Acción Española (Madrid), n. 34 (1933), pp. 343
y ss., que Eugenio VEGAS LATAPIE estimaba grandemente.
3 Hay un uso lingüístico tradicional, adecuado en particular a la monarquía hispánica
como forma no estatal de lo político, en que la monarquía corona a una serie de «repúbli-
cas». Piénsese en la frase de VÁZQUEZ DE MELLA: «Yo, que soy monárquico entusiasta, soy
también ardiente republicano [...]. La Monarquía y la República [...], lejos de contradecir-
se, se completan cuando cada una ocupa su puesto y no las cambian los sof‌istas y las revo-
luciones de sitio. [...] La familia, que tiene derechos primarios como sus miembros [...] es
la primera de las Monarquías, colocada en el cimiento de todas las sociedades civiles. Pero
las diversas monarquías familiares, al ligarse para satisfacer necesidades o procurar perfec-
ciones comunes [...] se juntan en poliarquías por medio de sus sociedades complementa-
rias, como el municipio, la provincia o comarca y la región, y de sus sociedades derivativas,
como el gremio o corporación económica, la Universidad o corporación docente. [...] Así,

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR