Las metamorfosis de la democracia moderna

AutorMiguel Ayuso
Páginas57-74
CAPÍTULO 3
LAS METAMORFOSIS DE LA DEMOCRACIA
MODERNA
1. DEMOCRACIA Y DISOCIEDAD
Antes hemos hablado de disociedad. Podría decirse, de un lado, que
es producida por la democracia. Aunque, igualmente, por otro, que
ésta es su fruto.
En lo que toca al primero de los ángulos es de recordar el vínculo del
gobierno con el orden. El problema de la autoridad se conecta al de la
verdad, esto es, nos recuerda la necesidad de afrontar el problema metafí-
sico, pues sin verdad no puede haber comunidad o gobierno. De ahí que
se haya podido decir que el Estado (rectius la comunidad política) no es
el absoluto, sino una participación del absoluto, «el instrumento que se
nos ha dado para que, en el orden querido por Dios, disciplinándonos, lo-
gremos siempre ser mejores hombres» 1. De ahí que, frente a la conocida
af‌irmación de que «los pueblos tienen los gobernantes que se merecen»,
sea más exacto decir que «el pueblo es lo que quieren sus gobernantes» 2.
1 Marino GENTILE, Il f‌ilosofo di fronte allo Stato moderno, Napoli, Scalabrini, 1964,
p. 17.
2 La segunda la encontramos en el Eclesiástico (X, 2-3): «Según el juez del pueblo,
así son sus ministros y según el regidor de la ciudad así sus moradores. El rey ignorante
pierde a su pueblo, y la ciudad prospera por la sensatez de los príncipes». SAN PÍO X,
en alocución pronunciada el 18 de noviembre de 1907, conmemorando la conversión y
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La primera de las tesis, que a fuerza de ser repetida ha llegado a alcan-
zar la categoría de verdad indiscutible de general aceptación, «constituye
un aforismo altamente pernicioso por inclinar a quienes lo profesan a la
aceptación indolente y resignada de todos los malos gobernantes. Para
quienes piensan de este modo, es inútil intentar cualquier esfuerzo para
que accedan al poder personas competentes y honestas, ya que hay que
esperar a que los pueblos se los merezcan, es decir, que se mejoren por sí
mismos, de un modo espontáneo, y tan sólo una vez operada esa benéf‌ica
transformación, habrá llegado el momento de que el pueblo en cuestión
tenga buenos gobernantes» 3. La segunda, en cambio, ref‌leja una verdad
de experiencia, cuyas pruebas podrían espigarse en la historia, hasta el
punto de poder decirse que «es hecho probado que los gobernantes pue-
den inf‌luir decisivamente sobre los pueblos, tanto para el bien, como para
el mal, y que esta inf‌luencia, benéf‌ica o nefasta, está en relación con la
extensión y duración de sus poderes. Sublime misión la del gobernante y
tremenda su responsabilidad» 4.
Así pues, podría concluirse sin dif‌icultad, primeramente, que la di-
sociedad que se ha instaurado en nuestro mundo es consecuencia del
régimen político que lo rige, de la democracia moderna, de manera que
ésta sería la causa de aquélla.
Pero no es menos cierto que «toda sociedad, sana o enferma, unida o
dislocada, secreta instituciones políticas conforme a su estado» 5. La so-
ciedad moderna, de este modo, habría secretado la democracia moderna,
que participa del carácter irreal de la «sociedad» moderna y no existe
sino de palabra. El principio igualitario sobre el que se funda la demo-
cracia comienza así a desvanecerse desde el mismo instante en que ésta
se pone en marcha. Antes y después, inmediatamente antes y después, de
cumplir con el rito del sufragio universal e igual para todos, deja de haber
democracia y, al igual que en la naturaleza, lo que se expulsa por la puerta
vuelve por la ventana. No hay igualdad entre quienes poseen los medios
bautismo del CLODOVEO, rey de los francos, conversión que fue seguida de la de todos
sus súbditos, expuso que «esto era una prueba más de que los pueblos son tales como los
quiere su gobierno».
3 Cfr. Eugenio VEGAS LATAPIÉ, «Importancia de la política», Verbo (Madrid), n. 53-54
(1967), pp. 247 y ss., y 252.
4 Ibid., p. 254. Añade algunas ilustraciones históricas de interés, tales como la situa-
ción de decadencia de Castilla durante el reinado de ENRIQUE IV y el impulso que inme-
diatamente después tuvo con la Reina Católica.
5 Marcel DE CORTE, De la justice, Jarzé, DMM, 1973, p. 29. En las líneas siguientes
se sigue su razonamiento.

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