Capítulo cuarto. Singularidad tecnológica, metaverso e identidad personal: del homo faber al novo homo ludens

AutorFernando Llano Alonso
Cargo del AutorCatedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de Sevilla.
Páginas89-114
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Capítulo cuarto.
Singularidad tecnológica, metaverso e identidad personal:
del homo faber al novo homo ludens
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1. INTRODUCCIÓN
Sostenía Ortega y Gasset en su ensayo Meditación de la técnica (1931), que
el ser humano tiene la extraña condición de ser a un tiempo natural y extra-
natural; es una especia de centauro ontológico que media porción de él está
inmersa en la naturaleza, mientras que la otra trasciende de ella. Con esta
metáfora mitológica pretendía ilustrar el pensador madrileño su idea de que
el hombre no es una cosa sino una pretensión:
Cuerpo y alma son cosas, y yo no soy una cosa, sino un drama, una lucha por
ser lo que tengo que ser (Ortega y Gasset, 2006b: 571).
Para Ortega, la vida no es algo que a los hombres se les de hecho, regalado,
sino algo que ellos mismos deben hacer: El hombre, quiera o no, tiene que
hacerse a sí mismo, autofabricarse (Ortega y Gasset, 2006b: 573).
Ortega apunta a una idea del hombre que en realidad va incluso más allá
de la noción antigua de homo faber, según la cual “el hombre es la medida de
todas las cosas”; el concepto moderno de homo faber reemplaza, como diría
Hannah Arendt, a las nociones clásicas de armonía y sencillez colocando en
su lugar la labor, el trabajo, la producción y la acción como elementos esencia-
les de una vida activa en la que el hombre instrumentaliza el mundo, lo cons-
truye y lo transforma con la fabricación de objetos artificiales que le resultan
útiles para realizar ese cometido. Paradójicamente, advierte la pensadora ale-
mana, este cambio en la mentalidad del hombre constructor moderno supuso
el origen de su derrota al privarle de los modelos que le habían servido como
referencia antes de la Era Moderna.
1 Catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de Sevilla.
Fernando Llano Alonso
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Quizá nada indica con mayor claridad el fundamental fracaso del homo
faber en afirmarse como la rapidez con que el principio de utilidad, la quin-
taesencia de su punto de vista sobre el mundo, desapareció y se reemplazó por
el de “la mayor felicidad del mayor número” (Hannah Arendt, 1959: 281).
Existe una clara relación de identidad entre técnica y bienestar. Una vez
superada la etapa moderna del homo faber, el hombre contemporáneo no tie-
ne particular interés en estar en el mundo, en lo que tiene especial empeño es
en estar bien; es más, de todos los animales, el hombre es el único para el que
lo superfluo resulta necesario, y precisamente en esto consiste la técnica: en la
producción de lo superfluo (Ortega y Gasset, 2006b: 561-562).
La vida cotidiana de la sociedad de nuestro tiempo comparte caracteres
comunes con el sentido de lúdico que tanto se ha desarrollado en la cultura
contemporánea, como señala Johan Huizinga. En efecto, el homo ludens, que
toma el relevo del homo faber, se sumerge en una esfera temporal de actividad
que tiene una vida y tendencia propia, pero que no es en sí la “vida corrien-
te”, es decir, “la vida propiamente dicha”. Al contrario, a través de su sentido
lúdico y de la realidad alternativa del juego, el hombre parece practicar el
escapismo de los asuntos y las cosas que conciernen a su realidad cotidiana
(Huizinga, 2010: 21).
A diferencia del homo faber, un hombre que fabricaba cosas con partes
materiales que ensamblaba para formar un todo armónico (Bergson, 1973:
91), el homo ludens no necesita vencer las resistencias de la realidad material
mediante el trabajo, su vida no será “un drama que le obligue a actuar, sino un
juego” (Han, 2021: 22). El homo ludens trasciende la realidad natural, en la que
el individuo se adapta al medio, e inventa a través de la técnica una sobrenatu-
raleza en la que es el medio quien se amolda a la voluntad del sujeto.
Sin embargo, hasta tal punto ha llegado a depender el homo ludens de la
técnica en el desarrollo de su vida cotidiana, y tan desmedida es su fe en la
tecnología, que ha terminado desdibujando su propia identidad y vaciando
su propia existencia. Ortega anticipó con clarividencia este desvanecimiento
ontológico del hombre contemporáneo ante la creciente autonomía de las
máquinas con las siguientes palabras: la técnica, al aparecer por un lado como
capacidad, en principio ilimitada, hace que al hombre, puesto a vivir de fe en
la técnica y sólo en ella, se le vacía la vida (Ortega y Gasset,, 2006: 596).
En este proceso agónico del espíritu humano ante su progresivo despla-
zamiento del escenario de la realidad física por la irrupción de la revolución
tecnológica no solo hace que el hombre renuncie a la condición de artesano
o fabricante y su función quede reducida a la de mero auxiliar de la máquina,
sino también que se produzca una disociación entre el cuerpo y el espíritu

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