El Caguán: zona de cárceles, armas y drogas. Naturaleza del Plan Colombia y política sobre cultivos ilícitos

AutorJaime Contreras
Páginas305-321

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CAPÍTULO 18.

EL CAGUÁN: ZONA DE CÁRCELES, ARMAS Y DROGAS. NATURALEZA DEL PLAN COLOMBIA Y POLÍTICA

SOBRE CULTIVOS ILÍCITOS

Todo ello, sin embargo, acabó en agua de borrajas y la investigación concluyó, al poco, empantanada como no podía ser de otra forma. El error en el asunto de los indigenistas, en la lógica de la organización, no estuvo en el hecho en sí, con ser muy grave, sino en la escasa sensibilidad “política” que ponía de relieve. Por lo demás la guerrilla, aunque “dialogaba” con el Alto Comisionado, era muy reticente en descongelar la negociación, porque sus objetivos principales pasaban por asentarse, exclusivamente, en la zona de despeje y convertirla en un fortín militar, base de futuras operaciones “militares” y subversivas que deberían comenzar a multiplicarse inmediatamente. Y así fue como, efectivamente, en estos meses de congelamiento, aumentaron los asesinatos, los secuestros y las “pescas milagrosas”; también crecieron los atentados a las redes de infraestructuras del país; viaductos de petróleo, tendido eléctrico y yacimientos mineros; y todo eso, acompañado de una cierta pasividad por parte de las fuerzas armadas, obligadas a contenerse por las exigencias políticas del Proceso de Paz. La agresividad, pues, de las FARC resultaba evidente y quienes primero lo pusieron de relieve, interesadamente, desde luego, fueron las propias Autodefensas de Castaño las que denunciaron, ante el país, que la zona de despeje era, ya, una fortificada base militar de la insurgencia fariana.

Naturalmente, con todo esto, el malestar, en las fuerzas armadas aumentaba sin cesar, y la cúpula militar que asistía al presidente, los generales Tapias y Mora, apenas podían contener la desazón que reinaba en los cuarteles. Pastrana, conocedor de la situación, pero comprometido también con el proceso, tomó la decisión, sin duda audaz, de provocar una reunión secreta con Marulanda con el ánimo de romper la inercia que la guerrilla estaba imponiendo. Ha sido el propio presidente quien ha descrito tal encuentro y las líneas de tensión que se manifestaron en aquella crucial reunión en la selva colombiana, en territorios del despeje que las FARC consideraban ya como propios. Tiro Fijo apareció, en esta ocasión, ante el presidente, asistido del Mono Jojoy y de Raúl Reyes, dos personalidades diferentes que representaban, de hecho, las dos

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caras con las que la organización se presentaba según las circunstancias; dos altos mandos que, sin embargo, habían acompañado al comandante Tiro Fijo desde los años primeros de la aventura subversiva. Fue, sin duda, Pastrana quien llevó, desde el principio, la iniciativa poniendo sobre la mesa la doble y excluyente opción: o negociación o ruptura. Reyes, diplomático, se acogió, como era de esperar, al consabido tema de la inoperatividad gubernativa en el problema de los paramilitares y en su desinterés por abordar reformas sociales; además, añadía, con evidente ironía, la preocupación que sentía la organización por ver al presidente, aislado en medio de poderosas fuerzas contrarias al Proceso. Por su parte, el Alto Comisionado rechazó, mostrando una larga lista de operaciones militares contra las autodefensas, las acusaciones de la guerrilla y catalogó de meras disculpas retardatarias su posición; FARC, dijo, no quiere negociar. Intervino, como aludido, el propio Pastrana, para indicar que, efectivamente, eran muchos los que ponían palos a la rueda del proceso, principalmente la oleada terrorista que “ustedes” han abierto contra el país y la sociedad que dicen defender; con notoria gravedad el presidente exigió poner fin a los diálogos y comenzar, en serio, a negociar. –“Nosotros, presidente, en realidad hemos dialogado con otros gobiernos, pero nunca hemos negociado”, respondió, sincero y enérgico, el Mono, con el asentimiento de Reyes, en una clara exigencia para diferenciar los dos planos de las conversaciones.

El presidente, entonces, dirigiéndose directamente al comandante rompió por lo sano y sentenció: “Manuel, listo, ¡se acabó el jueguito! El plazo de los noventa días ya se venció y ustedes no cumplieron con firmar el acuerdo para entrar a negociar ya. ¡Perfecto, se acabó esta vaina! (…) Yo me devuelvo para Bogotá y usted debe irse de aquí. Esto es una mamadura de gallo376. No hubo más. Marulanda, quedó pensativo un rato y respondió: “Bueno, sí negociamos”; y…no sirvió para nada la oposición del Mono. El congelamiento se había roto y, mientras se procedía a elaborar un borrador que comprometía a formalizar una agenda común, los dos líderes salieron a pasear para que Pastrana reprochara a Tiro Fijo su ausencia el día de la silla vacía cuándo alegó que había un atentado contra los dos mandatarios. “Manuel, en esa ocasión tan importante mi hijo venía conmigo; es desleal que le pusieras en peligro de perder la vida”; una cámara indiscreta grabó la escena, para inmortalizarla en los anaqueles de la historia colombiana.

Pero de aquella tensa reunión, algo salió en común; y así reunidos los dos equipos en La Machaca, cerca de San Vicente, elaboraron un documento, que se dio a conocer el 6 de mayo, por el cual se creaba La Agenda Común por el Cambio hacia una nueva Colombia. Se concibió como una comisión capaz de programar todo el proceso de paz en un contexto global, en el que la pacificación se expresaba, no solo desde un posible y deseable cese al fuego, sino a través de caminos indirectos que, sin embargo gravitaban, con fuerza sobre el nervio del mismo proceso, Del acuerdo de la Agenda se derivó la creación de una Mesa Nacional de Negociación en cuyo seno figuraban 10 miembros por cada una de las partes; anexo a la misma se pensó en crear un Comité Temático Nacional de 20 personas representantes, por su entidad social y moral, de la sociedad civil; tal Comité habría de ser el encargado de organizar las llamadas Audiencias Públicas que habrían de celebrarse abordando un conjunto de temas cuya entidad se hacía notoriamente presente sobre las negociaciones. No fue fácil determinar qué temas había de ser tratados, pero, finalmente, el Comité de “sabios” logró conjuntar un

376Andrés Pastrana. Memorias olvidadas…, op. cit., p. 209.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

pequeño paquete de ellos, entre los que aparecían los Derechos Humanos, el Derecho Internacional Humanitario, la política agraria, el paramilitarismo, el narcotráfico e, incluso, el papel de las fuerzas armadas en el proceso de paz. Las famosas audiencias tuvieron una suerte muy diversa; es verdad que allí se constituyó un importante espacio de debate público al que acudieron, entre unas audiencias y otras, más de 25.000 personas, pero parece que muy pronto crecieron las desconfianzas mutuas: el hecho de que los voceros de la guerrilla llegaran a definir aquel lugar como “la más impresionante y auténtica vocería de la nación que registra la historia”, no ocultaba el hecho de que las audiencias fueron un escenario que controló la organización subversiva para enviar allí a militantes y testaferros que decían representar, falsamente, a las diversas estructuras de la sociedad colombiana; fue tan explícita esta manipulación que, no paso mucho tiempo, para comprobar que las audiencias perdieron credibilidad y quedaron vacías de público y de contenido, salvo aquellas en que los personajes que participaban eran altos miembros de los subversivos como Alfonso Cano, asiduo conferenciante, que siempre solía impartir doctrina. El fracaso de esta Mesa Nacional de Negociación fue, en realidad, el fracaso de participación de la sociedad civil, porque todas las propuestas o, incluso recomendaciones que salían de aquel foro fueron contestadas por los dirigentes de las FARC con displicencias o cansinas peroratas justificadoras. De una sociedad civil organizada y libre, poco o nada querían saber los miembros de la guerrilla, al menos que estuviera controlada por sus estructuras, como lo eran las milicias bolivarianas, pero éstas tenían un carácter militar, no civil377. La sociedad civil nunca se consolidó como interlocutor válido en aquellas negociaciones, por más que la guerrilla las calificara como ampliamente democráticas.

Pocos días después de la creación de la Agenda Común, las FARC hicieron pública una propuesta unilateral de 10 puntos para iniciar la verdadera negociación indicando que, sería muy recomendable que el gobierno una declaración según la cual la zona de distensión se habría de prorrogar automáticamente y de manera indefinida. En cuanto a los 10 puntos a los que se hacía referencia, en la propuesta, la mayoría de ellos eran muy genéricos y del todo punto inadmisibles para el gobierno; en realidad se trataba de una simplificación de los puntos principales, ya conocidos, de la famosa Plataforma a saber: disolución del Ejército y reforma integral de la fuerzas armadas; un impuesto a los grandes fortunas según los criterios de “la contribución para la paz” hechos públicos en la “ley 002 sobre Tributación de las FARC”; la eliminación del IVA y la suspensión de las privatizaciones de empresas y servicios públicos. Sin embargo, había otros cuatro puntos en los que la propuesta de negociación de la insurgencia parecía más flexible o, al menos, daba pie a un inicio de diálogo. Destacaba, entre todos, la propuesta de empezar a “negociar” sobre las formas posibles de sustitución de cultivos que, para empezar, habría de centrarse en el municipio de Cartagena de Chaira, el sexto municipio que reclamaba Marulanda; y sería tal asunto el que debería ser “debatido” en el espacio de una Audiencia Pública según había sido acordado, recientemente, en la Mesa Nacional de Negociación. No se le oculto a los negociadores del gobierno que tal propuesta ocultaba el objetivo de los rebeldes de monopolizar el proceso de sustitución de cultivos “captando” para sí los recursos públicos destinados para ello; quedaba, como punto de importancia...

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