Final del Caguán. El presidente: 'He tomado la decisión de no continuar con el proceso'

AutorJaime Contreras
Páginas389-405

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CAPÍTULO 23.

FINAL DEL CAGUÁN. EL PRESIDENTE: “HE TOMADO LA DECISIÓN DE NO CONTINUAR CON EL PROCESO”

El presidente, pues, afrontaba un tiempo de horas bajas. Sentía, además, que la opinión pública, bombardeada por la crítica incesante a su proceder que nacía en la mayoría de las empresas de comunicación, le estaba retirando su confianza. Ocurría, también, que el país iniciaba ya un periodo preelectoral en el que candidatos y partidos engrasaban sus maquinarias de propaganda política; de todo aquel arsenal que se estaba preparando, Pastrana y su Partido Conservador serían el objetivo primero y principal de todas las críticas; los fallos del proceso negociador y la situación irregular en la zona despejada conjuntarían los temas más recurrentes en la “guerra política” que se avecinaba

Y esta “guerra” comenzó muy pronto. Todavía no se había encontrado tiempo para realizar el funeral oficial por el asesinato de “la Cacica” cuando el candidato a la presidencia de la Republica (Departamento de la Guajira) por el Partido Liberal, el Dr. Horacio Serpa, convocó a sus simpatizantes en Riohacha a donde había citado a sus huestes para, desde allí, emprender una larga marcha que tituló: Caravana al Caguán por la Paz; dicha caravana recorrería medio país hasta llegar a la zona del despeje en el Caguán. Se trataba de un acto electoral de masas, sin duda; pero Horacio Serpa quería poner al Gobierno contra las cuerdas demostrando a todos los colombianos que la llamada zona de distención, concebida como espacio libre de armas para favorecer los diálogos, no era otra cosa sino un territorio “secuestrado” por la organización subversiva; naturalmente la conclusión política era obvia: Pastrana se había dejado ganar la partida, lo que le incapacitaba para llegar a un acuerdo justo; en consecuencia, indicaba el líder liberal, resultaba necesario un cambio drástico de timón en la política con el grupo guerrillero; y nadie mejor, para ello, que el Partido Liberal. El objetivo de Serpa era preciso, pero estaba repleto de connotaciones demagógicas, sin duda, además, de los riesgos políticos que conllevaba porque, a todas luces, resultaba ser muy provocador.

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Serpa, ante tales prevenciones alegaba que todo colombiano tenía derecho a viajar a la zona… pero ¿qué ocurriría si las FARC obstaculizaban la marcha? El líder liberal lo sabía muy bien; la marcha pacífica se “dirigía” directamente contra Pastrana, pero exigía también una respuesta explícita de los subversivos. Muy pronto se supo que las FARC estaban levantando controles en las proximidades de la zona de distensión y que se sembraban minas cerca de los retenes. El ejército tenía bien informado a Serpa de la situación y de los riesgos; incluso el alto mando militar, el general Tapias, adoptando una posición institucionalista, salió a la palestra para indicar que las fuerzas armadas protegerían la marcha y la llegada al área de despeje, porque, desde luego, el objetivo de ésta, no solo era pacífico y democrático, también era legítimo; y añadió, un tanto precipitadamente, que:“ la misión del ejército es proteger la vida, la honra y los bienes de los colombianos, y la Constitución no dice en dónde, sino en todo el territorio nacional”464. Cierto, pero las palabras de Tapias alarmaron un tanto en Casa Nariño y, especialmente, al alto Comisionado de Paz que, de inmediato, salió a los medios para recordar que, según los acuerdos iniciales que dieron lugar a la apertura de las negociaciones, en el espacio del Caguán “las operaciones militares no se pueden desarrollar dentro de la zona, salvo una orden expresa del presidente de la Republica465. El ejército, pues, en esta ocasión quedaría fuera.

Y en medio de aquel cruce de declaraciones enfrentadas en los aledaños de la Presidencia, indicativas del nerviosismo que subyacía en Casa Nariño, llego el momento, esperado por Serpa, en que la caravana de más de 200 autobuses, después de un recorrido “electoral” de casi 400 kms, arribó al punto en que las FARC habían levantado un reforzado retén. El subversivo guerrillero al mando del puesto, un tal Jorge, fue muy explícito: “Por aquí no pasaran”, dijo; y, dirigiéndose al líder de partido, añadió lo que éste quería oír: “Doctor Serpa si usted no detiene esta marcha no tendremos más remedio que detonar los carros bomba que están más adelante, y si insisten en pasar dispararemos. Este es territorio de las FARC y está usted advertido de que no permitimos que venga usted aquí a hacer política a costilla de nosotros”. Sonaron algunos disparos, hubo cierto riesgo de inquietud y se desató, entre los integrantes de la marcha, una cierta exaltación colectiva; pero Serpa contuvo los ánimos y, con el objetivo cumplido ya con creces, se dirigió a sus simpatizantes en el tono estudiado de un hombre avezado en muchas lides políticas: “Hemos llegado a este punto (el retén) donde hemos escuchado disparos de fusil y de mortero y donde se exhiben letreros que dicen ojo, campo minado`”466. La marcha debía concluir, porque el objetivo se había alcanzado: quedaba demostrado que, en llegando a los límites de la famosa zona de despeje, comenzaba una nueva jurisdicción “soberana”, la de las FARC. Ahora faltaba el segundo acto que era lo más importante: el mensaje que había de enviarse al presidente y, aquí, Serpa fue rotundo: impedir la Caravana de la Paz constituía una “afrenta contra la democracia y la paz”.

El candidato del Partido Liberal, con la famosa marcha convertida en espectáculo, había conseguido agudizar el espacio de contradicciones de la política en la que se movía el presidente; algo que, además se extendía a todo el conjunto del arco parlamentario y, también, a todos los poderes del estado; porque resultaba imposible negar

464El Espectador. Diario de Colombia. Bogotá. 26 septiembre, 2001

465El Espectador. Diario de Colombia. Bogotá. 27 septiembre, 2001.

466E. Téllez et allí. Diario Íntimo de un Fracaso…, op. cit., pp. 334-335.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

lo que era una certeza evidente: las FARC mandaban a sus anchas en el Caguán. Sin embargo el presidente, sabedor de la naturaleza de las posiciones políticas, salió de inmediato al ruedo y calificó de verdadero sabotaje lo que las FARC habían hecho al frenar la marcha de Serpa hacia el Caguán; recordó que la zona neutral fue concebido como área desmilitarizada y declaró, con rotundidad que nadie podía impedir que en esa zona se realizase cualquier acto democrático como el que dirigía el líder del Partido Liberal, porque Colombia era un estado soberano de derecho y, en tal sentido, las FARC habían impedido, con la violencia de sus retenes, el principio imprescriptible de la libertad de expresión y de manifestación. Pastrana concluía su intervención constitucional poniendo en duda el compromiso de las FARC en las negociaciones e invitaba a todos los líderes de los partidos políticos colombianos a celebrar, al día siguiente, una reunión de carácter institucional en la misma sede del Caguán como declaración explicita de que, allí, nunca dejo de ser operativa la soberanía del Estado. Se trataba de una apuesta valiente en la que el presidente del gobierno, al frente de la representación legítima del pueblo colombiano, decidía presentarse en el Caguán, acompañado de los líderes políticos de mayor representación ciudadana, para afirmar la soberanía del pueblo colombiano en aquel territorio que las FARC habían concebido como suyo. La propuesta fue bien acogida por todos los líderes políticos a excepción del principal protagonista, el presidente del Partido Liberal, que rehusó acercarse al Caguán pretextando haber sido vejado por los guerrilleros insurgentes, “esos señores, dijo despectivo, con los que nada tengo que hablar”. La reunión que estaba prevista no consiguió acercarse a la zona y fue sustituida por un remedo de encuentro político entre los líderes de los principales partidos que tuvo lugar, a los pocos días, en Casa Nariño y, al cual, según parece, el Dr. Serpa tampoco asistió esta vez; estaba ocupado en la campaña presidencial. Todo quedó, pues, en agua de borrajas: la clase política demostró su incapacidad para hacer frente al problema que suponía la detención de la Marcha de la Paz, aunque los propósitos con los que fue concebida fueran puramente electorales. La respuesta que llegó, entonces, desde la organización terrorista fue escueta y determinante: no tenían nada que decir.

Pero, con todo, después de aquel esperpento electoralista del candidato liberal, la situación del proceso de negociación pasaba por sus peores horas. En Casa Nariño nadie dudaba del carácter político de la “aventura” del senador Serpa; se trataba de una embestida de contenido electoral muy bien calculada y enmarcada en el programa de actividades que la cúpula del Partido Liberal había diseñado para los próximos comocios presidenciales. Por si alguien dudaba de ello, podía ahora comprenderlo mejor si prestaba atención a las denuncias que, en la cámara alta, estaba realizando el senador Germán Vargas Lleras, otra figura prominente del Partido Liberal. El reconocido senador, por aquel entonces, había conseguido abrir un debate en el Senado sobre las conclusiones de una investigación que había llevado a cabo respecto de la situación en el Caguán. Vargas Lleras denunciaba que en la zona de despeje, las FARC habían organizado una extraordinaria “industria” del secuestro donde las víctimas, contadas por centenares, vivían en verdaderos campos de concentración desde los cuales se negociaban los rescates; demostraba también, con documentación en la mano, que los cultivos ilícitos de coca y amapola se habían triplicado; que se habían construido varias pistas clandestinas a donde llegaban, por vía aérea cantidades ingentes de todo tipo de armamento, incluido el más pesado y que allí, además, se habían levantado varios

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