Las FARC manipulan y desinforman. Decepción en el ejército y 'ruido de sables'

AutorJaime Contreras
Páginas291-304

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CAPÍTULO 17.

LAS FARC MANIPULAN Y DESINFORMAN. DECEPCIÓN EN EL EJÉRCITO Y “RUIDO DE SABLES”

Y llegó el día en que las conversaciones deberían abrirse para iniciar la aventura de conseguir la paz. Desde luego que las posiciones de partida no eran las mismas en un lado que en el otro. Para las FARC, según hemos oído a Marulanda y a su lugarteniente, el Mono Jojoy, se trataba de la estrategia adecuada, en esa coyuntura, para mejorar sus posiciones en el marco de una guerra a la que no se podía, en ningún caso, renunciar porque sus réditos, hasta el presente, habían sido muchos, y, lejos de ser derrotada, la guerrilla tenía muchas posibilidades de alzarse con la victoria final, como así pensaban la mayor parte de los hombres que, desde el Secretariado, gobernaban la organización. Por su parte, el gobierno del presidente Pastrana acudía a la mesa siguiendo las mismas o parecidas razones que sus predecesores, desde Betancur, habían alegado para solucionar un problema de violencia que llevaba enquistado casi cuarenta años en el país. Había, además, en esta ocasión, una razón poderosa que “obligaba” al presidente a acudir a su encuentro con el jefe guerrillero de las FARC. En las últimas elecciones presidenciales de la primavera-verano de 1998, Pastrana, como candidato conservador de la Alianza para el Cambio, había prometido, a los colombianos, iniciar un proceso de diálogo con las FARC, y dicha promesa había levantado una enorme expectativa en toda la sociedad, hasta el punto de que, Pastrana, consideró la tal promesa como parte sustancial del pacto político que había suscrito con ella. Y aunque fueron diez millones de colombianos, una mayoría, quienes apoyaron, explícitamente, aquella propuesta de paz, el presidente la entendió como un verdadero compromiso con el conjunto del pueblo colombiano como comunidad política soberana; y por tal razón se dispuso a cumplir ese mandato como deudor que era del mismo.

Se iniciaba así, desde tales premisas, el “más ambicioso proyecto de paz” de cuantos se habían erigido hasta la fecha. El objetivo no era otro sino el de poner fin a una larga etapa de violencia y de guerra subversiva que las FARC, como organización insurgente, venían realizando al margen del estado de derecho. Poner fin a ese estado

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de anormalidad política, suponía conseguir que tal insurgencia aceptase participar en las instituciones democráticas de dicho estado, de manera que sus aspiraciones políticas pudieran desarrollarse por los cauces ordinarios de la convivencia y del compromiso democrático; naturalmente eso significaba poner término a los métodos de violencia y subversión o, lo que era lo mismo, renunciar al uso de las armas y a su instrumentación como fin político. Llegar a tal objetivo requería de una ardua tarea de diálogo y negociación que habría de culminar en un acuerdo político-jurídico en el marco de las instituciones del estado de derecho colombiano. Así eran las cosas, y todo lo que no fuera conseguir ese acuerdo final, supondría un fracaso para el presidente que vería incumplido el “pacto” suscrito con el país; y, por su parte, fueran cuales fueran sus intenciones, un fracaso en las negociaciones sería, también muy negativo para la organización insurgente que perdería toda argumentación respecto de sus reiteradas intenciones pacifistas. En cualquier caso, comenzaba un tiempo nuevo en que dos posiciones políticas notoriamente asimétricas, una desde la legitimidad del estado de derecho, y otra desde la ilegalidad en la que, todavía, permanecía. Desde tal premisa había quienes, ubicados en el marco legal más estricto, defendían la posición de que todo diálogo con la insurgencia significaba un espurio reconocimiento de la organización terrorista, porque ponía al gobierno legítimo en el mismo plano político que tenían unos rebeldes facinerosos. Para el presidente, aun reconociendo la lógica ética y política de esta posición, entendía que la coyuntura compleja y difícil que vivía el país, exigía de una voluntad política de naturaleza pragmática que había de buscar una solución definitiva al problema enquistado que la insurgencia suponía en diversos sectores de la sociedad colombiana. Había, pues de inicio, muchas dificultades para entenderse y, aunque los colombianos lo rechazasen, existían también altas posibilidades de que la ruptura, entre las partes, fuera la conclusión más lógica, habida cuenta las distancias que separaban a unos de otros.

De entrada, tras los primeros contactos, y luego de haber resuelto, a favor de las FARC, el primer grave escollo que supuso el asunto, comentado, del Batallón de Cazadores, con notorio disgusto de la cúpula militar, se planteó la cuestión protocolaria de cómo había de realizarse la ceremonia inaugural, en la que los dos líderes, el presidente y Tiro Fijo, firmarían el documento en el que quedaría constancia oficial de la apertura de los diálogos. Por la parte del gobierno la ocasión merecía toda la importancia política porque, aunque su razón principal era que se iniciaba un proceso de esperanza en el que habían confiado millones de colombianos, la noticia de la apertura de diálogos entre el gobierno y la guerrilla había atraído la atención del mundo y eran cientos los medios de comunicación que deseaban ser testigos de la ceremonia. Para las FARC, oficialmente al menos, los réditos de propaganda de tal ceremonia no podían ser despreciados, aunque, también había quienes desde la propia organización y con una visión muy elemental de las buenas maneras, entendían que el susodicho acto no era sino una concesión de la guerrilla a la cultura burguesa de la oligarquía enemiga. ¿Qué pensarían muchos guerrilleros, educados en el odio al gobierno, al estilo del Mono, cuando, en las pantallas de televisión, vieran a Pastrana y al gran jefe, Tiro Fijo, saludarse con tanta afabilidad y afecto?

En efecto, a la ceremonia acudieron más de 1.500 personas invitadas del gobierno y de las FARC. Desde luego allí estaban, en aquella mañana del 7 de enero las más altas autoridades de todas las instancias institucionales del país; los presidentes de las

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

cámaras, ministros del ejecutivo que acompañaban al presidente, los representantes del poder judicial y miembros significados de partidos políticos, organizaciones sindicales, entidades civiles, autoridades de las confesiones religiosas y otras personalidades muy reconocidas en el país como el Premio Nobel, Gabriel García Márquez. Merodeaban por allí también, y de manera muy decidida, varias madres de soldados y policías secuestrados que pretendían acercarse al Mono para dejarle un memorándum solicitando la libertad para sus familiares apresados. Por último, configuraban el escenario numerosos contingentes de guerrilleros, que en ausencia de las fuerzas armadas, se ubicaban en sitios estratégicos garantizando la seguridad de todos; la escena se completaba, además, por una nube de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión de medio mundo que convertían todo aquella escenografía en una realidad virtual dispuesta para ser consumida por todos los colombianos. El espectáculo estaba, pues, garantizado, y para un buen observador el primer indicio significado del poder de la guerrilla era que toda la seguridad, exceptuando la del presidente Pastrana, que era menguada, la ejercían las FARC, organizadas con mano férrea por el Mono Jojoy y su subordinado Romaña. Más, con todo, el tema del día no fue la apertura de la Mesa, sino la espectacular ausencia, en el acto, del comandante de la guerrilla Manuel Marulanda Vélez. Altos mandos de las FARC filtraron, con anterioridad, que se habían detectado a ciertos individuos sospechosos merodeando por la zona y de los que se sospechaban que militaban en el paramilitarismo de Carlos Castaño. De inmediato se dijo, desde la organización terrorista, que había un plan para asesinar a Tiro Fijo y que, los conjurados del mismo, contemplaban la posibilidad, si la circunstancia lo hacía posible, de atentar, también, contra el propio Presidente Pastrana.

En el gobierno aquello se entendió como una burda patraña que desato las iras de todos. Nadie podía entender el cuento de los paramilitares, habida cuenta de todo el enorme dispositivo de seguridad que la propia guerrilla había levantado. Pastrana, pasada la decepción de los primeros momentos, decidió, asumiendo sus funciones institucionales, acudir a la mesa donde estaban tres altos representantes de las FARC esperándole, Allí, con la silla vacía a su lado, Pastrana se dirigió al país denunciando la ausencia de su interlocutor: “Vengo a San Vicente del Caguán –comenzó Pastrana– como Jefe de Estado a cumplir mi palabra. La ausencia de Manuel Marulanda Vélez no puede ser razón para no seguir adelante con la instalación de la mesa de diálogo para acordar una agenda de conversaciones que deben conducir a la paz”364. El

discurso de réplica, que debería haber pronunciado Marulanda, corrió a cargo de Raúl Reyes, el responsable de las relaciones internacionales de la guerrilla; un hombre de la misma generación que Tiro Fijo, comunista ortodoxo, como él, y a cuyo proyecto se incorporó desde los primeros tiempos de Marquetalia. Y fue de aquel momento fundacional y heroico, para las FARC, de lo que, principalmente, habló el comandante Reyes. Recordó, como no podía ser menos, el proyecto de Reforma Agraria que fue, dijo, la razón principal de aquel primer alzamiento armado, producto de la opresión y la sinrazón de la siempre dominante y explotadora oligarquía colombiana. Las FARC, dijo Reyes ignorando las leyes históricas del cambio, no han olvidado aquellos inicios, porque las realidades sociales y económicas en Colombia no se han modificado. Por eso existen todavía razones para la lucha. Las FARC, sin embargo, quieren soluciones políticas, y por ello están aquí elaborando propuestas positivas para el país, las que

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