La monarquía hispánica que conoció Francisca de Pedraza

AutorIgnacio Ruiz Rodríguez
Cargo del AutorLicenciado y doctor en derecho por la Universidad de Alcalá de Henares
Páginas93-134
CAPÍTULO III:
LA MONARQUÍA HISPÁNICA
QUE CONOCIÓ FRANCISCA DE PEDRAZA
Introducción
Si a lo largo del siglo XVI la Corona de Castilla había sido reco-
nocida sin duda alguna como la cabeza de una Monarquía118, la His-
pánica, la cual en ese dilatado período histórico que se extiende desde
el matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla a Felipe II
había saboreado espectaculares éxitos en todos los niveles, ya a nales
de esta centuria comenzaría todo este conglomerado a mostrar cier-
tas dosis de desfallecimiento, singularmente desde la década que va
de 1580 a 1590, que fueron, al parecer, los más críticos y no sólo en
118 En efecto, desde el levantamiento de Castilla, que venimos a conocer como la
Revuelta de los Comuneros, Carlos I y todos aquellos que vinieron a sucederle en el trono
entendieron que el solar principal de su monarquía habría de ser, sin duda alguna, el de
Castilla. Ello puede perfectamente comprobarse por vías diversas, entre las cuales citaremos
dos. En primer lugar, con el establecimiento de una corte permanente, ya fuese en Vallado-
lid, ya fuese en Madrid y, en segundo lugar, examinando la intitulación de reinos y señoríos
adscritos a la Monarquía Hispánica a lo largo de los siglos, en donde siempre aparecerá Cas-
tilla en primer lugar, tras la cual inmediatamente aparece León y, ya en tercer lugar, obser-
vamos el primer reino de la Corona de Aragón, el reino de Aragón. Así podemos verlo con
claridad en la intitulación de Felipe II, nada más heredar el trono de manos de su padre el
emperador: “Don Felipe, Por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos
Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca,
de Menorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, del Algarve,
de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, de
las Islas y Terrafirme del Continente Oceánico, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña,
de Brabante, de Atenas y Neopatria y de Milán, Conde de Absburg, de Flandes, del Tirol y de
Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, etc.”.
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lo económico. En efecto, en aquel periodo la Monarquía habría que
enfrentarse, en lo económico a tres bancarrotas, a lo que habría de su-
marle, ya en lo político, al asunto Antonio Pérez y su traición, así como
el levantamiento de Aragón de la mano de Juan de Lanuza “El Mozo”,
hechos que vinieron a convertirse en auténticos problemas de Estado,
que en cierto modo fueron solucionados tras las Cortes de Tarazona
de 1592119.
Con todo, aquella inmensa Monarquía de Felipe II se alzaba sin
duda alguna por encima de todas las demás de Occidente, máxime tras
haberse convertido en el nuevo monarca del vecino reino de Portugal,
tras haber hecho valer sus derechos hereditarios ante las Cortes celebra-
das en Tomar, en 1581. Así, desde su trono inserto en tierras de la Co-
rona de Castilla ya desde épocas de Carlos I, los Habsburgos Españoles
eran la máxima autoridad de todos los territorios de la Península Ibé-
rica, incluyendo a Portugal entre los años 1581 a 1640, los Países Bajos
Españoles, la mayor parte de Italia, importantes plazas en África, Asia
y, evidentemente, la América Española. De este modo, en manos del rey
se aglutinaban posesiones que aproximadamente alcanzaban unos 20
millones de kilómetros cuadrados a nales del sigloXVIII, aunque su
máxima expansión se produjo entre los años 1580 y 1640, durante los
reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV. Lejos de lo que a simple vista
pudiera parecer en este momento, y tal y como advertimos en páginas
pretéritas, todos ellos se gobernaban con distinta intensidad de poder,
o lo que es lo mismo: como consecuencia de la particular idiosincrasia
jurídica de cada uno de los territorios históricos adscritos a la soberanía
del rey, el máximo elemento de vertebración no fue otro que el rey y la
religión, puesto que en cada uno de ellos había distintas instituciones,
lenguas, monedas o fronteras.
119 En el año 1592, el rey Felipe II convocaba a las Cortes de Aragón en la actual-
mente zaragozana localidad de Tarazona. En aquella reunión, no se suprimió ninguna ins-
titución aragonesa, aunque ciertamente si fueron remodeladas, ya que el rey tenía ahora el
derecho a nombrar a un virrey no aragonés; la Diputación del Reino perdía parte del control
sobre los ingresos aragoneses y vigilancia regional, quitándole además el poder de llamar a
representantes de las ciudades; La Corona podía retirar de su puesto al Justicia de Aragón
y la Corte de Justicia se puso bajo control del rey; y finalmente, se modificaron aspectos del
sistema legal aragonés.
La sociedad frente a la violencia machista. Francisca de Pedraza 95
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En este sentido, Felipe II venía a representar la más suprema dig-
nidad en múltiples territorios de Europa, América, África y Asia, no
haciéndose llamar ni emperador de un supuesto e inexistente Imperio
Español, ni Rey de España, sino que tradicionalmente venía a emplear
la siguiente intitulación, cuando se refería al conjunto de territorios ads-
critos a su soberanía:
“… rey de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia y Nápoles, de Je-
rusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Valencia, de Toledo,
de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córce-
ga, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de
las islas Canarias, de las Indias, Perú, de las Islas y tierra rme del mar
océano, Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina de Aragón,
Duque de Atenas y de Neopatria, Conde de Rosellón y de Cerdaña,
Marqués de Oristán y de Gociano, Archiduque de Austria, Duque de
Borgoña, de Brabante, de Milán, Conde de Flandes y de Tirol, etc.121.
120 Planisferio del mundo conocido en tiempos de Francisca de Pedraza. Si nos fija-
mos, la zona del océano Pacífico septentrional todavía no aparece cartografiada, al igual que
la práctica totalidad de Oceanía, incluyendo al continente australiano.
121 Si nos fijamos, dentro de aquella intitulación citada, podemos encontrarnos tí-
tulos de posesión, como es el caso de ser rey de Castilla o de Aragón, juntamente con los de
pretensión, como son los de rey de Jerusalén o de los Algarves. A modo de curiosidad, hay
que indicar que el título real de Jerusalén fue usado por los reyes angevinos de Nápoles,

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