Introducción. Confluencia de voces

AutorDavid Sánchez Rubio
Páginas15-27
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Introducción.
Confluencia de voces
Hace más de 30 años que llegué por primera vez a México y fue mi primer
paso y mi primera caminata por América Latina. Con el transcurso del tiempo
he tenido la oportunidad y la fortuna de viajar muchas veces por varios países
de la región y, además, de recibir en Sevilla a gente amiga procedente del otro
lado del charco. Este privilegio y esta suerte me han abierto muchos horizontes
en la comprensión del mundo humano y sus producciones culturales, en to-
dos los sentidos. La experiencia de vida que he tenido y continúo teniendo es
indescriptible por su riqueza llena de amor, amistad, alegría, hospitalidad, fra-
ternidad, bondad, empatía, afinidad, gentileza y simpatía. No obstante, desde
el primer día, me llamó la atención una cosa en particular, por lo impactante
que me resultaba y que oscurecía esas luces y energías positivas. Aún hoy perma-
nece. Era el hecho de que mucha gente de Colombia, Argentina, Brasil, Costa
Rica, Ecuador y el mismo México, entre otros lugares, fuera ciega o se resignara
a la visión de una realidad manifiesta: la acentuada pobreza que desde siempre
existe en sus ciudades y en las zonas rurales, junto con la impresionante des-
igualdad establecida entre una minoría rica y privilegiada y una mayoría de la
población pobre que sufre múltiples carencias y vulnerabilidades en contextos
heterogéneos de violencia extrema y victimización. Se me partía el alma antes
-ahora también-, cada vez que me encontraba con familias enteras de cuatro a
cinco miembros con madres, que podían estar solas, cargando con sus hijos pe-
queños, casi recién nacidos, pidiendo dinero. Asimismo, como ius-filósofo, me
sorprendía, que esa manifiesta ceguera se reflejara en la cultura jurídica muy
conservadora tanto de los tribunales de justicia y su jurisprudencia, como tam-
bién, del resto de operadores jurídicos. Tenía la sensación de que existía una
especie de venda en los ojos o que se quería mirar a otra parte para negar esa
trágica realidad. Pero no sólo eso, como académico, docente y ser humano, me
resultaba impactante, que la mayoría de las universidades, con algunas excep-
ciones, fuera recelosa para analizar, visibilizar y enfrentar las múltiples causas de
la injusticia social en el campo de las ciencias sociales en general y en el campo
de las ciencias jurídicas en particular, a nivel doctrinal. Sin estar ciegos, no veían
o no quería ver ese insultante mundo infernal y de pesadilla. Cuando se daban
los casos de percibir esa trágica y ensombrecida realidad, se hacía desde la azo-
tea o desde el piso de arriba.

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