Interaccionismo simbólico

AutorAdolfo Ceretti/Lorenzo Natali
Páginas21-48
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CAPÍTULO I
INTERACCIONISMO SIMBÓLICO
«Lo primero que hay que tener presente es que persona no equivale a
individuo en el sentido estricto del término. Sus pensamientos son lo que él
se va “diciendo a sí mismo”, o bien lo que le va diciendo a ese otro sí mismo
que va surgiendo con el paso del tiempo. Cuando se razona, es precisamente
a este segundo crítico sí mismo a quien se intenta persuadir; y de este modo,
todo pensamiento es un signo de naturaleza lingüística. Lo segundo que
hay que recordar es que el círculo social de un individuo (según se quiera
ampliar o restringir el sentido de esta expresión) es una especie de persona,
si bien no formada aún, que bajo ciertos aspectos adquiere mayor categoría
que la de un organismo individual».
Charles PEIRCE
Italo Calvino, en la presentación de su novela La ciudad invisible es-
cribe que «un libro [...] es algo con un principio y un f‌in [...] un espacio
donde el lector ha de entrar, pasear, quizás perderse, pero en el que en
cierto momento encuentra una salida, o tal vez varias salidas, o la posi-
bilidad de dar con una vía de salida» (Calvino, 1995). Pero para recorrer
caminos, surcar mares y llegar a destino (¿después de perderse uno?) siem-
pre fue necesario, desde la antigüedad, servirse de instrumentos específ‌icos
que nos orienten por el «f‌irmamento». Precisamente, el astrolabio era el
instrumento que los antiguos crearon para «observar las estrellas», y bajo
una mirada experta poder medir cada rincón del cielo. Nosotros también
nos serviremos de una especie de astrolabio para que nos guíe en nuestro
itinerario por el interior del «horizonte conocido» en el que puede leerse
el «fenómeno violento». Más allá de este «horizonte» que nosotros recons-
truiremos, se abrirá otro, aún en penumbra, como se observa en la imagen
que proponemos más abajo. Desde ese nuevo punto de observación será
posible reconsiderar algunos aspectos del f‌irmamento que no habíamos
considerado hasta ahora.
Adolfo Ceretti / Lorenzo Natali
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1. PREMISA EPISTEMOLÓGICA
«Bien» y «mal» se mencionan siempre que se habla de «violencia». Dos
lapidarias palabras suf‌icientes para sugerirnos la amplitud del espacio que
nuestra mente puede explorar cuando se trata este tema.
De modo quizás apodíctico —y altamente provocativo— podríamos in-
mediatamente añadir una pregunta a lo anterior: ¿por qué la violencia? Un
interrogante que hace referencia, más o menos (in)conscientemente, al ac-
tuar de los otros respecto a nosotros.
Intentaremos dar respuesta a esta ineludible cuestión evitando el fre-
cuente recurso de poner como ejemplos una o más def‌iniciones de violencia
y de «actores violentos», y derivar «lógicamente» de ellas nuestro itinerario.
Nosotros creemos que dichas «def‌iniciones» deben entenderse como el lu-
gar al que llegar y del que volver a partir, «siempre falibles», en un incesante
proceso de construcción de su signif‌icado científ‌ico, político, jurídico, social
e individual/personal.
Para proceder en este sentido se hace necesario —ya desde este mo-
mento— un verdadero y auténtico acto de seducción (etimológicamente: sed
-ducir signif‌ica desviar a uno del propio camino) que saque al lector de su
expectativa habitual. Enfrentarse a la violencia requiere, de hecho, una «vi-
sión interna» de su realidad como fenómeno y de quien la pone en marcha,
lo que nos obliga a abrir una brecha en la percepción que de ella se tiene en
la vida cotidiana. Esta «visión», a su vez, no se ref‌iere a un estado físico, sino
a una experiencia, que es también una experiencia del ver.
Será, pues, de «visiones» de lo que empecemos a hablar. Demos la pala-
bra a Alfredo Verde y colaboradores:
«Al principio solo había tinieblas. La noche invadía el mundo. Este princi-
pio, sugestivo y metafórico, el uso de las palabras tinieblas y noche como contra-
puesto a la luz del día —metáfora que no es nuestra, sino que se remonta cuanto
menos al evangelio de San Juan— pretende dar una idea de la dimensión en la
que el delito, en particular el delito de sangre, se aproxima dramáticamente a
la potencia de un trauma. Se subvierte el orden, el día y la luz, y de este modo,
el delincuente con su acción, proyecta una sombra sobre lo social. Las tinieblas
evocan el mundo de las fobias infantiles... La sociedad, constructo imaginario
a nivel colectivo, y el ordenado mundo de la fantasía sobre la realidad, son el
manto de Linus que vela y esconde lo terrible Real [...]. La vida social, con su
tranquilo ajetreo, vela las tinieblas. Pero de vez en cuando el velo se rasga, el
manto se deshace: el delito» (Verde et al., 2006: 1).
La manifestación del delito viene acompañada de la ambivalencia de ese
fenómeno admirativo por parte del simple ciudadano que ve [en el criminal]
una especie de privilegiado que se ha atrevido a desaf‌iar las leyes. No lo
envidia por haber cometido el delito, sino por haber osado cometerlo, por

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