Autores de fuera de Vasconia

AutorJuan Madariaga Orbea
Cargo del AutorDirector
Páginas835-1008
INTRODUCCIÓN
El final de la guerra carlista en 1876 trajo un nuevo tiempo a Euskal Herria,
o mejor, a la Euskal Herria del sur. La derrota de los seguidores de don Carlos
tuvo consecuencias. Su origen, sus orígenes, su causa, sus causas ocuparon,
han ocupado y ocuparán opiniones, estudios, reflexiones... Siempre resulta
conveniente acercarse a la verdad y así delimitar mejor si fue una guerra dinás-
tica, religiosa, foral... o si lo fue todo o un poco de todo. A veces es difícil saber
por qué empiezan las cosas, pero también por qué continúan y hasta por qué
terminan. Las guerras cambian y tampoco son iguales las razones de quienes
las alimentan: desde la persona que la siente en la lejanía hasta la que la sufre
en la cercanía de la trinchera.
Si el origen fue discutido por coetáneos, de uno y otro lado, y de uno y otro
lado del Ebro, su fin fue vivido en amplios sectores de la Vasconia del sur como
un castigo de raza. Que así lo sintieran los carlistas no debe sorprender: si el
origen de la guerra había sido foral o no, los fueros habían servido para avivar
y mantener las brasas. Desde el otro bando, el liberal, la defensa del régimen
privativo acaso solo era una excusa carlista, pura propaganda ante unos fueros
que no estaban en entredicho. Ellos eran liberales y defendían los fueros. Por
eso, los liberales del sur sintieron haber perdido una guerra que creían ganada.
Si los fueros no estuvieron en el inicio de la lucha, sí estuvieron en su final.
También estuvieron en el origen de algo más. Los fueros o los no fueros sir-
vieron para dar impulso a un movimiento de reivindicación de lo propio que
terminó por abarcar a todo el Zazpiak Bat. Como escribieron sus iniciadores
navarros, tal vez los cambios de los tiempos hubieran traído por sí solos ese
florecimiento literario y científico de la cultura vasco-navarra. Pero de haberse
producido en circunstancias menos lúgubres, explicaron, no estaría forjado
por esa «melancolía incurable» o «amordazada cólera».
Ese despertar nació de la mano de la nueva élite cultural que, al compás
del avance de la ciencia histórica en Europa y de los cambios en las institucio-
nes históricas españolas, fue gestándose durante el último tercio del siglo XIX
y eclosionó con el fin de la guerra en 1876. Muchos de ellos fueron corres-
pondientes de la Academia de la Historia y su reconocimiento académico e
institucional, también exterior, les permitió relacionarse de igual a igual con
las voces que desde fuera se acercaron a Vasconia. Voces que también busca-
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ron el conocimiento y saber de los autores autóctonos. Ese diálogo personal e
intelectual que la élite nativa mantuvo con muchos de los personajes foráneos
creó complicidades y marcó distancias, pero subraya, sobre todo, la necesidad
mutua de conocerse y saberse.
Esa élite, la primera élite en sentido de grupo que tuvo Euskal Herria, fue
la que protagonizó la nueva época. Dentro de ella, sus integrantes más desta-
cados, tanto cuantitativa como cualitativamente, fueron conscientes del papel
pionero que les había tocado jugar en ese nuevo despertar. En último término,
se consideraron representantes en su tierra de ese movimiento de reivindica-
ción de lo propio que sacudía a Europa. Ellos fueron quienes acercaron la Vas-
conia del norte y la del sur, y anhelaron presentarlas unidas al resto del mundo.
En ese impulso contaron con el ejemplo y el apoyo de los hermanos del nor-
te, cuyos estudios, trabajos y labor divulgadora en el ámbito cultural abrieron
nuevas vías de colaboración y conocimiento.
Dentro de ese movimiento global, buscaron impulso y modelo en el otro,
pero también se convirtieron en impulso y modelo para el otro, tal vez porque
la distancia desvanece las dificultades ajenas. Esa revitalización del estudio de
los aspectos propios de cada lugar no impidió los estudios sobre nuestra tierra
más allá de Vasconia. Ellos bien lo supieron hasta presentarlos como argumen-
to de la razón de sus postulados.
La suerte estaba echada. La abolición foral en Álava, Bizkaia y Gipuzkoa,
y el ataque a la Ley de 1841 en Navarra inició un nuevo tiempo, cada vez más
alejado del Romanticismo que había impregnado el siglo XIX. La modernidad
traía sus propias reglas, las cuales exigían tomar partido, aclarar orígenes y ele-
gir futuros. Ese proceso de destilación y decantación de amores eternos obligó
a muchos a olvidar los matices y tomar partido. Nada volvería a ser igual. No
había marcha atrás. El reto era conseguir que el inevitable futuro no sepultara
enteramente el pasado, que este encontrara algún acomodo en el indubitable
porvenir. Decidida la guerra, la batalla continuaba en los detalles, esos que per-
miten levantar la cabeza o doblar la cerviz, esos que terminan por contaminar
el todo y permiten presentarse como vencedor o vencido.
Quizá por eso, aunque Vasconia siguió despertando el interés foráneo, este
fue distinto. Ya no resultaba tan necesario ese vencer y convencer que desde
el lado español había animado muchas veces la preocupación por la Vasconia
del sur. Ganada la gran lucha, la política podía apartarse, nunca desaparecer, y
dejar amplio espacio a la historia, al análisis más sereno y menos destemplado.
El avance, regulación, asentamiento y profesionalización de los estudios histó-
ricos, arqueológicos, lingüísticos... que fue asentando la nueva centuria ayudó
también a dar el impulso definitivo a ese acercamiento más calmado y menos
interesado.
En el momento decisivo de final de un siglo y comienzo de otro, el origen de
esa mirada foránea provino fundamentalmente de dos lugares. Asentada Vas-
conia al norte y sur de los Pirineos, España y Francia coparon el interés por un
lugar considerado a veces propio y otras, no tanto. Treinta y nueve son las voces
peninsulares recogidas en las siguientes páginas, pudiendo destacarse el hecho
de que hasta seis de ellas fueran de origen catalán, incluida la de la única mujer.
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Las veintinueve voces francesas equilibran casi la atención hacia lo vasco. Las
siete referencias restantes, entre ellas tres alemanas y dos inglesas, subrayan el
acaparamiento casi absoluto de nuestros vecinos.
En ese menor peso de las voces pertenecientes a ese tercer grupo, más ale-
jado geográfica y políticamente, se advierte también ese distinto interés por
Vasconia. Como si el signo de los nuevos tiempos, menos románticos, y la gue-
rra perdida por lo distinto disminuyeran la atracción por el otro. Como si la
antigua fascinación hubiera cedido y solo hubiera quedado un interés excep-
cional, por escaso y a veces anecdótico. Cuando la singularidad desaparece... o
mengua, la mirada exterior busca nuevas fronteras y otros territorios.
El acercamiento francés vivió un salto cualitativo, bien asentando en el de-
sarrollo de la ciencia histórica. La École National des Chartes había sido funda-
da en 1821 por Luis XVIII con el objetivo de formar a conservadores de archi-
vos, bibliotecas y museos. Fue el momento de ese Romanticismo que descubrió
la época medieval, pero que también vio la necesidad de renovar la historia a
través del estudio directo de los archivos, manuscritos y diversas lenguas, se-
parando la tradición de la erudición. Era la hora de los nuevos profesionales
formados en la ciencia de los documentos y manuscritos. En 1868 un decreto
imperial de Napoleón III estableció la École Pratique des Hautes Études. Su
propósito era tanto introducir la investigación en el mundo académico como
promover la formación académica a través de la investigación.
Las investigaciones históricas acercaron a los franceses Achille Luchaire
y Arthur Giry a Pamplona en 1881. Los documentos del Archivo General de
Navarra deslumbraron a los viajeros. Giry, promoción de 1870 de la École Na-
tional des Chartes, impulsó desde entonces el estudio de los fondos navarros
entre sus discípulos de ambas instituciones francesas. Jean Auguste Brutails y
Léon Cadier, sin ir más lejos, llegaron a Pamplona en la misma década de 1880.
La École National des Chartes y la École Pratique des Hautes Études abandera-
ban así el renovado hispanismo francés y apuntalaban la nueva historiografía
navarra.
El normando Desdevises du Dezért, diplomado también en la École Prati-
que des Hautes Études y becado para visitar el Archivo General de Navarra en
1886, aunó la formación académica y universitaria parisina y su periplo vital,
profesional e intelectual fuera de la gran urbe. Este destacado hispanista llegó,
desde su método positivista y la abundante utilización de fuentes, a parecidas
conclusiones románticas en su estudio de la Vasconia del sur: el oasis foral
frente a la negligencia de España.
Fuera de ese foco parisino, pero fundamental en el nacimiento de esa mo-
derna historiografía, se encuentran los estudios de Prosper Boissonade sobre
Navarra. Encuadrado en la vanguardia historiográfica y considerado el otro
gran hispanista francés, junto a Desdevises du Dezért, dio a conocer la riqueza
de los archivos de Pau, Simancas y de la propia Pamplona, así como la vasta bi-
bliografía francesa sobre la pérdida de la independencia del reino. Su tesis His-
toire de la réunion de la Navarre à la Castille. Essai sur les relations des Princes de
Foix-Albret avec la France et l’Espagne (1479-1521), publicada en 1893, se con-
virtió en una referencia fundamental sobre la conquista de Navarra, también

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