Álava

AutorJuan Madariaga Orbea
Cargo del AutorDirector
Páginas405-494
INTRODUCCIÓN
Al igual que en Bizkaia y Gipuzkoa, la Ley de 21 de julio de 1876 supuso un
antes y un después en la historia política e institucional de Álava. Esta norma
legal no abolía formalmente los Fueros, sino solo las exenciones militar y fiscal,
pero, en la práctica, en 1877 se produjo el desmantelamiento total de las insti-
tuciones tradicionales de las tres «Provincias Vascongadas» (las Juntas Genera-
les y la Diputación Foral, sustituida por una Diputación Provincial). Nada pudo
hacer para impedir este cambio la resistencia de los fueristas intransigentes,
representados, en el caso alavés, por el último diputado general de la etapa
foral, Domingo Martínez de Aragón, y por el diputado a Cortes Mateo Benigno
de Moraza, autor de un memorable discurso en el Congreso en el que clamó
infructuosamente por la conservación de los Fueros.
En 1878 la implantación del Concierto Económico devolvió a las tres pro-
vincias su autonomía tributaria, lo que hizo que se mantuviera la especificidad
de las provincias vascas, incluso en un régimen tan centralista como el de la
Restauración borbónica. La consolidación del régimen concertado —renovado
en varias ocasiones en esta etapa— hizo que la Diputación Provincial recupe-
rara, además, cierta autonomía administrativa. A diferencia de Bizkaia y Gi-
puzkoa, en el caso alavés el Concierto Económico y las particularidades que
le acompañaban, como la permanencia del Cuerpo de Miñones, superaron la
crisis de la guerra civil y se mantuvieron durante el franquismo, enlazando con
la recuperación del autogobierno vasco en la Transición.
Pero, a la altura de 1878, todavía faltaba tiempo para que el Concierto de-
jara de ser considerado una concesión provisional del gobierno de Cánovas del
Castillo, para pasar a reinterpretarse como un derecho histórico. La pérdida
de los Fueros provocó una sensación de desencanto entre las élites y, posible-
mente, también en la mayor parte de la población alavesa. Ello hizo que en las
siguientes décadas la reintegración foral fuera una reivindicación constante de
pensadores, periódicos, instituciones y partidos alaveses, tal y como se refleja-
ba en la prensa de todos los colores con ocasión de los sucesivos aniversarios
de las distintas aboliciones forales. No obstante, cada grupo político interpre-
taba los Fueros perdidos de modo distinto e incluso contradictorio: si para
los carlistas eran garantía del mantenimiento de la sociedad tradicional vasca,
dentro de la Monarquía católica del Antiguo Régimen, para los republicanos
eran un régimen democrático e incluso federal avant la lettre y para el emer-
406 NOTITIA VASCONIAE. TOMO III (1876-1936)
gente nacionalismo vasco eran códigos de soberanía de los territorios vascos,
suprimidos manu militari por el Estado español, aprovechando el final de las
guerras carlistas.
En el caso de Vitoria-Gasteiz, estos y otros factores hicieron que se habla-
ra, en palabras de Tomás Alfaro Fournier, de «una ciudad desencantada». La
capital alavesa unió la pérdida foral con la impresión del final de una etapa de
prosperidad cultural (la Atenas del Norte) e incluso con quebrantos más tangi-
bles, como el traslado de la Capitanía General de Vitoria a Burgos en 1893. Ade-
más, Álava seguía siendo la hermana pobre de las provincias vascas, tal y como
reflejaba la distribución del cupo a pagar al Estado en los sucesivos Conciertos
económicos. Frente al crecimiento acelerado de Bizkaia y, en menor medida,
de Gipuzkoa, Álava apenas creció en esta etapa: la cifra de 96.000 habitantes en
1860 se repetía exactamente en 1900; solo después hubo un cierto incremento,
alcanzando los 104.000 en 1930. Casi todo el crecimiento se concentró en Vito-
ria, que subió de 32.000 a 40.000 personas entre 1900 y 1930, mientras la zona
rural alavesa perdía población. Algunos de sus habitantes emigraban a zonas
con un mayor desarrollo económico, que les ofrecían posibilidades de mejora
laboral y personal.
La agricultura seguía siendo la principal fuente de riqueza de Álava. Desta-
caba aquí el desarrollo del viñedo en La Rioja alavesa, tras la introducción del
«Medoc alavés» en la década de 1860, iniciativa de la Diputación para mejorar
la calidad de los vinos locales. Además, en estos años se produjo también un
incremento general de la producción agraria, sobre todo en la coyuntura de la
Primera Guerra Mundial, gracias a la introducción de maquinaria y de nuevos
cultivos intensivos de patata y remolacha. La industrialización fue lenta, redu-
ciéndose a unas pocas empresas en Vitoria, en general pequeñas, y a algunos
núcleos aislados en el resto del territorio, como la metalúrgica de Ajuria y Uri-
goitia en Araia o la fábrica de asfaltos de Maestu. De hecho, hasta bien avanza-
do el siglo XX Vitoria siguió siendo una pequeña ciudad de provincias, con una
economía basada en el sector terciario. Se trataba de servicios no vinculados
directamente a la modernización, como los cuarteles, el servicio doméstico o
los establecimientos religiosos. En este sentido, el traslado de la Capitanía Ge-
neral a Burgos se consideró una pérdida importante para la ciudad, dando
lugar incluso a una protesta popular, que entre otras cosas hizo que se compen-
sara a la ciudad con nuevos cuarteles. Por otro lado, Vitoria mantuvo la sede
de la Diócesis Vascongada, que había sido establecida en 1862, con jurisdicción
sobre las tres provincias. Unida al estamento militar, el obispado dio a la pobla-
ción un sesgo recoleto, de «ciudad rociada de rancho y agua bendita». Tampoco
la posibilidad de desarrollo que, en teoría, supuso la fundación del Banco de
Vitoria en 1900 trajo consigo una renovación efectiva de la economía vitoriana.
La mayor parte de los capitales disponibles por parte de la burguesía local no se
invirtieron en la industria sino en valores más seguros, como la deuda pública
o las fincas urbanas.
También desde el punto de vista social la situación alavesa en el último ter-
cio del siglo XIX y el primero del XX se alejaba del dinamismo que caracterizó a
amplias áreas de Bizkaia y Gipuzkoa, asemejándose más a la vecina Navarra.
El mundo rural se mantuvo relativamente estable, aunque poco a poco fue in-
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troduciéndose en él la modernidad, a medida que se perfeccionaban las vías de
comunicación (la mejora de carreteras o el Ferrocarril Vasco-Navarro, iniciati-
va de la Diputación). Vitoria mostró un mayor dinamismo, según iba avanzan-
do el siglo XX. El desarrollo del movimiento obrero fue lento, pues en la ciudad
apenas había verdaderas fábricas, sino más bien pequeños talleres, y se carac-
terizó inicialmente por su moderación. En 1897 se fundó la primera sociedad
de oficios varios y en 1900 tuvo lugar la primera huelga destacable, que afectó
a un grupo de trabajadores del sector de la carpintería. Tras la implantación
de fábricas más potentes, como la metalúrgica de Ajuria y Aranzábal, fueron
apareciendo secciones locales de los diferentes sindicatos: la UGT, la CNT, los
católicos y más tarde el nacionalista vasco ELA-STV. A diferencia de las otras
capitales vascas, el anarcosindicalismo tuvo gran fuerza en Vitoria, llegando
a ser el sindicato más poderoso al inicio de la Segunda República, además de
extenderse por algunas comarcas de La Rioja alavesa. También ELA-STV apro-
vechó la crisis de los sindicatos católicos para expandirse rápidamente, a pesar
de su tardía implantación, llegando a ser la central sindical más numerosa de
la provincia a la altura de 1936.
Teniendo en cuenta este contexto, los cambios propios de la nueva sociedad
de masas comenzaron a introducirse lentamente en la capital y, en mucha me-
nor medida, en la provincia. Así, tras las primeras proyecciones cinematográ-
ficas en 1896, todavía itinerantes, el cine se convirtió pronto en un espectáculo
popular, con la apertura de locales dedicados expresamente a la exhibición de
películas y más tarde de empresas destinadas a tener una dilatada trayectoria,
como VESA (Vitoriana de Espectáculos, S. A.). La llegada del deporte moder-
no —compatible con las prácticas tradicionales, como la pelota vasca— se en-
marca en este proceso de cambio social. En Vitoria empezaron a practicarse
el atletismo, montañismo, ciclismo y tenis que, a diferencia de otros deportes,
estuvo desde el principio abierto a mujeres jóvenes de clases acomodadas. El
sport fue primero práctica y luego espectáculo, sirviendo a la vez de instrumen-
to de cohesión social y de diferenciación de clases: por ejemplo, el Vitoria Club
reunía a las élites locales. Aunque con retraso, el fútbol se convirtió enseguida
en el principal deporte de masas, con el hito que supuso la fundación en 1921
del Deportivo Alavés, que tres años después inauguró el estadio de Mendizo-
rroza. En esta misma línea cabe mencionar la aparición de nuevos espacios de
sociabilidad (bares, locales de música moderna, etc.), que convivieron con las
tabernas populares y los círculos o casinos más o menos aristocráticos; o los
cambios en la moda y en el papel social de las mujeres, que solo muy lentamen-
te fueron ocupando en Álava una posición de mayor protagonismo.
La radiodifusión, otro de los elementos clave en el avance de la sociedad de
masas, aún tardó tiempo en hacer acto de presencia en Álava. La primera emi-
sora propia, Radio Vitoria, no se creó hasta 1934, aunque desde una década an-
tes radioyentes alaveses escuchaban otras emisoras nacionales e internaciona-
les. Sin embargo, con anterioridad se había creado una prensa que, pese a estar
muy lejos de los diarios de las grandes capitales, ya podía calificarse como de
moderna y popular. Dejando atrás la prensa para las élites propia del siglo XIX
o modelos intermedios como El Anunciador Vitoriano (1878-1898), aparecieron
los dos grandes diarios vitorianos de esta época: el liberal y después republica-

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