Violencia contra la mujer extranjera y trata desde la perspectiva de género

AutorÁngeles Lara Aguado
Páginas101-133

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Ver Nota1

1. La violencia contra las mujeres extranjeras y la trata
1.1. La violencia contra las mujeres en el contexto de la crisis de valores y la globalización

Algo terrible está ocurriendo en la sociedad cuando en pleno siglo XXI asistimos indolentes ante violaciones graves de derechos humanos, como si todos los avances tecnológicos no hubieran ido acompañados de un avance en el terreno de los valores y de la defensa de los derechos de las personas. Algo pasa cuando una persona se levanta en el autobús para cederle el asiento a una mujer mayor y todas las personas alrededor la miran como si hubiera hecho algo reprobable; miradas, que serían de aprobación si la señora mayor no hubiera llevado velo. Aunque el velo sea una exteriorización clara de la discriminación de la mujer y de la dominación que ejerce el hombre sobre ella, ¿es que quien lo lleva no merece el mismo trato que las demás personas? Algo sucede cuando los debates y las redes sociales están inundados de mensajes cargados de odio hacia las personas que son distintas por rezar a otro dios; de mensajes que tratan de alentar a la sociedad española a que se rebele contra quienes profesan una religión en concreto, alegando que en los países donde se practica esa religión no se permite la práctica de la religión católica y animando a que apliquemos la ley del Talión. ¡Como si un país democrático pudiera compararse a uno que vive sumido en el totalitarismo! ¡Como si para equipararnos a quienes no respetan los derechos humanos debiéramos también transgredir los derechos, en vez de luchar porque se respeten en todo el mundo!

Algo ocurre cuando somos conscientes de que la ropa que llevamos está siendo confeccionada por esclavas extranjeras en talleres clandestinos –o no tan

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clandestinos–, en países del tercer mundo, en condiciones de explotación infrahumana, sin el más mínimo respeto a los derechos laborales de las personas, transgrediendo los límites de la dignidad humana, sin que nos preocupe lo más mínimo, ya que preferimos ignorarlo, mirando para otro lado y permaneciendo totalmente pasivos ante el problema.

Nada bueno está sucediendo cuando los grupos parlamentarios españoles se plantean en serio aprobar una ley que legalice una práctica como la contratación de embarazos, también llamada vientres de alquiler y, eufemísticamente, maternidad subrogada; una práctica, que permite la explotación de las mujeres extranjeras que se encuentran en situación de vulnerabilidad, de extrema pobreza o en situación precaria, para satisfacer los intereses económicos de las industrias vinculadas a este negocio; el disparate es aún mayor cuando, además, este abuso de la mujer en desigualdad de condiciones se pretende hacer pasar por una forma de liberación de esa mujer, casi siempre extranjera, que decide “libremente” qué hacer con su cuerpo (Lara Aguado, 2018: 1-22). Como si todo lo que es técnicamente posible fuera lícito: ¿acaso se debe permitir a quien quiere donar en vida su pulmón o su corazón que lo haga, siendo técnicamente posible dicha operación y consintiendo ambas partes? ¿Acaso es libre para tomar una decisión consciente y bien informada quien no puede decidir por sí misma o quien no tiene otra alternativa para subsistir o salir de una situación de precariedad?

Algo grave pasa cuando no reaccionamos en masa frente a las situaciones de explotación que sufren millones de personas en todo el mundo y pasamos de largo frente mujeres y niñas, víctimas de trata con diversos fines, personas que tenemos en nuestros barrios enfrente de nuestros ojos y no queremos verlas y reconocerlas como tales víctimas; por el contrario, las consideramos como un motor del crecimiento económico de la sociedad, como una pieza más del engranaje económico global. Y más especialmente indolentes nos sentimos si dicha persona es una mujer extranjera. ¿Qué le importa a la sociedad que las mujeres y niñas sean esclavizadas, que sean usadas como mercancías en manos de lobos sin escrúpulos, si con ello se obtienen beneficios económicos? En los casos de mujeres y niñas víctimas de trata con fines de explotación sexual, además, las percibimos como una escoria y lo único que deseamos es que su explotación se produzca lejos de nuestro entorno. Es desalentador percibir que la lucha contra las violaciones de derechos humanos se ha convertido en una tarea sólo de las ONGs, de algunos teóricos del Derecho o de “esas locas feministas” y que la sociedad se haya desentendido de este problema y permanezca inmune frente a tanta vulneración de derechos humanos básicos.

Que, a estas alturas, las mujeres tengan que seguir demostrando que son seres humanos, que tienen derechos y que deben gozar y disfrutar de los mismos, es una vergüenza. En pleno siglo XXI no tendría que existir ningún discurso sobre la violencia contra la mujer, porque debería haberse normalizado la igualdad entre hombres y mujeres. Pero, desgraciadamente, sigue siendo im-

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prescindible seguir despertando conciencias, seguir trabajando por incorporar el enfoque de género en todas las políticas públicas, continuar concienciando a la sociedad de la necesidad de erradicar todas las formas de discriminación contra las mujeres y las desigualdades en la distribución del poder entre mu-jeres y hombres, así como ilustrar sobre las distintas acciones u omisiones que constituyen formas de violencia contra la mujer y que, por estar normalizadas, pasan desapercibidas como si no fueran manifestaciones de la violencia contra la mujer.

En especial, hay que llamar la atención sobre los millones de mujeres y niñas, casi siempre extranjeras, que sufren los vestigios de la esclavitud, ya que se encuentran bajo el poder de disposición de otras personas y que están siendo tratadas como simples objetos de su pertenencia, sufriendo tremendas violaciones de derechos humanos en todos los países del mundo, incluyendo los más desarrollados y aparentemente respetuosos de los derechos de las personas, como es el caso de España y el resto de países de la Unión Europea. En efecto, una forma especialmente grave de violencia contra las mujeres es la trata, que hay que situarla en este contexto de desprecio a los derechos humanos que vive la sociedad y, en particular, en el desprecio a los derechos de la mujer; un desprecio que no es nuevo, pero que resulta más llamativo en nuestros días, porque contrasta con el enorme desarrollo tecnológico que se ha producido en los últimos años. El ritmo frenético en el que vive la sociedad, en parte marcado por las tecnologías de la información y la comunicación que nos permiten obtener información en cuestión de segundos, nos lleva a no profundizar en estas cuestiones, a abordarlas de puntillas, por no tener tiempo ni sosiego para reflexionar sobre lo que está ocurriendo. No tenemos la ocasión de hacer un análisis crítico de esta situación, porque lo que cuenta es el progreso económico, alcanzar altos niveles de producción, potenciar el consumo y crear riqueza, sin importar a costa de quién se logran tales objetivos.

En este contexto, parece no calar lo suficientemente hondo el hecho de que la trata de seres humanos sea un delito que constituye una grave violación de los derechos humanos; el que conlleve la instrumentalización de la persona, como si fuera una mercancía en manos de los tratantes, siendo reutilizada una y otra vez, ya que pasa de un club a otro cuando disminuye su atractivo como novedad en un local; el que la víctima de trata no pueda decidir ni sobre su vida, ni sobre su cuerpo, ni sobre su trabajo; el que se le anule su dignidad y se la haga vivir en un régimen de servidumbre o esclavitud, bajo diversas formas de explotación sexual, laboral o con otros fines que generan un importante lucro del que se apropian los delincuentes. Será que hace falta más imaginación para conseguir que este concepto de violación de derechos humanos sea interiorizado por toda la sociedad, por todos los poderes públicos, por todas las instituciones, pues parece que todos los gritos que se vienen lanzando para denunciar este delito son gritos silenciosos, como el del cuadro de Edvard Munch.

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Es importante señalar que, aunque estas violaciones de derechos humanos afectan también a los hombres, siguen siendo cuantitativa y cualitativamente mayores los delitos sufridos por mujeres y niñas, sobre todo extranjeras, con la agravante de que su sufrimiento, además, suele ser invisible para la sociedad. Esto es lo que ocurre cuando las mujeres o niñas proceden de un ambiente de absoluta pobreza o tienen una gran dependencia psicológica de los varones o pesa sobre ellas la responsabilidad de soportar la carga económica de la familia. En tales situaciones, la sociedad ha normalizado la instrumentalización de las mujeres y niñas para contribuir al mantenimiento de su familia o de la sociedad en la que viven e, incluso, de su país. Basta recordar las incitaciones de algún gobernante de un país iberoamericano al turismo sexual en su región como forma de incrementar el progreso económico de su país, aunque ello conlleve una grave explotación sexual de las mujeres y niñas a las que el gobierno y las leyes de ese país deberían proteger.

La especial vulnerabilidad de estas mujeres y niñas, especialmente cuando son extranjeras, las hace más proclives a ser cosificadas y tratadas como una mercancía y a sufrir la triple discriminación: por ser mujeres, madres o hijas y esclavas (Shahinian, 2017...

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