¿El trabajo decente o la humanización del trabajo?

AutorJosé Luis López Bulla
CargoConsejero del Consell de Treball, Econòmic i Social de Catalunya.
Páginas239-246

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Para un servidor vuelve a ser un grato placer compartir nuevamente con ustedes y Rodolfo Benito este rato de conversación informada. De veras que lo agradezco y, muy especialmente, a Antonio Baylos, infatigable organizador de estas jornadas y de múltiples iniciativas en procura de una relación apropiada entre el iuslaboralismo y el sindicalismo. Por si fuera poco, nuestro encuentro transcurre simultáneamente a las movilizaciones en todo el mundo precisamente con el tema central de la exigencia del "trabajo decente": una acción de características nuevas tanto por su globalidad como por la unidad de acción que representa el sujeto convocante, el Sindicato mundial. Por lo demás, vale la pena recordar que esta movilización es la consecuencia de una propuesta que, en ese sentido, hizo Comisiones Obreras en el congreso fundacional de la CSI en Viena.

Antes de entrar en materia, me permito una recomendación: la lectura del libro de Luciano Gallino Il lavoro non è una merce . Pienso que puede servir para refrescar la memoria acerca de algo tan elemental, que está puesto en tela de juicio por algunos exponentes del Derecho del trabajo europeo que empiezan a tener una potente influencia no sólo en su disciplina sino especialmente en los círculos concéntricos del poder o, por mejor decir, de los poderes políticos y económicos. También académicos. No me resisto a un desahogo personal: son muy pocos los iuslaboralistas que se confrontan contra las derivas de aquellos a quienes Umberto Romagnoli llama revisionistas1. Es más, mientras el Derecho del Trabajo no se ponga decididamente al día, tengo para mí que los revisionistas podrían ir avanzando en sus posiciones. Me disculparán si dejo tan clamoroso asunto para más otra ocasión. Permítanme

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una pausa: la recomendación del libro de Gallino y la referencia a Romagnoli se explican por sí solas. Aunque también vienen a cuento para recordar que todavía hay en Italia gentes consistentes que siguen estando de buen ver y mejor leer. No se olvide que, por así decirlo, la sombra de Trentin es felizmente alargada.

  1. Cuando Juan Somavía acuñó la expresión "trabajo decente", tal vez no fuera consciente de hasta qué punto iba a convertirse en una importante señal, capaz de vincular la acción colectiva global del conjunto asalariado mundial, de sindicalistas, juristas progresistas y de un amplio elenco de científicos sociales. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas -a mi juicio- como inescindibles entre sí2. Así pues, la inexistencia de una de tales condiciones impugnaría la definición de Somavía, y la merma de cualquiera de ellas crearía un déficit de decencia en el trabajo. La lógica tiene estas cosas; aunque la política pueda disfrazar las palabras, según ha dejado sentado Vittorio Foa en "Las palabras de la política"3, la lógica, en su autonomía normativa, tiene felizmente esos inconvenientes a la hora de llamar la atención. Por otra parte, "trabajo decente" viene a representar un mínimo común divisor de las diversas situaciones -de latitudes, género y condiciones individuales y colectivas- realmente existentes en el mundo entero. De ahí que, en mi condición de sindicalista emérito, exprese enfáticamente mi felicitación a la Central Sindical Internacional por haber dado en la tecla tan certeramente a la hora de convocar la jornada de hoy por el trabajo decente.

    Sin embargo, no parece que las cosas sean tan fáciles como a primera vista da la impresión. Relata Isidor Boix, uno de los sindicalistas más lúcidos del panorama global que, estando de viaje en China, un joven dirigente de los sindicatos oficiales, con altas responsabilidades en aquel país, le espetó lo siguiente: "el mayor enemigo de los trabajadores chinos sois los trabajadores europeos"4. Al parecer el motivo de tan extraño saludo no era la historia eurocentrista del movimiento sindical sino los altos salarios que se pagan hoy en Occidente a los trabajadores y el elenco de derechos sociales como resultado de las conquistas de la acción colectiva. En otras palabras, la presión sostenida del movimiento global de los trabajadores en pos del trabajo decente puede provocar ciertas suspicacias incluso en algunos sectores,

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    aunque en esta ocasión se trataría de un sindicalismo putativo: una herramienta subalterna del Estado.

    De un lado, el movimiento sindical occidental que exige más derechos para sus trabajadores y, de otro lado, planteando la democratización irrestricta allá donde no existe o está muy limitadamente reconocida; de otro lado, las zonas, todavía numerosas en el mundo, donde campan a sus anchas sindicatos putativos que miran con recelo la acción colectiva de los sindicatos democráticos.

    Recordemos las cuatro condiciones de Somavía para que se pueda hablar con fundamento de trabajo decente: la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana. Así las cosas, me parece evidente que jamás en la historia el trabajo (principalmente la del trabajo subordinado) ha sido, somavianamente hablando, decente, ni aproximadamente decente. Lo que, por supuesto, incluye la breve historia del trabajo en los países del llamado socialismo real. A menos que se truquen los mecanismos de la lógica o se banalicen las definiciones de todas y cada una de las cuatro condiciones de Juan Somavía. Esta afirmación puede ser aceptada sin aparente inquietud; sin embargo, el panorama que sugiere es uno de los más prometéicos desafíos a los que se puede abocarse el movimiento sindical global o, según cómo, otra de las aporías en las que puede verse inmerso.

    Hablando en plata: ¿es posible que, en el marco del sistema capitalista, se cumplan las cuatro condiciones de Somavía No es una pregunta...

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