De protocolos, atuendos y opositores

AutorJulio Picatoste
Cargo del AutorMagistrado (jubilado) - Académico de número de la Real Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación
Páginas221-222
DE PROTOCOLOS, ATUENDOS Y
OPOSITORES 69
La vida del opositor se asemeja a la de un monje. Reclusión en celda, en
pie al toque de maitines y muchas horas de estudio. Es pues un plan de vida
monótono y monocromático. Los días son de una grisura plomiza, sin otro
aliciente que el aprendizaje repetitivo y memorístico a que obliga un serio y
extenso programa de, en mis tiempos, algo más de cuatrocientos temas. Ya
no recuerdo si fue con idea de romper aquella monotonía o para adoptar
imagen de cenobita del Derecho, que eso es lo que era, el caso es que un buen
día decidí dejarme barba. Y de tal guisa lucía cuando, muy próximo ya a
comparecer en Madrid para afrontar los arduos y duros ejercicios orales ante
un tribunal inclemente, un magistrado me previno: “Yo que tú no iría con
barba. Te recomiendo que te la afeites”. La verdad es que, en aquel tiempo, no
se veía ningún opositor barbado, al menos en el delicado y grave momento
de presentarse ante el tribunal. La barba en los jóvenes tenía entonces una
cierta connotación contestataria, y eso, por lo visto, para el gremio judicial
de entonces no se avenía bien con un sistema que parecía gustaba más del
rasurado facial y cerebral. Recibido y entendido el mensaje, decidí seguir el
consejo de aquel magistrado veterano que debía conocer el paño judicial;
pensé, por otra parte, que bastantes apuros tenía yo con un programa hostil,
un tribunal omnipotente y un azaroso sorteo como para crearme nuevos
problemas de imagen a los ojos de un tribunal más inclinado a los lampiños
que a los barbados modelo “mayo del 68”. Así que, ante un espejo por guía
y testigo, con mano rme y cuchilla de buen lo, puse n a mi, al parecer,
aspecto de opositor insurrecto, y fui poco a poco despejando mi rostro, re-
descubriendo su antigua y cándida desnudez; pero en el último instante, en
un momento de rebeldía y nostalgia, decidí conservar el bigote, como signo
de viril seriedad y reminiscencia de una barba injustamente condenada a la
tonsura por temor a eventuales prejuicios del sistema.
El aspecto y apariencia del opositor en la hora sagrada y decisiva de per-
sonarse ante el tribunal examinador tienen su importancia, no es cuestión
69 Faro de Vigo, 22 de octubre de 2022.

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