Dilemas éticos de la investigación tecno científica y biomédica
Autor | F. Javier Blázquez-Ruiz |
Páginas | 95-108 |
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La salud es considerada habitualmente como uno de los mayores bienes de los que puede disponer el ser humano. Hablamos tanto de salud física, como mental, emocional, laboral, etc. Entre otras ra-zones, porque la salud nos permite desarrollar al máximo nuestras potencialidades así como alcanzar un alto grado de bienestar personal. En cierto modo podríamos decir que todo el mundo quiere ser y sentirse joven permanentemente.
Sin embargo, antes o después, y a veces sin saber muy bien por qué razón, con el paso del tiempo nuestra salud comienza a verse afectada, nuestro cuerpo se resiente y tendemos a padecer determinadas enfermedades. En cierto modo y como afirma S. Sontag, “la enfermedad se convierte a partir de entonces en el lado oscuro de la vida”28con el que tenemos que aprender a convivir necesariamente. Y se trata, además, de un aprendizaje muy significativo.
Porque cuando llegan a nuestra presencia, tanto el dolor como la enfermedad y el envejecimiento nos hacen ser conscientes de nuestra condición de seres frágiles y vulnerables, expuestos al paso
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inexorable del tiempo. Es entonces cuando nos damos cuenta de que no somos, o mejor, que no estamos físicamente como en la imagen que aparece retenida y paralizada en una fotografía y que tanto nos agrada contemplar, porque nos vemos y reconocemos según éramos entonces.
De hecho, nos gustaría permanecer inalterables en ese estado, aparecer tal y como nos mostrábamos entonces y conseguir que el tiempo se detuviese. Pero como no es posible conseguirlo tendemos a mirar con tristeza –no exenta de cierta nostalgia– ese tiempo “per-dido”, al darnos cuenta de la fugacidad de la lozanía y de la vitalidad que nos caracterizaba.
Claro que a veces, cuando esa percepción de la vida se extravía y la dimensión emocional obscurece y anula la vertiente racional, entonces algunas personas pretenden seguir alimentando esa ilusión, y tienden a no tolerar la decepción y frustración subsiguientes, convirtiendo toda la vida restante en una pelea constante y reivindicativa, aunque estéril, contra el proceso de envejecimiento inexorable29.
Y es que no somos conscientes de que vivir conlleva estar expuestos inevitablemente al paso del tiempo, con los cambios y modificaciones biológicas que ese proceso conlleva. Quienes no aceptan esa realidad y se niegan a reconocerla, parecen exigir una especie de derecho de crédito, pues estiman que la vida les debe un capital muy valioso del que, inesperadamente, se les ha privado injustamente. Capital que sólo es suyo, privativo e intransferible, y que de algún modo le debe ser restituido30.
A diferencia de otras épocas pasadas de la historia, si miramos retrospectivamente, ni el deterioro físico ni la enfermedad o la muerte se interpretan o reciben actualmente el sentido, como sucedía entonces, de un fundamento absoluto ya sea Dios, La Nación, la Verdad, etc. En cierto modo, el cambio ha sido tan radical que, como si
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se tratase de un péndulo, se ha pasado, podríamos decir, al extremo opuesto31.
Ahora nos encontramos por doquier que el culto al cuerpo, la pleitesía a la belleza, la adoración a la estética de la figura humana se han erigido en una especie de nueva religión. Que además cuenta con un número cada vez mayor de creyentes y de practicantes. Viene a ser como un nuevo producto del mercado, inducido y generado por la sociedad de consumo.
Hay situaciones que llegan, podríamos decir, hasta el paroxismo. A este respecto, en EE.UU. como es sabido, existen familias en las que algunos padres regalan a sus hijas, cuando cumplen 15 años, opera-ciones de cirugía de pechos. Así refuerzan, al parecer, su autoestima, se embellecen, incrementan su atractivo y se sienten más sexys…
En nuestro país, la proliferación de clínicas privadas de estética, a veces ilegales, que ofrecen precios más baratos pero que persiguen la misma finalidad, atraen la presencia de consumidores crédulos e inconscientes de los graves riesgos en los que incurren. Unas y otras son probablemente actitudes extremas que denotan sin embargo la relevancia que adquiere el propio cuerpo en las diversas épocas de la historia.
Ante todo ello conviene precisar en primer lugar que el ser humano es más, mucho más que su constitución física o biológica. Cada ser humano va creciendo, madurando psicológica y afectivamente, y sobre su naturaleza originaria, incorpora y construye una segunda naturaleza, de carácter biográfico, que le permite desarrollar otra dimensión, no estrictamente corporal. Y es que tal y como afirmaba explícitamente Ortega en 1925 “el culto al cuerpo es eternamente síntoma de inspiración pueril, porque sólo es bello y ágil en la mocedad, mientras el culto al espíritu indica voluntad de envejecimiento, porque sólo llega a plenitud cuando el cuerpo ha entrado en decadencia”32.
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De hecho cabe recordar que la primera naturaleza nos viene dada, gratuitamente podría decirse por el origen genético. Mientras que la segunda, por el contrario, hay que crearla, cincelarla y configurarla. Hablamos del mundo de la cultura, del universo de las ideas y de los valores que van impregnando y forjando nuestra vida que nos permiten mirar con otros ojos. Además todo ello va a incidir, en gran medida, en las decisiones que puedan afectar a nuestra salud y enfermedad.
A este respecto F. Kafka que padeció graves dolencias que afectaron considerablemente su estado de salud, recordaba con insistencia la necesidad de adoptar una actitud positiva, ya que “quien conserve la facultad de ver la belleza no envejece”.
Porque el estado de salud, obviamente, no es eterno y a veces el dolor y la enfermedad se cuelan de rondón en nuestra existencia, sin haber sido invitados y se presentan de forma inesperada entre nosotros.
Llegado ese momento, una de las opciones posibles y en cierto modo relativamente frecuentes en la sociedad actual, es guardar silencio, ocultando a veces públicamente o incluso negando la afección. Así sucede por ejemplo en el caso paradigmático del cáncer y de sus diversas modalidades. De hecho es frecuente leer en la prensa, al referirse a un personaje famoso o popular, expresiones tales como “falleció al cabo de una larga y penosa enfermedad”. Pero realmente la afección no se nombra.
Otras veces son el juego de palabras así como los eufemismos o metáforas, los recursos que se utilizan para referirse y aludir a dichas enfermedades. Con el fin de no nombrarlas abiertamente. Sin embargo, como afirmaba la célebre escritora S. Sontag, tras haber conocido de cerca y haber padecido cáncer durante varios años, “el modo más auténtico de encarar la enfermedad es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico”33. Porque el silencio real-mente no es un principio activo ni posee cualidades analgésicas. De
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hecho no cura. Y es que ni el dolor ni la enfermedad son juegos de palabras.
En otras palabras la actitud de ocultar el dolor o negar su existencia en las más diversas circunstancias, conduce a veces a la negación de...
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