Las conversaciones políticas en facebook: una exploración de su potencial democrático

AutorLidia Valera Ordaz
Páginas164-188

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1. Marco teórico
1.1. El impacto de Internet sobre la comunicación política

La irrupción de Internet suscitó un intenso debate académico de carácter multidisciplinar en torno a sus posibles efectos sobre los procesos de comunicación política, y, más en general, sobre la propia democracia. Esta preocupación por el impacto social y político de las tecnologías digitales se explica, en gran medida, porque su irrupción se produjo en un contexto notablemente marcado por la percepción generalizada de una crisis de legitimidad de la democracia liberal representativa (Bobbio, 1987; Dahrendorf, 2001; Ovejero et al., 2004).

O en palabras de Bobbio, en un escenario de "promesas incumplidas", en virtud del cual los sistemas democráticos representativos habían sido incapaces de satisfacer algunas de las propuestas fundamentales de la teoría de la democracia, y exhibían severas patologías en su implementación

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contemporánea: la supervivencia de "poder invisible" o falta fundamental de transparencia y apertura, la persistencia de oligarquías, la prevalencia de los grupos sobre los individuos en el espacio político, el renovado vigor en la representación de intereses privados, el colapso de la participación ciudadana y el fracaso en la educación cívica de la ciudadanía (Bobbio, 1987: 23-43).

En este sentido, diversas investigaciones proporcionaron abundante evidencia empírica en torno a la tesis del desénchantement démocratique de la ciudadanía (Perrineau, 2003) como tendencia general en las democracias de los países de la OCDE (Putnam, 2003 y 2000), acreditando fenómenos como la disminución de la participación electoral (Putnam, 2000), el crecimiento de la volatilidad de los comportamientos electorales (Ion et al., 2005), el descenso sostenido de la afiliación a partidos políticos (Putnam, 2003; Ion et al., 2005), la palmaria falta de confianza ciudadana en las instituciones políticas (Norris, 1999; Newton y Norris, 2000; Putnam, 2003) y el aumento del cinismo político.

A ello se añadía el hecho de que gran parte de las decisiones, sobre todo en materia económica, estuvieran abandonando el espacio tradicional de la democracia (el estado-nación) y estuvieran desplazándose progresivamente a foros de decisión internacionales, como la Unión Europea (Dahrendorf, 2001). "El vaciado de los ámbitos de decisión, en el que los asuntos importantes de la vida política se deciden -si se deciden- en instancias ajenas al control público, se ha visto acompañado por una esclerotización de los mecanismos de participación y de debate" (Ovejero et al., 2004).

Este panorama de creciente desilusión ante la democracia propició que las tecnologías digitales fueran inicialmente acogidas con gran entusiasmo, y que un buen número de autores viera en ellas una potente herramienta para revitalizar la participación política y, en definitiva, para enriquecer y mejorar

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el funcionamiento democrático (Rheingold, 2004; Lévy, 2004; Jenkins, 2006). Así, algunos reivindicaron la capacidad de Internet para generar nuevas formas de acción social basadas en la cooperación y la autoorganización, a imagen y semejanza de diversas experiencias de producción entre iguales como Linux o Wikipedia (Rheingold, 2004; Tapscott y Williams, 2006). "El profundo potencial transformador de la conexión entre las tendencias sociales de la humanidad y la eficacia de las tecnologías de la información radica en la posibilidad de hacer nuevas cosas juntos, de cooperar en escalas y modos que antes no eran posibles" (Rheingold, 2004: 141).

Otros, por su parte, sugerían que el aprendizaje y las habilidades adquiridas por los usuarios como consumidores de cultura popular en la Red conducirían a nuevas formas de activismo social y político (Jenkins, 2006). "The effects some have ascribed to networked computing's democratic impulses are likely to appear first not in electoral politics, but in cultural forms: in a changed sense of community, for example, or in a citizenry less dependent on official voices of expertise or authority)) (Jenkins, 2006: 2). De hecho, algunas voces incluso presagiaron que Internet propiciaría la instauración de formas electrónicas de democracia directa (Lévy, 2004), y ello se traduciría, con el tiempo, en la disolución de la democracia representativa. Según Lévy, Internet había sentado la base material para el desarrollo de una nueva cibercultura basada en la participación y la reciprocidad (Lévy, 2007), que fomentaría el surgimiento de comunidades virtuales, a saber, una suerte de "ágoras virtuales" de deliberación continua de los asuntos públicos.

El discurso ciberoptimista que acompañó a la expansión de Internet no fue, por tanto, homogéneo, sino que presentó una amplia diversidad de aproximaciones para dar cuenta de su impacto político y social. Con todo, todas estas posturas teóricas compartían, si bien con diferente grado de intensidad, la esperanza de que las tecnologías digitales contribuyeran a

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restaurar la confianza pública en las instituciones, permitieran aumentar la transparencia en la comunicación pública y, en última instancia, impulsaran la participación política de la ciudadanía (Ramos Vielba, 2002: 84).

Una de las principales críticas lanzadas contra el ciberoptimismo nos remite al determinismo tecnológico, es decir, a la idea, generalmente implícita en estas apuestas teóricas, de que las innovaciones tecnológicas producen, por sí solas, profundas transformaciones sociales o políticas (Mazzoleni, 2001; Carracedo-Verde, 2002). En este sentido, conviene recordar que la idea de que las tecnologías de la comunicación puedan erigirse en motor de progreso político no es nueva, sino que ha emergido periódicamente con motivo de diversas innovaciones desde la revolución industrial (Vedel, 2003). "Internet es la última de una larga serie de grandes innovaciones tecnológicas en materia de medios de comunicación de masas [...]. Cada una de estas nuevas tecnologías, además, ha sido anunciada como un avance decisivo para la información pública y la participación política" (Davis, 2001: 20).

Una de las voces más contundentes y mediáticas contra el ciberoptimismo (o, en sus propios términos, el ciberutopismo) ha sido Morozov (2011 y 2013a), que ha criticado cómo algunas de estas posturas teóricas reducen el debate sobre el diseño institucional, las formas de gobierno y la participación política a una cuestión estrictamente procedimental. Se limitan a asumir que los problemas que aquejan a las democracias occidentales son de índole básicamente procedimental, de lo que rápidamente infieren que la implementación de métodos electrónicos descentralizados y horizontales (a imagen y semejanza de la que se presume la arquitectura básica de Internet) para la participación constante de la ciudadanía es susceptible de producir profundas transformaciones sociales, culturales y políticas.

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"What if some limits to democratic participation in the pre-Wikipedia era were not just a consequence of high communication costs but stemmed from a deliberate effort to root out populism, prevent cooptation, or protect expert decision making? In other words, if some public institutions eschewed wider participation for reasons that have nothing to do with the ease of connectivity, isn't the Internet a solution to a problem that doesn't exist?" (Morozov, 2013b).

Frente a la pléyade de posturas que veían en Internet un motor de revitalización democrática, la irrupción de las tecnologías digitales también suscitó reflexiones caracterizadas por la desconfianza y el escepticismo manifiesto ante la posibilidad de que se produjeran cambios sustanciales en la esfera de la política (Davis, 2001; Mazzoleni, 2001; Sunstein, 2001 y 2007; Prior, 2007; Precht, 2010). Todas estas perspectivas ciberpesimistas rechazaban el determinismo tecnológico y reconocían con claridad que los problemas que afectan a las democracias son multidimensionales, complejos, y difícilmente subsanables por medios exclusivamente tecnológicos. Así, Mazzoleni postulaba que Internet tan solo suponía una revolución simbólica de las formas de comunicación política, es decir, "un cambio no sustancial que tiene que ver con las dimensiones simbólicas de la acción política"

(Mazzoleni, 2001: 33).

Otros autores vieron en Internet serios riesgos para la convivencia democrática, como el autoaislamiento social (Davis, 2001), la reducción de la diversidad de la vida cotidiana (Putnam, 2000), la fragmentación y balcanización del espacio público (Sunstein, 2001 y 2007; Precht, 2010), y el aumento de la desigualdad en la implicación política de la ciudadanía (Prior, 2007). Según estas posturas, Internet allanaría el camino a la tendencia natural del hombre a exponerse selectivamente a la información -a la coherencia psíquico-cognitiva según la célebre teoría de la disonancia cognoscitiva de

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Festinger (1975)-, y lo haría otorgando un enorme poder de filtración al usuario, de modo que este podría evitar sistemáticamente cualquier información incongruente con sus convicciones preexistentes (Sunstein, 2001 y 2007). "Las interacciones en el mundo real nos suelen obligar a enfrentarnos a la diversidad, mientras que el mundo virtual puede resultar más homogéneo, no en términos demográficos, sino desde el punto de vista del interés y las opiniones" (Putnam, 2000: 178).

De esta forma, Internet podía convertirse en "una máquina para la intensificación de prejuicios" (Precht, 2010: 480), facilitando la endogamia ideológica y propiciando la progresiva división de la esfera pública en nichos...

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