La construcción de la ciudad como espacio público

AutorJosé Manuel Bandrés
Páginas27-47
CAPÍTULO I
LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD
COMO ESPACIO PÚBLICO
«El aire de la ciudad nos hace libres»
1. LOS VÍNCULOS Y NEXOS ENTRE CIUDAD, CIUDADANÍA
Y ORDEN CIVILIZATORIO: LA CREACIÓN Y FORMACIÓN
DE LA CIUDAD COMO ESPACIO PÚBLICO DE SOCIALIZACIÓN
COLECTIVA
La idea de ciudad es, en sí misma, un signo de civilización, en la medida
que visualiza el progreso de la humanidad, que, a lo largo de la historia, ha
ido construyendo formas complejas de hábitats constitutivos de vida colec-
tiva, con el objetivo de satisfacer las necesidades vitales de sus po bladores.
La ciudad no es solo una realidad física, material, caracterizada por la
ocupación del territorio para servir de asentamiento y albergue a sus habi-
tantes, pues la ciudad se configura como un espacio de civilización política
y cultural.
Las ciudades son un testigo revelador de la realidad existencial de los seres
humanos, que en las distintas épocas han demostrado su capacidad y su pre-
disposición para ensayar y perfeccionar sus modelos de convivencia en aras
de constituir una sociedad urbana. .
Nuestros afectos, preocupaciones, emociones, esperanzas y desasosiegos
dan sentido y significado a la vida urbana que se desarrolla en el marco de
la ciudad. A la vez, las ciudades dan testimonio de las ambiciones colectivas
de pueblos ancestrales que, por su perseverancia y arraigo político y cultural,
han dado lugar al surgimiento de las civilizaciones urbanas.
Una visión comparativa de la evolución de las ciudades ofrece elementos
de análisis que permiten constatar que el alzamiento de las ciudades consti-
tuye una de las creaciones más fascinantes y representativas de la civilización
humana. Se puede afirmar que la historia de la humanidad se refleja y se sim-
28 El derecho a la ciudad y el buen gobierno urbano
boliza en la historia de las ciudades, en cuanto en las geografías urbanas se
yuxtaponen y se ensamblan, en una lógica evolutiva, la historia de las civili-
zaciones, la historia del poder y la autoridad, y la historia del reconocimiento
de los derechos democráticos de ciudadanía.
Precisamente, de la interrelación de las nociones de ciudadanía democrá-
tica local y orden civilizatorio surge la configuración y caracterización de la
ciudad como espacio público democrático de socialización colectiva.
No cabe ignorar, sin embargo, que pueden existir civilizaciones sin ciuda-
des o con ciudades efímeras (las civilizaciones nómadas) y ciudades sin civi-
lización (aquellas que carecen de estructura social urbana y de vida comuni-
taria), pero resulta incuestionable que las ciudades del pasado, del presente
y del futuro exteriorizan su fuerza constructiva, ideológica y cultural en el
tiempo y en el espacio cuando asumen los ideales civilizatorios como fórmula
constitutiva de la vida colectiva.
La ciudad es el resultado de un esfuerzo colectivo, que pone de manifiesto
la creatividad del ser humano. Por ello, la ciudad cristaliza en todas las civili-
zaciones cuando grupos o colectividades de individuos toman conciencia de
la necesidad de agruparse en un concreto territorio para poder desarrollar
allí sus vidas, integrándose en una misma comunidad. A tal fin, dedican sus
capacidades, potencialidades e ingenio, desplegando todas sus energías, es-
fuerzos e imaginación posibles para dar vida a la ciudad.
En este sentido, el sociólogo urbano estadunidense Robert Park sostenía
que la construcción de la ciudad era la obra más significativa creada por
el ser humano, puesto que es «el intento más coherente, y, en general, más
logrado del hombre por rehacer el mundo en el que vive de acuerdo con sus
deseos más profundos».
Las ciudades dan forma a una propuesta constructiva de un espacio de
socialización colectiva que responde a los requerimientos vitales de sus ha-
bitantes.
El espacio urbano se crea para satisfacer las necesidades más perentorias
de sus habitantes, ya que trata de proporcionarles protección, seguridad, es-
piritualidad, alojamiento, sustento y alimentación, trabajo, salud, actividad
comercial, ocio, descanso y acceso a bienes y servicios colectivos básicos.
La concepción de la ciudad como «organismo viviente», en la expresión de
Alexander Mitscherlich, requiere que sean atendidas las necesidades espiritua-
les y materiales de sus habitantes. Esta característica sustantiva y funcional
de las ciudades, que está en estrecha relación con la idea de colmar las aspi-
raciones de los individuos que componen la sociedad urbana, está ya presente
en las antiguas ciudades de Egipto y Mesopotamia. Prosigue en las ciudades
griegas y romanas, y perdura, sin solución de continuidad, hasta la aparición
de las grandes megápolis, que constituyen el preludio de las ciudades globales.
También, desde su formación, el desarrollo de las ciudades se caracteriza
por ser espacios convivenciales, donde las personas se interrelacionan e inte-
ractúan en aras de la consecución de la armonía y la paz social.
La naturaleza peculiar del proceso constructivo de la ciudad se hace pa-
tente en la medida que todas las ciudades son receptoras y herederas del

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