La ciudad, baluarte de la ética pública y los valores democráticos

AutorJosé Manuel Bandrés
Páginas93-109
CAPÍTULO V
LA CIUDAD, BALUARTE DE LA ÉTICA PÚBLICA
Y LOS VALORES DEMOCRÁTICOS
¡No podemos ser indiferentes a los valores
y convicciones de los otros!
1. UNA VISIÓN DE LA CIUDAD DESDE LA PERSPECTIVA
DE LOS VALORES ÉTICOS Y LAS VIRTUDES PÚBLICAS
En términos recognoscibles para un sistema democrático, la reconstruc-
ción de la idea de ciudad requiere la interiorización de los principios y valo-
res que constituyen la base de la ética pública en la vida política y social del
municipio, porque la asunción de estos principios y valores es el presupuesto
de la existencia de una ciudadanía democrática y el fundamento del buen
gobierno urbano y de la buena gobernanza institucional.
El discurso de la ética proporciona a la ciudad una dimensión cívica co-
munitaria, en cuanto contribuye a identificar una serie de valores democrá-
ticos, que deben ser respetados por la generalidad de los ciudadanos si se
quiere avanzar, de forma consistente, hacia la configuración de una sociedad
urbana caracterizada por el reconocimiento de la convivencia política y la
tolerancia cultural, así como por la búsqueda del bienestar general y la felici-
dad colectiva, en la que prevalezca la armonía y la paz social.
Para ello, la ciudad, en aras de renovar el contrato social entre sus go-
bernantes y la ciudadanía, debe abrazar no los postulados del «politeísmo
axioló gico», en el sentido expresado por Max Weber, sino que debe guiarse
por los valores y principios éticos reconocidos universalmente, que configu-
ran la base moral e ideológica de una sociedad democrática.
La filósofa barcelonesa Victoria Camps distingue entre valores éticos y vir-
tudes públicas para conceptualizar el conjunto de reglas morales que deben
regular nuestras vidas, así como para precisar las cualidades que tienen que
poseer los ciudadanos para poner de manifiesto su humanidad.
94 El derecho a la ciudad y el buen gobierno urbano
Desde esta perspectiva, dicha autora postula una ética de las virtudes
como respuesta más justa para corregir las carencias y fallas de nuestras
sociedades. A tal efecto, considera que la solidaridad, la responsabilidad, la
tolerancia, la profesionalidad y la buena educación, son las virtudes públicas
que deben regir las acciones individuales y colectivas de los seres humanos
para formar sociedades igualmente humanas.
El filósofo italiano Norberto Bobbio, en el marco del estudio de las rela-
ciones entre ética y política, propugna la incorporación de la templanza al
«pequeño diccionario de las virtudes», entendida como una actitud hacia los
otros basada en el sentido de moderación, que se contrapone a los antivalores
de la arrogancia, la prepotencia o el abuso de poder.
En el marco de este pensamiento filosófico, referido al estudio de la con-
dición humana y su interrelación con la acción política, la ética propone a la
ciudad aceptar y asumir valores universales como la dignidad, el espíritu de
tolerancia, la responsabilidad colectiva y la solidaridad, que constituyen los
presupuestos axiológicos de la democracia local.
La ciudad no puede ser éticamente neutral.
Aunque el gobierno local no tiene legitimidad para imponer concepciones
morales o religiosas a los ciudadanos, porque, incuestionablemente, debe respe-
tar el derecho de las personas de elegir, libremente, de forma autónoma e inde-
pendiente, sus propios principios, valores y convicciones, sin embargo, asume
la obligación de promover aquellos valores y principios cívicos que se revelan
indispensables para la consecución de la convivencialidad política y social.
La ética de las ciudades trata de regular la vida colectiva con arreglo a
reglas de convivencia que favorezcan que todos los habitantes de la ciudad
puedan desarrollar sus proyectos de vida personal de forma digna y autóno-
ma, asumiendo deberes y obligaciones hacia los otros, en consonancia con el
deber de respeto mutuo, en que se fundamenta el espíritu de tolerancia.
Por eso, la ética pública aplicable al ámbito municipal rechaza, sin nin-
gún género de ambigüedad, las actitudes y comportamientos sectarios, into-
lerantes, excluyentes, ya sean imputables a las autoridades municipales o a
cualquier miembro de la comunidad local, en la medida que la persistencia
de aquellas conductas contribuye a deshumanizar la sociedad urbana.
Nadie puede arrogarse el derecho de ser intolerante con las ideas o los mo-
dos de vivir de los otros miembros de la comunidad, porque ello supondría
negar uno de los rasgos definidores de los seres humanos, que es la conside-
ración conferida a su dignidad.
Nadie puede pretender, subrepticiamente, silenciar al otro en nombre de
sí mismo o de la comunidad, porque ello supone ignorar uno de los carac-
teres fundamentales de los seres humanos, que reside en el reconocimiento
de la autonomía personal como valor absoluto y supremo.
El modelo de ciudad reivindicable no puede desentenderse de los valores
éticos, puesto que estos tienen la función de constituir el referente ideológico
de toda la actividad política del gobierno de la municipalidad.
La función de la ética, en el contexto de la ciudad, es formar una comuni-
dad de ciudadanos libres, que compartan un ideario común fundamentado

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