Capítulo cuarto. Conclusiones finales

Páginas241-267
CAPÍTULO CUARTO.
CONCLUSIONES FINALES
He intentado denunciar la deliberada elaboración de una narrativa, con signi cantes
vacíos explicativos, que distorsiona la aparición de profundas brechas en el pacto social,
en la legislación laboral y el sistema de protección social.
El verdadero temor no es a la tecnología, sino al capitalismo aumentado y descontro-
lado tecnológicamente. La verdadera realidad aumentada.
Esta aproximación contextual ha requerido entender el escenario, conocer los ins-
trumentos y, por último, ubicar a las personas. Cuando estamos asistiendo al proyecto
de transformación social más rápido y profundo de la historia, he considerado que no es
posible analizar los instrumentos sin el escenario, ni es adecuado estudiar únicamente las
consecuencias en las personas dando por conocidos las características y potencial de los
instrumentos. Los herederos del humanismo ilustrado nos encontramos ante un ignoto y
germinal humanismo digital, y ello porque sin el cultivo de un verdadero ethos moral, la
sostenibilidad es un concepto vacío, sin fundamentos desde el punto de vista antropológico.
La tecnología es el escenario del mundo, nos rodea y nos envuelve, pero la obra de lo
que sucede en el escenario la escribimos y la interpretamos las personas. Por ello, quiero
insistir en el hecho de que nunca deberíamos olvidar por qué y para qué surgió el Derecho
del Trabajo.
Es un deber social pensar el futuro del trabajo ante la nueva triangulación entre perso-
nas, algoritmos y plataformas digitales. La evidencia muestra que las variaciones cíclicas en
el mercado laboral tradicional tienen efectos signi cativos en la oferta y demanda del tra-
bajo en la economía de las plataformas a nivel global, cuyo tamaño no es del todo conocido.
Soy consciente de que la innovación siempre ha sido un proceso turbulento en la
aventura de adentrarse en lo desconocido. Pero el proceso actual, o parte del mismo, nos
está mostrando que pretende poner en cuestión nuestros derechos laborales y sociales más
básicos, donde corremos el riesgo de hacernos daño por falta de diálogo social. El horizonte
digital plantea interrogantes más próximos a una inquietante distopía que a ese mundo
feliz en el que los robots nos van a liberar de las tareas pesadas.
FRANCISCO AVENDAÑO MARTÍNEZ
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Es por ello por lo que no debemos abandonar los principios básicos del Derecho del
Trabajo y del Pacto Social. Los conocidos como “gig workers” no son trabajadores atípicos.
Son trabajadores tan típicos como atávicos sus trabajos. Son, en su mayoría, trabajadores
que pertenecen a minorías raciales, a grupos de desempleados sin alternativas laborales,
etc., que trabajan para organizaciones empresariales muy poderosas que les privan de
acceder a los derechos más básicos. Y esto tiene un nombre: tradición capitalista.
Ello es lo que, en el Capítulo Primero, me llevó a considerar necesario revisar la in uen-
cia del modelo económico capitalista en la modelización de la organización empresarial
y las nuevas tecnologías.
Ahí, tuve ocasión de recordar que, a  nales del siglo XIX y principios del siglo XX, la
población trabajadora se caracterizaba por su precariedad. Fueron las luchas de los traba-
jadores por revertir esta situación las que obligaron al modelo capitalista a asumir unos
principios sociales surgidos desde abajo. De ahí, y hasta la fecha, para el modelo económico
capitalista los derechos de los trabajadores son una “anormalidad” frente a los derechos de
propiedad del capital. Por tanto, los compromisos sociales no serían tanto un fruto de una
evolución natural del capitalismo, sino la aceptación de nuevas reglas provenientes de la
política y de los trabajadores como ciudadanos. Resulta paradójico que el gran con icto
surgiera posteriormente, cuando los empresarios capitalistas tuvieron a su disposición los
contratos de los trabajadores, con lo que pudieron exprimir los excedentes de productividad
sin grandes obligaciones a cambio.
En las últimas décadas, con la intensi cación de la precariedad laboral parece que he-
mos vuelto al punto de salida de inicios del siglo pasado. El riesgo inherente a los negocios
empresariales se ha trasladado a los trabajadores a través de malas condiciones laborales, a
la vez que se está desarrollando plenamente la ideología neoliberal del autoempleo. Lo que
parece nuevo más bien podría considerarse una sublevación de lo viejo. La precaria depen-
dencia del mercado que recuerda al siglo XIX  gura ahora en un nuevo campo estratégico
en el que los trabajadores deben transitar bajo la bandera del autoemprendimiento. Esto
es también lo que distingue al taylorismo digital de su predecesor analógico: no tanto un
cambio radical en la precariedad de las condiciones laborales, sino en la vivencia de esta
precariedad como existencia “gami cada”.
Y, como por las ramas está la verdad, que decía Martín Gaite, en el Capítulo Segundo he
subrayado los problemas emergentes en el cruce de caminos de las nuevas tecnologías digi-
tales y el mercado laboral donde se constata una “modernización regresiva” de las relaciones
laborales, iniciada hace varias décadas, que ha pretendido ir reduciendo el Derecho del
Trabajo a un subproducto de las relaciones económicas. No debe extrañarnos, toda vez que
el contrato social es una construcción jurídica y de principios basados en la descon anza
de las partes. El cambio no es la tecnología. Las máquinas funcionan, las personas trabajan.
Trabajar implica consciencia de trabajar. La consciencia hace la diferencia.
Las plataformas digitales acaparan los titulares, pero una proporción signi cativa de
la población trabajadora se ve afectada por las mismas cuestiones. La existencia de un
enorme contingente de mano de obra, una enorme multitud que está asumiendo gran
parte del riesgo de los modelos de negocio, que proporciona a los negocios la  exibilidad

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