Capítulo primero. Caracterización, desde una perspectiva jurídica laboral, del pensamiento económico capitalista y su influencia en la orientación de las innovaciones tecnológicas y del mercado de trabajo

Páginas25-102
CAPÍTULO PRIMERO.
CARACTERIZACIÓN, DESDE UNA PERSPECTIVA JURÍDICA
LABORAL, DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO CAPITALISTA Y
SU INFLUENCIA EN LA ORIENTACIÓN DE LAS INNOVACIONES
TECNOLÓGICAS Y DEL MERCADO DE TRABAJO
Al analizar los diferentes modelos de la economía capitalista moderna, desde mi for-
mación jurídica he encontrado una sistemática relación de dogmas, axiomas y modelos
matemáticos diofánticos, que apenas aprecian los problemas sociales con los que convi-
vimos. La práctica totalidad de ellos, se han centrado en la maximización de la utilidad y
las expectativas racionales.
Es cierto que los modelos económicos modernos incorporan el factor riesgo, pero los
seres humanos crecemos en la incertidumbre, un componente natural en las complejidades
de nuestra sociedad.
Cuando Penélope tejía y destejía a lo largo de años, sus pretendientes esperaban el
producto acabado y no se interesaron por el proceso en sí mismo. Ilusos, como muchos de
nosotros, no sabían que el “proceso” era todo y el “producto” nada.
Por eso, pretendo aproximarme al “proceso, a esas “diversas razones” borgeanas, para
entender el porqué de los modelos económicos contemporáneos y sus diferentes propuestas
sobre los procesos de innovación tecnológica y su afectación sobre el mercado de trabajo.
Los modelos económicos contemporáneos, que no han logrado construir economías
inclusivas y sostenibles, mantienen una misteriosa lealtad.
Mientras la física ha evolucionado del paradigma newtoniano a la astrofísica de múlti-
ples mensajeros, la economía ha continuado aplicando el paradigma mecanicista surgido
de la síntesis de los métodos de Francis Bacon y René Descartes, posteriormente asumido
en los pensamientos de  omas Hobbes, John Locke, John Stuart Mill, Adam Smith y en
las escuelas económicas tradicionales.
Con la conjunción del paradigma newtoniano, como principio estructurador meca-
nicista, y el utilitarismo, como principio ético, la teoría económica desarrolló una idea
del bienestar social fundamentado en los estrechos principios de la elección racional y la
función de utilidad, modelo que todavía regula nuestras sociedades. Esta idea la encontra-
mos claramente en las vivencias de Robinson Crusoe y Viernes (Corredor Jiménez, 2013).
FRANCISCO AVENDAÑO MARTÍNEZ
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Posteriormente, surgieron postulados económicos que se han venido describiendo
mediante números, ecuaciones y fórmulas, como los planteados por las escuelas neoclá-
sicas –Lausana, Austria, Cambridge o Friburgo–, o las diferentes escuelas Keynesianas.
Al indagar acerca del origen del pensamiento liberal, nos encontraremos en el siglo
XVIII con Mandeville (1983) quien fabuló una sociedad que, al carecer de virtudes, las
acciones humanas sólo servían para satisfacer apetitos mundanos y bajas pasiones. Una
sociedad cainita, donde el comercio, alimentado por el egoísmo y el vicio, era la única
actividad socioeconómica capaz de lograr la prosperidad material. Si las acciones humanas
se sustentan en el vicio pero, a la vez, se perciben resultados bene ciosos para la colectivi-
dad, los vicios privados actuarán en la sociedad de manera tan intercambiable que ésta se
ajustará por sí misma (Diez Gutiérrez, 2009), propiciando bene cios públicos sostenibles.
Ante esta dolorosa realidad de la naturaleza humana, la sociedad se verá obligada a diseñar
políticas educativas, y moralistas, con el  n de disponer de un per l social “más aceptable
y presentable”, elevando la mirada de los individuos mediante la exaltación del orgullo,
simulando virtudes y buenas maneras. Lógicamente, cualquier intervención Institucional,
perturbará la armonía del “panel de abejas”.
La “fabula de las abejas” de Mandeville, ha in uido durante varios siglos en la historia
de las doctrinas económicas. Según Estefanía Moreira (2017), esta “fábula es el antece-
dente más cientí co de la teoría del laissez-faire de Adam Smith, y su  losofía in uyó
en personajes como Rousseau, Montesquieu e incluso en Marx. La obra que se subtitula
paradigmáticamente “Los vicios privados hacen la prosperidad pública” plasma una ética
que de ende el lujo, la envidia y el orgullo, y que justi ca el egoísmo.
Efectivamente, desde esta visión de la sociedad, donde ya sabemos que primaba la
idea del triunfo del vicio sobre la virtud, transcurrieron algunas décadas, cuando Adam
Smith hizo suya la lógica de Mandeville –aunque al comportamiento vicioso lo cali có de
virtuoso, y la virtud simulada transmutó en virtud real–, y elaboró su alegato del laissez
faire desde el convencimiento de que la “mano invisible” de los mercados autorregulados
aseguraría que la búsqueda del propio interés por parte de los productores se convertiría
en un incremento de la riqueza creada para el conjunto de la sociedad.
De esta forma, el egoísmo se erigió en la gran virtud pues “no obtendríamos los alimen-
tos de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su preocupación
por su propio interés” (Adam Smith).
Friedrich Engels argumentaría que esa ciencia del enriquecimiento, nacida de las envi-
dias mutuas y de la ganancia de los comerciantes, portaba la inequívoca marca del egoísmo.
De la in uencia Newtoniana surgió a su vez la división del trabajo, al plantear Adam
Smith que la persona moderna dependía, sobre todo, del trabajo de otros para satisfacer sus
propias necesidades. Así, sería el propio interés del individuo el que elegiría los productos
o servicios, impulsando la oferta.
Por tanto, si el comportamiento individual de las personas se aborda a partir de la
búsqueda de su propio interés, los objetivos sociales se subordinarán a aumentar de manera
inde nida la riqueza, surgiendo el modelo económico que ha perdurado hasta nuestros
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Capitalismo y modelos de negocio en la revolución digital y transformación del mercado de trabajo
días. Este planteamiento económico se sustentó en tres direcciones. La primera, la compe-
tencia autorreguladora del mercado como medio para alcanzar la e ciencia. La segunda,
sustituyendo la idea del valor obtenido en la actividad laboral por una idea fundamentada
en la utilidad subjetiva obtenida en el intercambio. La tercera, relegando y reduciendo la
función del Estado.
No obstante, en mi opinión, este último principio se le ha adjudicado injustamente a
Adam Smith por obra de los economistas neoclásicos.
Adam Smith era conocedor de los atropellos y desmanes que los capitalistas mercan-
tilistas ejercían en el mercado. Por ello, advirtió que resultaba fundamental proteger la
economía de libre mercado de los monopolios y los privilegios de los cercanos al poder
público.
Adam Smith se declaraba a favor de “permitir que todo hombre persiga su propio
interés a su manera, según el plan liberal de igualdad, libertad y justicia” (Smith, 2019,
capítulo 9, Libro IV). El “plan liberal” de Smith tenía que ver no solo con la libertad, sino
también con la generosidad y la reciprocidad. Con frecuencia se olvida que la primera obra
importante de Smith, y posiblemente la más in uyente, versaba sobre ética. En su “Teoría de
los sentimientos morales” (1749), Smith escribió que “no es un ciudadano quien no aspira
a promover, por todos los medios a su alcance, el bienestar del conjunto de la sociedad
de sus conciudadanos”. Y proseguía: “El individuo sabio y virtuoso está dispuesto en todo
momento a que su propio interés particular sea sacri cado por el interés público de su es-
tamento o sociedad particular. También está dispuesto en todo momento a que el interés de
su estamento o sociedad sea sacri cado por el interés mayor del Estado, o soberanía, del que
solo es una parte subordinada”. Así, de acuerdo con Rosenblatt (2020), Smith consideraba
la “liberalidad” una de las virtudes cardinales y el tratado contiene una larga disertación
sobre la gratitud y la benevolencia. Los principios liberales que Smith defendía en “La
riqueza de las naciones” eran “en interés de los ciudadanos, mientras que los mercantiles
o mercantilistas favorecían la “mezquina rapacidad” de los comerciantes y los industriales
británicos que, en connivencia con la aristocracia terrateniente, conspiraban contra el bien
público. Smith defendía el libre comercio argumentando que incrementaría el bienestar
de las “clases más bajas del pueblo” y obraría “en bene cio de los pobres y los indigentes”.
Además, en el plano de las políticas sociales, cabe destacar dos ámbitos donde Adam
Smith planteó acciones muy concretas. Me re ero a las obras públicas y a la educación.
Respecto a las obras públicas advirtió que era una obligación del soberano y del estado
nanciarlas con impuestos. En concreto, “aquellas instituciones y obras públicas que, aun
siendo ventajosas en sumo grado a toda la sociedad serían, no obstante, de tal naturaleza
que la utilidad nunca podría compensar su costo a un individuo o a un corto número de
ellos y, por lo tanto, no debería esperarse que éstos se aventurasen a fundarlas ni a mante-
nerlas” (Smith, 2019, parte III del Libro V).
Por otra parte, Smith era muy consciente de las desventajas que ejercía la división del
trabajo sobre los trabajadores, que diariamente ejercían las mismas tareas, lo que fomentaría
la ignorancia y el desapego de los asuntos sociales. Para evitarlo, el estado debía procurar

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