Anatomía y percepción de la falta de seguridad urbana en tres ciudades de dimensión media

AutorPaulo Peixoto
Páginas117-143

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1. La falta de seguridad como artificio mediático y político

Este texto presupone que las ciudades se presentan, sobre todo de cara a los políticos y a los medios de comunicación, como un objeto a cuyo alrededor se genera fácilmente un discurso simplista sobre la falta de seguridad. Presuponer esto permite, asimismo, discutir algunas razones que hacen que las ciudades se presenten y se vivan como si atravesaran una crisis profunda. Analizar estas razones ayuda a descubrir algunas ideologías que se ocultan tras los discursos basados en esta pretendida crisis de las ciudades.

Los riesgos, las amenazas y las violencias que se ciernen sobre el mundo urbano y el hecho de que el término inseguridad sea fácilmente comprensible y asimilable propician su instrumentalización con finalidad política. El tema de la inseguridad urbana es extraordinariamente útil a los intereses que pretenden ocultar cuestiones embarazosas o difíciles de encauzar políticamente. Hay que reconocer que la representación y la estereotización de los problemas de falta de seguridad urbana se realizan para ocultar realidades más complejas. La pobreza y la exclusión, que la sociedad no deja de producir, están, muchas veces, ausentes en la retórica que alude a este problema tan mediatizado.

Los índices de violencia urbana favorecen, por otra parte, que se la instrumentalice para una finalidad mediática, ya que, al estar tan exacerbada, la cuestión de la falta de seguridad nutre un sentimiento de nostalgia en relación a «aquellos buenos tiempos» pasados. La mediatización de la cuestión de la falta de seguridad no deja de estar frecuentemente marcada por la comparación entre la sociedad actual y una sociedad anterior, pacífica y civilizada por valores morales sólidos; en estePage 118 sentido, contribuye recurrentemente a idealizar las relaciones sociales y de ciudadanía.

La cuestión de la falta de seguridad puede ser vista como un artificio ya que es utilizada para corregir o enmascarar la realidad. Como artificio político y mediático, la inseguridad es un término que adquiere un carácter fluido. Nutriéndose de ese carácter, y reproduciéndolo, los discursos políticos y mediáticos explotan y recodifican el término para alcanzar sus propios fines (Body-Gendrot, 2001). La falta de seguridad se erige en elemento central de una impenetrable sintaxis del paisaje urbano, puesto que el vocabulario utilizado para caracterizar la violencia urbana reúne actos de naturaleza y de gravedad diferentes en los mismos términos: violencia urbana, delito urbano, tumultos, desorden, rebelión, enfrentamientos, delincuencia, etc. (Gottdiener y Budd, 2005). Como artificio mediático, la cuestión de la falta de seguridad aparece tratada muchas veces como una miscelánea indiferenciada, cuando tendría que ser abordada como un conjunto de situaciones de naturaleza y de gravedad dispares. Añádase que los protocolos de los medios de comunicación refuerzan sentimientos de pánico y difunden etiquetas estigmatizantes que producen efectos de espiral de violencia. Las contradicciones lógicas del artificio mediático se ponen de manifiesto especialmente al nivel de la exacerbación del sentimiento de inseguridad. Éste, por su parte, se evidencia muy claramente en los modos de ver y de vivir la ciudad (Body-Gendrot y Le Guennec, 1998).

Las cuestiones relacionadas con la falta de seguridad parecen estar cada vez más encuadradas en argumentos y razonamientos concebidos con el objeto de producir una pura ilusión de la verdad. Se trata, en muchos casos, de presentar la falta de seguridad como un fenómeno reciente y amenazador pero que, no obstante, puede ser dominado por políticos competentes. En el juego retórico, aunque las explicaciones políticas simulen ser coherentes con las reglas de la lógica, éstas dejan transparentar una estructura interna que es inconsistente, incorrecta e incluso deliberadamente engañosa. Esa ilusión de la verdad permite defender, como hacemos en este texto, que la cuestión de la falta de seguridad funciona recurrentemente como coartada para una acción política que confunde causas y efectos. Son muchos los políticos que sucumben ante la tentación de combatir la falta de seguridad; sin embargo, deliberadamente o no, tienden a interpretarla como causa y a olvidar que ésta es un efecto de fenómenos políticamente ingratos y de solución incierta.

Las cuestiones que acabamos de identificar se abordan, en este texto, a partir del análisis de tres casos que ilustran situaciones de otrasPage 119 tantas ciudades portuguesas. Oporto, con una población de alrededor de 260 mil habitantes; Guimaraes, que se acerca a los 160 mil, y Coimbra, que tiene unos 150 mil residentes. A partir de Oporto analizamos un caso revelador de cómo los políticos sucumben a la tentación de echar mano de la falta de seguridad, sobre todo si pueden tener como blanco poblaciones fácilmente estigmatizables. El caso de Guimaraes, aunque acentúe el ímpetu político de los gobernantes locales para solucionar problemas de falta de seguridad, motivado por reivindicaciones de conciudadanos encolerizados, adquiere contornos diferentes debido a la tentativa de adopción de soluciones experimentales que pretenden consignar nuevos modelos para tratar la falta de seguridad. Coimbra, en donde se ha planteado ese mismo mecanismo técnico políticamente ideado para Guimaraes, permite ejemplificar una situación de cierta guetizoción acompañada de la degradación del habitat, aunque esto no implique, al contrario de lo que quiere hacer creer la retórica mediática, que la falta de seguridad imposibilite una vida comunitaria.

2. Oporto feliz

A mediados de 2002, Carlos Mota Cardoso, Presidente da Fundaçao para o Desenvolvimento Social do Porto, (Presidente de la Fundación para el Desarrollo Social de Oporto), diseñó un plan estratégico de combate a la exclusión social. Dentro de este plan destacaba en particular un proyecto que se llamaría «Oporto feliz». Los objetivos de este «Oporto feliz» incluían retirar de las calles de la ciudad de Oporto a los aparcacoches, reinsertándolos socialmente a través de su inclusión en actividades ocupacionales comunitarias o a través de la concesión de un empleo. Se trata de un proyecto que asume claramente el objetivo de rescatar toxicómanos y que establece una relación inequívoca entre la condición de aparcacoches y la de consumidor de drogas. En este sentido, la carta abierta del Alcalde a los ciudadanos, difundida en 2004, época de un llamamiento público que pretendía movilizar a los ciudadanos para garantizar el éxito del proyecto, no ofrece ninguna duda (Alcaldía de Oporto, 2004).

La droga es uno de los mayores problemas de nuestra sociedad y sabemos que, por culpa suya, son muchos los portuenses que sufren.

Por tener conciencia de ello, la droga constituye para nosotros una prioridad política y, también por ello, hemos creado el Proyecto Oporto Feliz; un programa pionero en Portugal.

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El proyecto es bien visible en el campo de la integración de los ciudadanos popularmente llamados «aparcas».

Queremos ayudar a quienes nos necesitan más, queremos hacer de Oporto una ciudad más segura y, para ello, nos sentimos en la obligación de luchar contra el consumo y el tráfico de droga.

Pero para que el éxito sea completo, los aparcacoches que siguen ejerciendo esta actividad, siguen necesitando nuestra ayuda, especialmente la suya.

Antes de dar la moneda habitual, piense que es precisamente esa moneda lo que va a contribuir a perpetuar el problema de quienes la reciben. Sobre todo porque ésta irá a parar al bolsillo de quienes hacen un negocio inhumano con la desgracia ajena.

Dar una moneda puede ayudar a disminuir nuestra incomodidad interior, pero ayuda, indiscutiblemente, a eternizar el problema en nuestra ciudad.

Por eso, por mucho que le cueste, siga sin dar. Nosotros seguimos dando por Vd.

El camino justo y solidario es el que lleva a la inclusión ... ¡a la libertad! ...

EN NOMBRE DE NUESTRA CIUDAD, MUCHAS GRACIAS.

La depuración del paisaje urbano, a través de la eliminación de uno de los elementos más molestos para el poder político, queda justificada, perentoriamente, por razones de seguridad. Dicho de otra manera, el imperativo de la seguridad lleva fácilmente a un ejercicio de estigmatización. La etiqueta y el estigma de la droga apriorísticamente asociados a los aparcacoches, aunque no todos consuman drogas1, legitiman un programa político higienizador que se autojustifica con objetivos socialmente aceptables y muy valorados y también políticamente irreprensible para los ciudadanos preocupados. La evidencia de una acción higienizadora parece incuestionable para los responsables municipales, y se manifiesta claramente en las declaraciones del mentor del proyecto, pronunciadas con motivo de la realización del balance de su primer año de funcionamiento. En declaraciones al Jornal de Noticias (Norte, 2002) se refirió a los aparcacoches incluidos en el proyecto como si casi todos fuesen «casos perdidos», consumidores de drogas desde hacía años, que apar-Page 121caban coches para financiar su drogadicción y que dormían en cualquier sitio. A estas características estigmatizantes se añade la información agravante de que a muchos de los incluidos en «Oporto feliz» los tiene fichados la policía por vagabundeo o por haber cometido pequeños delitos. Y, last but not least, la mayoría es portadora de enfermedades infecciosas, lo que constituye un problema de salud pública y engloba el fenómeno en un «cuadro social preocupante». Por todo ello se concluye fácilmente que «a nadie le gustan los aparcacoches. Todos prefieren ignorarlos y darles la monedita de rigor por un servicio que nadie les pide y que, menos aún, les...

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