Arquitectura de la inseguridad, percepción del crimen y fragmentación del espacio urbano en la zona metropolitana del valle de México

AutorMarc Guerrien
Páginas93-115

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La ciudad de México, al igual que muchas otras metrópolis norte y latinoamericanas, ha sido marcada durante los últimos decenios por crecientes fenómenos de fragmentación del espacio urbano. Desde el fin de los años ochenta se han multiplicado en las periferias del sur y del oeste de la capital mexicana varios tipos de conjuntos residenciales cerrados y de formas urbanas «protegidas»1 destinadas a las clases medias y altas de la sociedad. Las modificaciones de los paisajes urbanos inducidas por estas evoluciones aparecen como una consecuencia directa de los crecientes sentimientos de inseguridad dentro de la población capitalina, particularmente dentro de las capas sociales superiores. Los mexicanos con mayores ingresos se sienten especialmente amenazados por la delincuencia y, buscando garantías en términos de seguridad personal, se refugian cada vez más en redes y circuitos privados altamente protegidos. Sin embargo, estas prácticas urbanas no parecen atenuar el clima general de tensión dentro del espacio urbano. Al contrario, la desconexión y la fragmentación que favorecen pueden ser vistos como factores agravantes del clima general de tensión social que permite el mantenimiento de altos niveles de delincuencia. Por medio de una presentación de las evoluciones arquitectónicas contemporáneas, de un análisis geográfico de la delincuencia mexicana y de una lectura crítica del discurso mediático sobre estos temas, el propósito del artículo es desarrollar este punto de vista y poner en cuestión la facultad real de lasPage 94 medidas de seguridad defensivas y represivas de hacer bajar el clima de tensión y de inseguridad urbana.

1. Inseguridad y arquitectura de la inseguridad

En México, se puede dividir «la ciudad protegida» en dos grandes sub-conjuntos, puesto que cada uno de ellos está disperso y forma un archipiélago dentro del océano urbano metropolitano. El primero está constituido por espacios residenciales cerrados, protegidos por servicios de vigilancia privados y habitados esencialmente por miembros de las clases superiores. El segundo está compuesto por toda una serie de espacios urbanos privados (escuelas, clubes de deporte y de recreo, servicios de salud, etc.) también cerrados y esencialmente frecuentados por la misma población. La reunión de estos dos subconjuntos, todos ellos privados, forma un «México moderno», socialmente homogéneo, con las características del «primer mundo» y perfectamente integrado en los circuitos globales. Este México moderno está en gran medida desconectado de la realidad reinante, típica de la urbanidad del mundo en vías de desarrollo, con mucha precariedad y pobreza.

1.1. La dinámica de encierro residencial

Los espacios residenciales protegidos de la capital mexicana son de varios tipos. Los primeros conjuntos cerrados aparecieron ya a fines de los años sesenta. Muchas veces se trataba de grandes condominios verticales, como el de la Villa Olímpica2, que reúne varias centenas de habitaciones. En esta época, la ciudad estaba en plena extensión física debido a la explosión demográfica y al éxodo rural. La heterogenización social que produjeron las migraciones masivas de paisanos pobres contribuyó mucho al éxito de estos tipos de conjuntos periféricos cerrados: las familias que deseaban alejarse del centro histórico y protegerse del «caos» urbano reinante fueron seducidas por este tipo de espacios residenciales. Garantizando el acceso exclusivo para sus residentes y sus invitados, permitían tomar precauciones contra los daños crecientes asociados a la metrópolisPage 95 (sobrepoblación, pobreza, contaminación del aire, ruido y delincuencia). La voluntad de aislarse de un contexto urbano percibido como caótico no era una especificidad de los mexicanos que eligieron estos primeros grandes conjuntos cerrados como lugar de residencia: se puede comparar a la de las clases medias y altas estadounidenses que contribuyeron al éxito de las llamadas gated communities3. Al igual que en México, los trabajos sobre el tema pusieron en evidencia la relación entre la dinámica de la población de las ciudades norteamericanas (el «urban sprawl») y el proceso de fragmentación de los espacios urbanos (Ghorra-Gobin, 1997). En las ciudades gigantes e impersonales, las clases medias buscan espacios de residencia que inspiren confianza, donde los individuos se comportan de manera disciplinada y las varias reglas de vida en comunidad se respetan (Blakely, Snyder, 1997). Sin embargo, en México la percepción de la inseguridad y el clima de desconfianza social son tales que los estudios sobre la cuestión muestran que ahora los mexicanos de las clases superiores ya no están atraídos por estos grandes conjuntos (Giglia, 2001). De hecho, la continua extensión del espacio urbano durante los decenios 1980 y 1990 provocó su absorción por la metrópolis: colocados inicialmente en los márgenes de la ciudad, estos conjuntos fueron encerrados progresivamente por los asentamientos populares, cambiando su estatuto de espacios extra-urbanos. Además, la población del interior de estos conjuntos tendió a heterogenizarse con la llegada de habitantes con perfiles socioeconómicos y culturales diferentes4, cosa que tuvo como consecuencia la reaparición de los problemas inicialmente atribuidos a la ciudad dentro de estos grandes espacios residenciales (ibid). Todo esto explica que ahora son otros conjuntos, más pequeños pero más numerosos, los que tienen gran éxito en México. Entre ellos se distinguen dos principales tipos, que pueden caracterizarse usando la terminología anglosajona, que los llama «security zone» y «prestige communities» (Blakely, Snyder, 1997).

Los barrios de tipo «security zone» (zonas de seguridad) son espacios residenciales que fueron cerrados posteriormente por sus habitantes, por medio del cierre de sus calles con barreras diversas (muros, rejas, alambres de púa, etc.) y de la presencia de servicios privados de vigilancia encargados del control de su acceso. El residencial Olipadres5 (figura 1) es un ejemplo típico de «zona de seguridad mexicana».

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Figura 1

El residencial Olipadres está totalmente aislado del espacio urbano circundante

[ NO INCLUYE FIGURA ]

Se puede ver en la figura 1 que el objeto principal de la disposición del residencial Olipadres es su aislamiento del espacio circundante. Gracias a la única entrada y a la presencia permanente de guardias en ella es imposible para los peatones no residentes introducirse en el conjunto sin autorización. En este caso, estamos frente a una forma ilegal6, pero tolerada, de anexión del espacio público, ya que trozos de calles están prohibidos a la circulación de los que no viven en el conjunto. Mas allá de la clausura física, el mismo asentamiento del conjunto residencial está elegido de manera que quede aislado del resto del espacio urbano. Al igual que el de Olipadres, muchos de estos barrios residenciales tipo «zonas de seguridad» se colocan al margen de las ciudades y las características de sus sitios de implantación contribuyen generalmente a acentuar su aislamiento espacial. En el caso del residencial Olipadres se puede ver que el barranco de la Malinche (al sur), la avenida Torres Ixtapaltongo7 (al norte), el Club de Deporte privado libanés (al oeste) y un parque de estacionamiento8 (alPage 97 este) hacen casi imposible el acceso a los extraños. Además, una vez en el interior de estos pequeños barrios residenciales, el hecho de que los terrenos individuales estén separados los unos de los otros por altas paredes 9 da una idea de la ausencia total de confianza y del miedo generalizado del delito.

Una representación esquemática (figura 2) de las casas individuales de la zona de seguridad San Ángel Inn10 muestra su aislamiento las unas de las otras. Al relacionar las figuras 1 y 2 se destaca el doble nivel de encierro residencial que caracteriza una gran cantidad de zonas residenciales mexicanas. El primer nivel de auto-aislamiento es social, según el modelo anglosajón (encierro del barrio para aislarse del espacio circundante), mientras el segundo es más «familiar», ya que consiste en una separación entre propiedades individuales. Conforme al modelo latino y a diferencia de la tradición anglosajona, se observa a menudo en México clausuras separando los terrenos individuales en el interior mismo de las zonas cerradas (Guerrien, 2004). La combinación en muchas zonas residenciales mexicanas de estos dos niveles de encierro demuestra la fuerte sensación de inseguridad de sus habitantes. Sin embargo, esta arquitectura de la inseguridad no logra apaciguar el clima social. Como se verá enseguida, la falta de apertura de estos terrenos hacia la vecindad y el carácter hermético de estas pequeñas islas residenciales, no permiten intercambios, hecho que tiende a favorecer el desarrollo de percepciones distorsionadas del medio urbano y de un creciente sentimiento de inseguridad.

En efecto, la existencia de una relación entre este aislamiento multiforme y la creciente percepción de inseguridad en el valle de México durante los últimos decenios no se puede negar: las encuestas muestran que la búsqueda de seguridad es la motivación primera de los Mexicanos que eligen estos tipos de prácticas residenciales, y es bastante obvia la correspondencia entre su desarrollo y la generalización de...

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