La situación de las mujeres. De la felicidad a los derechos

AutorJorge F. Malem Seña
CargoUniversitat Pompeu Fabra
Páginas203-219

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Es un dato incontrovertible de la realidad que algunas mujeres padecen una situación de absoluta penuria de recursos y de falta de derechos que ninguna teoría éticamente aceptable podría llegar siquiera a intentar justificar. El bienestar de estas personas se acerca peligrosamente a cero y su posición suele verse con una mezcla de fatalismo, resignación o incluso de indiferencia y abandono.

Algunos pocos datos pueden dar una imagen bastante clara de cuál es el estado de la cuestión. Se estima que cerca de 130 millones de mujeres sufren mutilación genital en más de veinte países de África y Asia, fundamentalmente. Asimismo, se ha calculado que en el mundo del subdesarrollo dos tercios de los pobres son mujeres y que algunas de ellas son sometidas a diversos tipos de maltrato o de tráfico sexual. En Botswana y Namibia, las mujeres casadas no tienen derecho a administrar su patrimonio. En Bolivia o Siria el marido tiene el derecho de establecer las condiciones de trabajo fuera del hogar de su cónyuge, a reducirle el horario laboral e incluso a prohibirle que trabaje. En algunos países árabes, el consentimiento del marido es necesario para que la esposa obtenga el pasaporte1.

Naturalmente, el estado de privación económica, de carencia de derechos o de sometimiento de algunas mujeres se manifiesta con mayor crudeza en los países del llamado Tercer Mundo, en algunos de ellos obviamente más que en otros. Sin embargo, su falta de posibilidades para Page 204 diseñar y llevar a cabo sus propios planes de vida no es privativo de los países atrasados, como pudiera pensarse, sino que se verifica respecto de ciertos colectivos de mujeres también en los países desarrollados.

En algunos de estos países, los desarrollados, el maltrato que sufren ciertas mujeres es cotidiano y las inequidades y desigualdades a las que son sometidas en su propio hogar o en su lugar de trabajo son tan conocidas como injustificables. Estudios de Alemania estiman que cerca de cuatro millones de mujeres al año sufren violencia doméstica y que en Estados Unidos y Canadá una de entre seis mujeres es violada a lo largo de su vida. Además, mientras en 1940, en los Estados Unidos el 46 por 100 de los pobres eran mujeres, en 1980 era del 62 por 1002. Esta feminización de la pobreza operada en algunos países desarrollados se debe, en parte, a la menor preparación de las mujeres para asumir posiciones relevantes en el mercado de trabajo, a su situación familiar o a prácticas sociales discriminatorias.

Es evidente, por otra parte, que la situación de ciertos grupos de mujeres, respecto de determinadas cuestiones, ha mejorado de una manera ostensible en los últimos años. En los países desarrollados, por ejemplo, entre las décadas de 1970 y 1990, la expectativa de vida de las mujeres se incrementó en nueve años, un 20 por 100 más que la de los hombres. Su alfabetización y su acceso a la instrucción aumentaron en casi dos tercios, y la maternidad descendió a un tercio, respecto de décadas anteriores, lo que permitió a estas mujeres mejorar su calidad de vida y ejercer de un modo más pleno su autonomía. Para ese mismo período temporal, en Sri Lanka y en Zimbabwe la alfabetización de la mujer creció hasta situarse en un porcentaje mayor del 70 por 100; y en América Latina y zona del Caribe, el progreso en la educación universitaria de la mujer ha sido notable, pasó del 9 al 26 por 1003.

Pero esta mejora en la educación y en los niveles generales de salud de las mujeres no ha estado siempre acompañada de una mejora de su situación en el mercado laboral, en las instituciones políticas o en las prácticas sociales más representativas de su comunidad. No existe una relación necesaria entre mejora de la alfabetización y disfrute de derechos4. Y ello a pesar de los datos esperanzadores de paí- Page 205 ses como España donde la participación de la mujer en la vida económica, política y social, sin ser igualitaria a la de los hombres, se desarrolla en paulatino ascenso. Así lo prueba el hecho de que en la última promoción de jueces, cuyos miembros recibieron sus acreditaciones en marzo del 2001, el número de mujeres jueces -151- doblaba al de los hombres -71-, y que de seguir esta tendencia, la feminización de uno de los poderes del Estado se habrá completado en un espacio relativamente corto de tiempo.

Ahora bien, para hacer frente a la situación de debilidad que sufren algunas mujeres, para justificar porqué se ha de salir de ella y hacia dónde se han de dirigir los esfuerzos encaminados a ese fin se han ensayado diversas vías. En este trabajo analizaré tan sólo dos de ellas: la que pone el acento en el respeto de los deseos de las mujeres y que, en consecuencia, apuesta por su felicidad, y la vía que se basa en una teoría de los derechos, prestando especial atención al llamado derecho a la igualdad.

I De la felicidad

Hay quienes sostienen que cualquier diseño institucional que regule la situación de las mujeres ha de tomar en consideración fundamentalmente los deseos de las propias mujeres. La satisfacción de los deseos o preferencias de las mujeres se manifestaría así como un dato esencial, ya que dicha satisfacción conduce a ese estado mental que solemos denominar felicidad; y alcanzar la felicidad es algo que no únicamente los individuos suelen perseguir sino que en no pocas ocasiones la persecución de la felicidad ha sido el contenido de normas constitucionales.

Ahora bien, las mujeres suelen tener una gran variedad de deseos, de acuerdo a los valores, educación u objetivos que poseen. En ese sentido, no todas las mujeres, sobre todo si pertenecen a lugares o tradiciones diferentes, tienen idénticos deseos o pueden compartir experiencias comunes.

Los deseos que realmente tiene una persona en una ocasión determinada reciben el nombre de ´deseos actualesª. La cuestión a determinar ahora es si se han de tener en cuenta siempre los deseos actuales de las mujeres en el diseño institucional o en el momento de implementar políticas que tiendan a mejorar su situación. La respuesta no puede ser sino negativa; y ello por varias razones. En primer lugar, porque dada la escasez moderada de recursos, sería imposible la satisfacción de todos y cada uno de los deseos de las mujeres. En segundo lugar, porque no se tiene, ni se debe tener, una información completa acerca de cuáles son los deseos de las personas. En efecto, el Estado en general o cualquier persona en particular carece de la aptitud necesaria para conocer cuáles son las preferencias de los individuos y cuál Page 206 es la intensidad con la que se manifiestan; y además tampoco ese conocimiento sería bueno o aceptable, ya que se eliminaría un valor básico de la sociedad como es el de la intimidad de las personas. En tercer lugar, porque algunas mujeres podrían tener deseos extravagantemente caros y no parece que haya razón alguna para detraer bienes sociales con el objeto de satisfacerlos. Finalmente, como históricamente ha quedado demostrado, porque hay mujeres que tienen deseos absolutamente inmorales y tampoco se entendería muy bien en estos casos porqué cabría saciarlos, y no precisamente anularlos5.

Los inconvenientes que presenta una posición que asuma como hipótesis la satisfacción de deseos actuales ha llevado a cierta parte de la doctrina a sostener que no todos los deseos de las mujeres han de ser tomados en consideración para intentar mejorar su situación, sino sólo aquellos que son ´racionalesª o ´informadosª. Por ´deseos informadosª entenderé aquí, siguiendo a James Griffin, aquellos deseos que se deberían tener si se tuviera un conocimiento perfecto de la naturaleza de los objetivos perseguidos y de los pasos, instrumentos o cualquier otra cosa necesaria para alcanzarlos6. En efecto, la idea de los deseos informados aplicada a las mujeres sugiere que éstas deberían conocer la situación en la que viven y los recursos que están a su disposición para alcanzar los planes de vida que escojan. Esto es, supone que conozcan todas las circunstancias relevantes que afectan su situación.

Pero si bien es cierto que los deseos cuando son informados pueden ser de alguna utilidad para evitar las consecuencias más groseras de un comportamiento conforme a los deseos reales, no es menos cierto que la persecución de su satisfacción puede producir resultados desaconsejables. En efecto, una mujer depauperada, desnutrida y explotada que tiene conocimiento del medio social en el cual está inmersa y de las escasas posibilidades que tiene para superarlo debería ajustar sus deseos informados a la situación fáctica que le toca vivir. Dicho de otra manera, debería evitar toda preferencia que no pudiera realizar, con el fin de reducir sus frustraciones y potenciar así su infelicidad. Por ello, aquellas mujeres menos conscientes de su situación, aunque vivan en un estado de pobreza y sometimiento, al satisfacer unos pocos deseos previamente retraídos en cantidad e intensidad pueden llegar a ser muy felices. Como señala Martha Nussbaum haciendo referencia a Amartya Sen, ´las mujeres que han vivido toda su vida en situaciones de privación frecuentemente no se sienten descontentas con las formas en que están las cosas, aun en el nivel de la salud física. Ya que una de las condiciones necesarias para un deseo intenso parece ser la capacidad para imaginar el objeto del deseo, es fácil percibir la razón por la que severas limitaciones de la experiencia, en el caso de muchas de las mujeres del Page 207 mundo, les llevan también a limitaciones del deseo. Es en especial sorprendente que ciertas mujeres a quienes se les ha enseñado con persistencia que deben comer menos que los otros miembros de sus familias, frecuentemente informen que su condición nutritiva y su salud física son buenas, aun cuando se les puede demostrar que sufren de dolencias físicas asociadas con la desnutrición. Si este es el caso incluso con la salud física, la situación...

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