Presentación

AutorJoaquín Rams
Cargo del AutorCatedrático de Derecho civil. Universidad Complutense de Madrid
Páginas15-24

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Las quejas sobre la juventud descarriada cuya conducta irrespetuosa y alocada altera gravemente nuestra pacífica convivencia, así como la afirmación de la presencia de una crisis disolvente de la familia de la que se seguirán desconocidas pero gravísimas consecuencias son dos constantes invariables en el discurso de nuestra cultura frente al evidente e inevitable cambio social. Ocurre más o menos lo mismo, al menos, desde la condena a muerte de SÓCRATES por corruptor de jóvenes.

La presencia de estas dos quejas, siempre con ciertos visos de realidad y sobre todo desde la óptica propia de la generación mayor y, dentro de ella, del grupo que detenta el poder real, ponen de manifiesto dos cuestiones elementales y capitales, aunque no lo parezca por la persistencia del problema y de su planteamiento.

Por la primera se proclama una verdad incontrovertible, cual es la resistencia de toda sociedad establecida al cambio y que esta resistencia viene ligada a la autocomplacencia de los dirigentes sociales que analizan y hasta juzgan a su propia sociedad desde dentro y a partir de los mecanismos de poder.

Mientras que por la segunda, se nos permite vislumbrar que casi todos los progresos sociales (también los simples cambios, aunque no traigan con ellos progreso alguno) suelen tomar cuerpo a partir de la posición de los jóvenes respecto de las estructuras, vivencias y fines sociales a alcanzar gestados, las más de las veces inconscientemente, en el seno de las familias. Son, por lo general, la respuesta a las frecuentes quejas oídas a las madres sobre la marcha de las cosas y el resultado de una relativa magnificación de los sacrificios y desvelos necesarios para hacer frente a la crianza de los hijos y la dificultosa superación de las rutinas diarias.

Podría añadirse que los cambios que se proponen, por una parte de la sociedad y tratan de frenarse por la otra, suelen ser aquellos que tienen lugar por evo-Page 16lución, pues los cambios que traen causa de las revoluciones sociales, del pensamiento y de la técnica suelen ser raros y verdaderamente excepcionales.

Muchos de los movimientos sociales que se nos presentan como revolucionarios no lo son, sólo se acaban por reconocer como tales aquellos que provocan cambios societarios más o menos bruscos y profundos que logran modificar, al menos en parte, el sistema social de valores, y no lo son en absoluto aquellos otros, que aunque hayan causado graves alteraciones sociales o económicas, tan sólo dan lugar a un relevo del régimen político e incluso económico1.

Las cuestiones relativas a la educación de la juventud en valores (frase muy de moda hoy) y los modos de convivencia íntima con diversidad de contenido sexual, sobre el que se ha centrado de algún modo la novísima crisis de la familia, siguen siendo el meollo mismo de la cuestión y están en la base de la capital interrogación sobre qué sea la familia y cuál deba ser la respuesta a la crisis que evidentemente experimenta el Derecho de familia.

Para los juristas siempre ha parecido bastante claro que la respuesta a qué sea familia es una cuestión que se presenta al Derecho según sea entendida por la sociedad, aunque evidencian que su posición profesional suele ser determinante para el desenlace de la cuestión, aunque con alta probabilidad resulte ser una solución provisional que sirve de puente entre la que se trata de superar y la que se busca introducir. En tanto que los sociólogos, los biólogos, los economistas, los psicólogos, los moralistas y los teólogos, todos estos campos del saber han tenido siempre bastante qué decir sobre la cuestión, parten en sus estudios casi siempre muy personalistas y centrados casi exclusivamente en sus personales intereses y prejuicios (en el sentido estrictamente literal del término), lo cual no deja de ser bastante lógico en tiempos de confusiones interesadas, y consideran a la familia como un hecho a estudiar y no como un ente orgánico sometido a constante evolución y situado entre cada individuo y la sociedad, estos también en constante cambio, siendo el proceso de cambio el que debería ser objeto principal del estudio iniciado desde cualquiera de las ciencias citadas sin excepción.

Todos contribuimos, a partir de estas visiones necesariamente parciales, pero tratando de llevar para nuestros conocimientos y campos la parte del león, a crear una considerable confusión y a complicar una idea, que siempre ha sido compleja, con un discurso en el que, de una parte, se suele confundir el qué sea con el qué deba ser, y, de otra, se tratará, en principio, de ser objetivo en el análisis y enPage 17 el juicio final, pero sin jamás perder de vista qué es y cómo funciona mi familia y qué tipo de familia patrocinan mi religión, mi cultura y mi clase social.

Con todo esto acabamos llamando análisis objetivo a un estudio, sin duda sincero y bien fundado, cuyo mejor resultado es la publificación de aquello que cada uno cree (a mi me ocurre también, por lo que no critico con esto nada ni a nadie) desde sus específicas circunstancias y después de arrinconar lo más posible nuestros prejuicios y evitar las condenas de las soluciones que no nos gustan, evitando también en la medida de lo posible, el acudir al debiera ser, incluso como proposiciones de lege ferenda versus lege data.

Para hacer más difícil la tarea de cualquiera de las ciencias o artes (nobilísimas todas) que quieren o incluso deben ocuparse del estudio de la familia, ésta se nos presenta de manera difusa, repleta de matices diferenciales, incluso dentro de una misma y muy concreta sociedad y muy diversa de una cultura a otra. Por lo que la generalización, desde la que de ordinario se habla y hasta se pontifica, resulta muy peligrosa.

Sí hay un dato bastante coincidente y este es el siguiente: en todas las sociedades y culturas actuales o históricas, en el núcleo más íntimo de la familia, en el que se mantienen relaciones sexuales interpersonales; se traen hijos al mundo y se les educa; se atienden directa y, de ordinario, de la mejor forma posible las necesidades inmediatas de ese grupo grande, pequeño o mediano, últimamente casi nunca grande; se sufre la desconfianza vigilante de la superioridad (casi siempre autogenerada), ya pertenezca esta sedicente autoridad a una irrisoria tribu, clan o gens, o a una pequeña, media o grande comunidad religiosa, o a una organización estatal, también de cualquier tamaño.

Además, con no ser buena ninguna suspicacia, la cuestión se complica considerablemente cuando las superestructuras sociales, políticas y religiosas discrepan y se mantienen en franco desacuerdo, como parece ocurrir en el momento presente, y tratan cada una y por su lado de que su normativa particular (con el rango que se quiera: costumbre inveterada, dictado moral revelado por la divinidad, ley, sentencia, dictamen, etc., pero en todo caso socialmente efectiva para un grupo del que forma parte la familia...

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