El resentimiento

AutorFernando Oliván
Páginas41-62
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III
EL RESENTIMIENTO
Sin caer en una perspectiva psicologista, que termine disolviendo la realidad de una
ideología en un mero fenómeno psicológico, la psicología es uno de los recursos
más interesantes para comprender el fenómeno de la derecha, sobre todo, para acer-
carnos a la realidad vivida, es decir, a esos hombres y mujeres que –es esto lo que
queremos saber– se declaran abiertamente de derechas. La perspectiva psicológica,
además, nos permite diseñar modelos interpretativos de entornos psico-sociales lo
que nos facilita comprender, no solo la etiología de estos comportamientos, sino
también los marcos referenciales en los que se mueven. Es cierto que este tipo de
enfoques en el mundo de las sensaciones resulta ciertamente difícil de convertir en
un factor lo suficientemente objetivo como para alcanzar a definir un marco teórico
pero, en todo caso, sí que podemos apreciar, a través de este modo de acercamiento,
suficientes elementos de interés para incorporarlo a nuestro análisis.
La realidad es que, en no pocas ocasiones –y ahí sí que hay una labor de análisis:
el comprender por qué se produce esa colusión de factores– los sujetos que se re-
claman de esta ideología esgrimen también una tipología gestual que nos permite
hablar de ellos como de “tipos sociológicos”. Incluso la criminología, como instru-
mento sociopsicológico, no duda en hablar de “tribus”, tribus urbanas, en referencia,
es cierto, no solo a esos grupos de la extrema derecha, pero en los que indudable-
mente aparecen algunos de sus movimientos. Pienso en el espacio configurado por
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las “hinchadas” de determinados equipos de futbol, grupos antisistema de carácter
filonazi, agrupaciones de moteros como “Los Ángeles del Infierno”, etc., pero tam-
bién, basta contemplarlos en su indumentaria y simbología, en esas masas que, el
pasado 6 de enero asaltaron el Capitolio norteamericano. Es decir, es posible la con-
templación de las personalidades convocadas por estos grupos como expresión de
fenómenos psicosociales.
Concretar esta perspectiva tiene también un interés de otro tipo, y en este punto
mira hacia la sociedad en la que se asientan este tipo de lecturas. En definitiva, nos
permite comprender por añadidura la reacción social ante sus formas, es decir, la re-
acción desde la sociedad y, sobre todo, desde el estado como poder, respecto a la pre-
sencia y realidad de este tipo de posicionamiento político. Esta fue la posición que
asumió, por ejemplo, la sociedad noruega frente a los terribles acontecimientos que
asolaron Oslo el año 2011 y que, tras un atentado con bomba en el distrito financiero,
terminó en la masacre de la isla de Otoya. El tribunal sentenciador, influido por una
verdadera campaña mediática, dudó en plantearse aquel acto como un atentado te-
rrorista. Tuvo, incluso, la tentación de leerlo como la mera obra de un loco, olvidando
no solo la identidad de las víctimas, curiosamente todos ellos miembros de la rama
juvenil de un partido de izquierdas, también las expresivas manifestaciones del propio
autor que, en un memorándum publicado previamente, no dudó en definir todos sus
actos en el marco de una ideología concreta, la de la extrema derecha.
Es decir, me estoy preguntando el porqué de esa resistencia de una sociedad
avanzada y moderna como la noruega a catalogar a estos grupos como terroristas.
Hay ahí como una cierta incomodidad que delata, no me atrevería a decir una com-
plicidad con sus actos, pero sí una cercanía, incluso, una comprensión, como si no
fueran más que los excesos juveniles de nuestra gente (y subrayo lo de “juvenil” en
su sentido orteguiano). Nuevamente esta respuesta nos delata la inclinación “natu-
ral” de la sociedad hacia esa derecha. Una inclinación que nos permitirá compren-
der muchas otras cosas. Y ahí se inscriben, incluso, esos actos de carácter extremista
y violento que, para cualquier otra situación, definiríamos como terroristas.
Y no solo fue el caso de Noruega. Esta posición también resulta acogida en nu-
merosas otras situaciones, principalmente en Estados Unidos donde, si acudimos
al mero dato estadístico, la inmensa mayoría de las acciones violentas sin una mo-
tivación personal, pese a las expresas manifestaciones de sus autores, terminan ca-
talogándose como obra de locos solitarios, fuera de todo proyecto político. En un
reciente informe, el actual director del FBI anunciaba que, en los últimos años, este
tipo de actos se ha multiplicado, estando en estudio –es decir, como casos todavía
abiertos– más de dos mil investigaciones. O sea, hablamos de dos mil actuaciones
violentas, no pocas de ellas resueltas con masacres, es decir, más de dos mil actos
terroristas en pocos años pero que, dado su vinculación a la derecha, el sistema evita

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