La derecha y los derechos subjetivos

AutorFernando Oliván
Páginas63-80
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IV
LA DERECHA Y LOS DERECHOS SUBJETIVOS
Nuestro análisis parte de una serie de preguntas. De entrada, llama nuestra atención
ese hecho, reiterado también por otros autores, de esa nueva tónica del discurso de
derechas, eso que hemos dado en llamar “una derecha sin complejos”. En definiti-
va, una nueva posición, no solo más agresiva, sino sobre todo con ese nuevo aire
de rebeldía que contrasta con las formas y modos de ser de la derecha clásica. Los
otros dos factores a los que queremos hacer referencia versan sobre su resistencia
en el discurso, es decir, esa capacidad de negación frente a toda lógica en contrario,
y, sobre todo, la selección de sus políticas. Solo si somos capaces de comprender las
coincidencias en estos tres puntos, y hacerlo respecto al abanico general de ese con-
glomerado de expresiones políticas que llamamos derechas, podremos declarar que
estamos ante una realidad unitaria, es decir, frente a una polisemia desvinculada del
objeto, anida en todo caso una misma sustancia común.
La tesis que estamos planteando para resolver este dilema no es otra que contem-
plar ese conjunto de fenómenos que denominamos derecha desde una perspectiva
comunitaria y no ideológica. Es decir, la derecha, como concepto político, no es una
posición ideológica como a veces estamos tentados de apreciar, sino una comuni-
dad social, es decir, una estructura surgida de la propia dinámica social del grupo
y no del desarrollo ideológico de las posibles corrientes que animan la vida en el
espacio público. Si se me permite decir, y con ello damos un vuelco a las posiciones
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de las que partíamos, pese a su manifestación política en los umbrales de la edad
contemporánea, estamos ante un hecho cuya sustancia propia es anterior al mismo
estado, pues gravita sobre la esencia comunitaria, es decir, privatista, del orden so-
cial. Llevando a su extremo esta tesis, podríamos sugerir que las referencias sobre
las que gravita el concepto de derecha radican en la estructura gentilicia y familiar
de ese orden social previo al nacimiento de lo público.
Bajo este prisma vamos a analizar esos tres factores que apuntábamos en el ini-
cio. Nuestra tesis es que sobre ellos se construye la unidad del sistema.
De entrada, la persistencia. Es decir, la resistencia correosa e irresistible que acre-
ditan los miembros de esa derecha al cambio ideológico, una adhesión inquebranta-
ble a sus ideas más allá de toda lógica. Una adhesión cuasi religiosa, lo que convierte
en verdadera apostasía la ruptura de sus postulados dogmáticos.
Frente a la movilidad de la izquierda, siempre en constante movimiento, la de-
recha acredita una resistencia envidiable. Es aquí donde aplicamos nuestro prisma
analítico y nuestra propuesta comunitaria: derecha e izquierda no juegan en el mis-
mo terreno, de ahí que sus comportamientos sean necesariamente distintos. La de-
recha, decimos, funciona en el orden comunitario, es decir, lo hace bajo las mecáni-
cas del orden privado. Frente al orden público donde funciona la izquierda.
Con ello volvemos a un elemento que ya hemos apuntado y que nos ayuda a
comprender este doble juego, la diferencia entre la stasis antigua y la moderna. En la
stasis antigua confrontan órdenes privados, es decir, unas “casas” contra otras. Por
ponerle nombre al asunto, los Martelo contra los Servilio o, trasladado al medievo,
los Montescos contra los Capuletos. El surgimiento del estado moderno cambia el
formato del conflicto. La antigua polis es un espacio abierto (y vacío) donde se ins-
talan esas gens configuradas como casas, el estado moderno en cambio es, él mismo,
en cuanto tiene personalidad jurídica, una casa. Por eso, el conflicto moderno en-
frenta ese formato de las antiguas casas contra la “nueva casa” sobre la que se articu-
la la política: la casa estado.
Ahora bien, trasladado el modelo público-privado a la Modernidad, su estruc-
tura relacional también cambia. De entrada, esas casas ya no son las viejas familias
articuladas sobre el formato gentilicio, sino nuevas entidades articuladas sobre una
mecánica de sustrato ideológico (y económico). Lo mismo le sucede al estado, de
ahí esa confusión entre lo público y lo privado que se produce en su seno. No es-
tamos ante el espacio público por antonomasia que se abre con el foro o el ágora,
pero tampoco ante esa casa construida alrededor de ese gineceo-cueva que ensueña
el patriarcado. El estado moderno va a desarrollarse en tres fases hasta alcanzar los
tiempos actuales. De entrada, con el absolutismo, sigue ese modelo Leviatán que
teoriza el genio de Hobbes. Una casa-corte que, privatizando el espacio público, se
separa, sin embargo, del resto de casas privadas sobre las que vive esa sociedad civil

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