El hambre y la pobreza como fenómenos de violencia

AutorF. Javier Blázquez-Ruiz
Páginas147-164

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1.1. La pobreza como manifestación de violencia económica y política
  1. La ausencia de hambre, de pobreza y de necesidades básicas constituye un requisito necesario, inexcusable, para promover un adecuado desarrollo humano, tanto en el plano personal, como grupal o social. De hecho, tanto la desnutrición como la pobreza y la miseria constituyen la causa principal de las enfermedades y muertes que acontecen día a día en el mundo.

Concretamente, más de mil millones de personas carecen de alimento diario y más de mil doscientos millones de seres humanos no dispone de acceso al agua potable. Todo ello provoca v.g. que el 80% de las enfermedades y más del 30% de las muertes en los países del hemisferio sur estén relacionadas con la contaminación del agua.

No cabe duda de que la persistencia de condiciones de pobreza, desnutrición y miseria vigente, a veces en términos extremos, dificulta en gran medida e impide que las personas puedan actuar en su vida diaria, sin verse afectados por lesivos condicionantes.

Y es que la indigencia lesiona con heridas y cicatrices a las personas, no sólo por las privaciones materiales y económicas que conlle-

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van, sino principalmente porque reduce y constriñe en gran medida las posibilidades de potenciar sus capacidades y facultades. Vendría a ser, metafóricamente, como el subsuelo que mina larvadamente el crecimiento personal posterior.

Sin embargo, es obvio que la lucha estratégica contra la pobreza y el hambre excede el marco geográfico y político, relacionados con ámbitos concretos y localizados en zonas determinadas. De ahí que para abordar y afrontar este ingente problema, sea preciso adoptar desde el principio una perspectiva más amplia, supranacional, de carácter global. De hecho, no podemos eludir el continuo y expansivo proceso de globalización al que venimos asistiendo en los últimos años.

Globalización que se caracteriza por la prevalencia de la vertiente económica y en particular por la hegemonía del capital y del hipostasiado mercado sobre otras dimensiones de la realidad social, entre ellas el espacio de la política y el poder de decisión de los Estados.

Como es bien sabido, uno de los ejes centrales, la Globalización financiera, se caracteriza principalmente por el carácter cada vez más inmaterial de su producción y actividad, por la permanente transferencia de conocimiento y de gestión de los lujos financieros. Podría decirse en palabras de Capella que “el capital financiero se convierte en espíritu puro”63.

De hecho, opera sin necesidad de intervención de otros factores clásicos de la producción, que habían estado vigentes históricamente, como puedan ser tradicionalmente la tierra y el trabajo. Teniendo como criterio regulador único: el venerado y mayestático mercado.

Sin embargo, ese planteamiento no está exento de cierta imprecisión y ambigüedad que pueden provocar una singular confusión conceptual. De hecho, el fenómeno de la globalización da la impresión de propiciar y generar un proceso de integración, de intercomunicación, de interdependencia.

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E incluso aparenta cierto grado de integración o cohesión, entre los respectivos países. En cierta medida, se presenta como si se tratara de una realidad que avanza, a partir de una dinámica insoslayable. Es decir, como si fuese el resultado lógico de un proceso cuyo decurso y orientación deviene inexcusable.

Ante lo cual cabe preguntar sin mayor dilación ¿qué relación puede establecerse entre el fenómeno de la globalización tal como viene manifestándose, y por otra parte el modelo de desarrollo humano que a su vez venimos defendiendo?

En primer lugar, es preciso señalar que ante la apariencia de una cierta relación de interdependencia económica mundial, nos encontramos con una realidad muy distinta, que en modo alguno puede ser considerada precisamente como simétrica. En la cual el grado de vinculación y relación real de dependencia y jerarquía entre países, es manifiestamente cada vez mayor.

Y es que la tendencia seguida por ese proceso globalizador es inequívoca y sus consecuencias incontestables, a saber: el incremento de las desigualdades y los desequilibrios cada vez más ostensibles que permiten colegir que la economía no acaba de “globalizarse”.

En ese contexto, la relación entre libertades, derechos humanos y el mercado es más bien escasa, cuando no antagónica. Mercado libre y circulación de capitales sin fronteras, son los rasgos específicos que permiten caracterizar básicamente al proceso de globalización. Pero no incluye por ejemplo la libre circulación de personas.

A este respecto, A. Touraine alertaba insistentemente sobre la necesidad de diferenciar y precisar conceptualmente los términos descripción e interpretación, cuando nos referimos al fenómeno de la globalización.

A partir de esa interpretación se pretende argumentar y justificar todo el proceso de expansión económica. Y entre las propuestas centrales de su discurso, los mentores neoliberales defienden como una de sus tesis nucleares que el mercado libre es capaz de coordinar las iniciativas y acciones individuales de carácter económico.

El objetivo no sería otro que alcanzar una cantidad de bienes y de riquezas mayor del que podría conseguirse a través de otros me-

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dios de organizar la economía, como pudiera ser a través de deter-minados modelos de planificación o de intervención estatal. Modelo denostado por las experiencias recientes de los países comunistas. Tan sólo insisten pertinazmente como axioma en que la intervención de las autoridades sobre el desarrollo de la economía ha de ser la menos posible, tanto en frecuencia como en intensidad.

Este movimiento neoliberal, surgido como es sabido desde finales de los años setenta y principio de los ochentas, defiende la bondad y prioridad de las sociedades que ofrece el mercado frente a todos los problemas económicos y sociales.

Y para ello promueve y fomenta decididamente la actividad económica de agentes individuales, de empresas y grandes corporaciones en los respectivos mercados internacionales. Destacando como requisito fundamental e imprescindible la libertad de actuación. Sin embargo los resultados a la hora de reducir el hambre en el mundo, la desnutrición o la mortalidad infantil, siguen siendo elocuentes.

1.2. Discurso neoliberal y proceso de globalización

Por todo ello, en lugar de aceptar de forma acrítica sus postulados como propuestas o procesos inexorables, es preciso proceder analítica y metodológicamente, examinando el curso o dinámica seguida por este macro fenómeno de la globalización, así como desvelando el discurso que pretende legitimarlo, y evaluando a continuación sus evidentes efectos y consecuencias.

Porque si observamos este fenómeno retrospectivamente, con cierta perspectiva histórica, es fácil de constatar cómo el proceso de globalización de la economía es claramente sesgado y ha beneficiado considerablemente a los países desarrollados del Norte, y también, eventualmente, a otros países, los menos, en vías de desarrollo, en el sureste asiático.

Pero una mínima reflexión dese el marco de los Derechos Humanos, sobre la realidad vivida y padecida por los ciudadanos de esos países, en aras de ese vanagloriado progreso económico, sería, lamentablemente, muy significativo.

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Además, es evidente que las consecuencias de esta globalización no han sido las mismas para todas las naciones y zonas, una vez más. De hecho, existe una vasta parte del mundo en la que habitan cientos de millones de personas que no participa de las eventuales ventajas de la globalización.

Podrían mencionarse numerosos Estados o zonas geográficas ex/céntricas o periféricas, es decir, fuera de la órbita económica prevalente, cuya experiencia podría ser ilustrada con profusión de datos y estadísticas. Cabe incluir v.g. al Africa subsahariana, alejada de los centros de decisiones y a la que no llegan capitales de ningún tipo, que ha visto reducido su comercio exterior, y donde el único movimiento de personas es aquel que permite a sus ciudadanos huir de a pobreza, de las enfermedades y de la exclusión. Provocando la ampliación de la fractura social y política, como consecuencia de aumento progresivo de la desigualdad.

Y es que tal y como atestiguan detalladamente diversos estudios sobre la distribución de la riqueza y de la pobreza en el mundo, para millones de personas la globalización ha provocado fundamental-mente que su situación no mejorase sino que empeorase considerablemente. Ha conseguido también que el precio de los productos agrícolas y materias primas se redujese a niveles desconocidos. O que sus puestos de trabajo fueran destruidos y hayan tenido que emigrar necesariamente para poder alejarse de la miseria y sobrevivir.

Como consecuencia de todo ello se han sentido cada día más impotentes frente a fuerzas que habitan fuera de ese control. Han visto debilitadas sus democracias y erosionadas progresivamente sus culturas. Y para muchos la emigración se erige en la respuesta más inminente y esperanzada ante un futuro incierto y oscuro. La dimensión geopolítica, por consiguiente, no deja de estar, de una u otra forma, omnipresente.

De hecho, como advertía el Premio Nobel de Economía M. Stiglitz tras su experiencia como Presidente del Banco Mundial, en el caso de que la globalización continúe por la senda emprendida, sin corregir la dirección...

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