Aulo Gelio y su tiempo
Autor | Alfonso Suárez |
Cargo | Real Centro Universitario «Escorial-María Cristina» San Lorenzo del Escorial |
Páginas | 13-46 |
Real Centro Universitario «Escorial-María Cristina» San Lorenzo del Escorial
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Durante el siglo II d.C. alcanzó Roma, como es notorio, el vértice de su poder. Nunca antes las fronteras del Imperio se habían establecido en lugares tan remotos, como nunca antes se habían puesto en marcha iniciativas de carácter social como las que ahora por primera vez se intentaban y que, perdidas luego en el huracán de los siglos siguientes, tardaron tanto en volver a aparecer tímidamente en la historia. Es un tiempo asombroso, vivido con orgullo por muchos ciudadanos que tenían conciencia del renacimiento cultural, social, económico y político en el que estaban inmersos. Los senadores, las clases acomodadas, la mayor parte de los que podríamos denominar intelectuales, esto es, filósofos, retores y literatos e, incluso, buena parte de los menos privilegiados participan de esta misma sensación de plenitud. Tanto es así, que incluso un escritor como Lactancio, tan poco dado a justificar ningún gobierno de la Roma pagana, prefiere, en los alrededores del año 315, modificar la historia antes que enfrentarse a lo que ya era un tópico: la edad dichosa en la que muchos y buenos príncipes gobernaron el imperio después de Domiciano.1
Es el siglo de la mal llamada dinastía de los Antoninos, en honor de Antonino el Piadoso, que se inicia con Nerva en los últimos años del siglo I, y acaba con Commodo, con el que finalizan, también, las esperanzas. Pero este siglo nunca hubiera podido ser posible sin la contribución de los príncipes hispánicos. La intervención de estos ciudadanos de las provincias, principalmente, pero no sólo, de la Bética, fue decisiva para conseguir la situación de progreso de la que estamos hablando.
En fecha no bien conocida, pero que se sitúa en torno al año 125 2, nace Aulo Gelio, si es que ése era realmente su nombre, puesto que Page 14 también eso ha sido debatido. Nos dejamos llevar nosotros, en esta cuestión, de la mano de san Agustín que, en su Ciudad de Dios 3, así es como lo nombra, calificándolo, además, de hombre de verbo elegantísimo y mucha y variada ciencia. Lo cierto es que Gelio representa al ciudadano rico, intelectualmente inquieto, acaso no muy brillante, asiduo de los cenáculos de la cultura y con la magnífica costumbre de tomar notas de todas aquellas cuestiones que llamaban su atención para darles, luego, redacción y publicidad.
Por lo que sabemos, su educación fue esmerada bajo la dirección de muy notables maestros. Siendo adolescente, en Roma, estudió gramática con el cartaginés Sulpicio Apolinar, del que guardó siempre extraordinaria memoria, hasta el punto de considerarle el hombre más sabio del que tenía recuerdo 4. Fue discípulo, en declamación, de Tito Castricio, retórico muy respetado por Adriano, según nos cuenta el propio Gelio 5, y más tarde aprendió con el también retórico Antonio Juliano, hispano de verbo brillante y profundos conocimientos de historia y literatura antiguas 6. Tuvo luego relación disciplinar con el filósofo neosofista Favorino de Arlés, a cuyas clases empezó yendo, primero, sólo cuando terminaban las lecciones con otros maestros, para acabar, después, totalmente entregado a él, retenido por sus dulcísimas palabras y atraído por su elocuencia 7. Este filósofo era discípulo de Epícteto y de Dion Crisóstomo, y fue una de las figuras más importantes de la llamada segunda sofística, es decir, de un escogido número de maestros que aunaban el dominio de la retórica y la elocuencia a una curiosidad notable ante cualquier aspecto de la cultura. Page 15
A través de Favorino entró Gelio en amistad con Herodes Ático, intelectual notable, maestro de príncipes, ciudadano puntero en la política de su tiempo y riquísimo evergeta, del que hablaremos más adelante, de modo que bastará ahora con decir que nadie, a excepción de los mismísimos príncipes, fue más citados que él en su época. Tanto Herodes como Gelio fueron, en Atenas, discípulos del filósofo neoplatónico Calvisio Tauro, que escribió contra aristotélicos y estoicos, y del que se citan unos comentarios al Gorgias de Platón 8. También participó de la amistad de Marco Cornelio Frontón, el más importante de los maestros de retórica, que desarrolló una extraordinaria carrera política y gozó tanto de la confianza del poder, que Antonino le nombró preceptor de sus dos hijos adoptivos, Marco Aurelio y Lucio Vero. De la correspondencia que Frontón tuvo con Marco Aurelio se desprende, como ya se verá, que jugó un papel importante en el juicio que se siguió contra Herodes, acusado de gravísimos delitos, que incluían la muerte de un hombre libre. Este juicio tuvo lugar en los primeros años de la década de los cuarenta, y puesto que en el año 143 el de Ática fue elegido cónsul, parece claro que no fue condenado. Aulo Gelio se refiere, creemos nosotros, a este episodio en el capítulo III de su primer libro.
Conoció, asimismo, al extravagante filósofo Peregrino, llamado después Proteo, filósofo cínico que murió arrojándose a una pira, que el mismo construyó 9, en el año 165, durante los juegos en Olimpia. Se piensa que estaba convencido de que sus seguidores no consentirían que ardiera, probablemente por eso ya no le gustaba que le llamaran Proteo y había adoptado el nombre de Fénix, pero no fue así. Años atrás había sido desterrado de Roma por el prefecto de la ciudad, cansado de sus invectivas contra Antonino Pío, que, según parece, no le hacía ningún caso. Este individuo contradictorio, que fue objeto de la agudeza satírica de Luciano, que, según cuenta, fue testigo de su muerte 10, causó, sin embargo, una notable impresión en Gelio cuando lo visitó en Atenas. Entonces aún no había adoptado el nombre de Proteo y predicaba la rectitud en el obrar, no por temor de la infamia o del castigo, sino por el amor de lo justo y de lo honesto, Page 16 y por el sentimiento del deber 11. Sobre este texto volveremos, más adelante, para su análisis desde el punto de vista jurídico.
La cita de todos estos cualificados representantes de la cultura con los que Gelio participó de sus inquietudes, permiten denominarle a él mismo como sofista en el amplio sentido que el término tenía en el siglo II, ya que no en el más restringido de maestro de elocuencia. En efecto, cuando nuestro hombre, ya retirado en el sosiego de la campiña, se ocupa de repasar sus notas para publicarlas bajo el título de Noches Áticas, porque fueron las largas noches de invierno las elegidas para escribir su obra y porque en Ática estaba su retiro, nos dice que la finalidad de la obra es no sólo la de procurar a sus hijos recreos literarios para que puedan, una vez libres de negocios, proporcionar plácido descanso a su espíritu, sino también para poner al alcance de todos los posibles lectores el conocimiento elemental que deben tener sobre las artes prácticas todas las personas que deseen ser consideradas como bien educadas. Porque, en último término, como explica Aristóteles 12, poder enseñar es lo que diferencia al sabio del que no sabe nada.
Además, Aulo Gelio es un humanista; más aún, es uno de los padres del concepto de humanismo, que no es philanthrópia, sino paideia, y en especial la educación de las bellas artes, estudio al que sólo el hombre puede dedicarse, motivo por el que recibe el nombre de humanitas 13.
Pero eso sí, entiéndase bien, no se trata de llevar la cultura a quienes no quieran recibirla, porque éstos lo mejor que pueden hacer es permanecer alejados de las Noches, sino de dar satisfacción a los que ya sienten inquietud por la cultura y son amantes de las ciencias. De todas las ciencias, por eso su obra se nutre de los materiales más diversos y constituye una riquísima fuente de datos y curiosidades. Page 17 Ni que decir tiene que nosotros nos centraremos en las muy abundantes noticias jurídicas que proporciona y trataremos, también, de hacer hablar a sus silencios.
Para finalizar esta somera introducción, sólo añadiremos que la obra consta de un prólogo, un índice y veinte libros, de los que se ha perdido el octavo y algunas palabras al principio y al final de la obra. En el prólogo Gelio anuncia su decisión de continuar ampliando la obra mientras tenga vida y fuerzas para ello, y la educación de sus hijos se lo permita, pero, que se sepa, no hay ningún otro libro que añadir a los veinte que declara, por lo que todo hace presumir que su muerte estuviera ya cercana.
También queremos advertir que en este artículo se abarca, únicamente, una parte del encuadre histórico, en concreto hasta la muerte de Nerva, a la luz del ideario político de la llamada segunda sofística, tan cercano, en su base, al pensamiento ciceroniano.
Hacia mediados de siglo, Elio Aristides, sofista y retórico famoso, cuya vida transcurre entre los años 117 y 180, pronuncia su famoso discurso A Roma14, que es un texto básico para explicar, desde un punto de vista teórico, ese buen momento por el que atraviesa el mundo romano y que se debe, según su opinión, al hecho de que la República ha encontrado la mejor forma de gobierno posible15.
Se trata de una manifestación brillante, hecha por un griego, de una corriente de pensamiento que hunde sus raíces, también, nada menos que en el republicanismo vigoroso de Cicerón; un Cicerón que felicita con tanto entusiasmo a los asesinos de César que, en verdad, se hace cómplice suyo: «Tibi gratulor. Mihi gaudeor. Te amo. Tua tueor. A te amari et quid agas quidque agatur, certior fieri volo», mientras cada día, paradójicamente, está más convencido de la necesidad de un césar. Page 18
Precisamente el gran valor del contenido de este discurso radica en que trata de explicar que es posible la democracia con otras formas de gobierno y, por...
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